Memorias de una adolescente venezolana (Parte final)

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Mis amigos y maestros, mi mamá y mi abuelo hicieron que volar de Venezuela fuera algo más liviano, sin tanto dolor, sin quitarte la esperanza.

Y a su vez,  que mis ganas de volver se hicieran más fuertes.


 

Por Dulce Daniela López Ceballos

 

Y ahí estaba. Una chica de 16 años, viendo como la vida le cambiaba con una decisión, en un segundo.

¿Es posible que tu vida dé un giro tan atroz de 180°? Pues yo lo certifico.

En este momento estás levantándote, y de repente ya te acuestas a dormir, y vives otro día que queda grabado en la memoria.

La vida corre, y no se detiene por nadie.

Cuando menos piensas ya cumples un año más, te gradúas, ya trabajas, te casas, tienes hijos, ellos crecen, envejeces y ¡pum! ya la vida se nos acabó.

Aquí comenzó mi relato, de mi triste y bella Venezuela, de cómo actuabas en mi corazón. Luego de una semana llena de tanta alegría, tanta tristeza y tanta amargura.

 

Migración - Venezuela - volar

 

Llena de amor, porque todo eso lo produce el amor. Un amor diferente, un amor generoso y puro, un amor apasionado, un amor a una nación y a una multitud. Un amor eterno, que nunca nadie en la vida te va a hacer olvidarlo.

¿Cómo olvidas al país que nada más y nada menos te dio la vida? Tu tierra, ¿Cómo sacarla de tu corazón, de tu alma? ¿Cómo te olvidabas de ese lugar mágico al que llamabas hogar? ¿Cómo olvidar lo inolvidable?

Mis amigos y maestros, mi mamá y mi abuelo hicieron que volar de Venezuela fuera algo más liviano, sin tanto dolor, sin quitarte la esperanza.

Y a su vez,  que mis ganas de volver se hicieran más fuertes.

La bendición de mi mamá me partió el corazón, verla como un roble, a sabiendas que su única hija se iba y que no se sabía cuándo la volvería a ver, es de valientes.

Sabía que por dentro estaba rota. Pero sabía que al igual que yo, no iba a demostrar su debilidad tan fácil.

Sabía que aguantaba las lágrimas, sabía que había un huracán en su interior, así como en mi.

 

Familia Dulce Daniela López

 

Pero nuestra fortaleza fue mayor, y sonreímos, nos abrazamos como si me fuera de paseo al centro comercial, una lágrima asomándose tímidamente con miedo de salir, y vi por última vez a mis amigos hechos un mar de lágrimas.

Tampoco podía llorar, casi no me dejan salir porque soy menor de edad, y si lo hacía, quizás no me iban a dejar irme.

A veces mi mamá decía:- Hija, si no quieres, no te vayas. Hablamos con tu papá para que cuadren lo de tu pasaje- Pero yo ya había tomado una decisión.

¿Irme? De corazón no quería, pero de lógica creo que a fin de cuentas era lo mejor para mí. Algún día volvería, por supuesto. ¿Y si después no podía salir? ¿Y si después mis sueños de vivir siendo libre quedaban sepultados?

Venezuela, no es porque no te ame. Porque te amo, eres parte de mí. Te amo tanto, pero sencillamente no puedo estar contigo. Eres la razón de mi felicidad, y la razón de mis agonías.

Quisiera que los que te gobiernan te amaran como yo lo hago, y te hicieran florecer de abundancia y alegría. Pero querida mía, amor de mi alma, mientras te destruyen, también destruyen mi vida.

 

 

No te apartaré nunca, porque aquí en este país que aún es desconocido para mí, yo te represento. Yo soy Venezuela en esta tierra, y sé que daré la cara por ti. Aquí doy lo mejor de mí, y trato de hacer ver al mundo lo más bello de ti.

Lo que un día me mostraste en una época de sonrisas, lo demuestro en este lugar. Doy a conocer la jocosidad que existe en lo más hostil. Y sé que la lucha de pocos, valdrá por el futuro de muchos.

Los hijos de este Bravo Pueblo que pelean diariamente por ti, y mueren por verte como yo quisiera,  no será en vano querida mía. Serás libre, volverás a sonreír con miles de millones de colores de esperanza, alegría, paz, justicia, honestidad, y te vestirás glamorosa con el tricolor de tus hijos que te aman, regalándote nuevas estrellas de luz, con sueños y metas hechos realidad.

Ya verás cuando todos iremos a reconstruirte con más cariño que el de ayer.

Oh Venezuela, cuánto me dolió ver tu atardecer por última vez a través de una ventanilla de avión. Sintiendo por última vez tu calor en mi piel. Dejándolo todo, porque te destruyeron. Las lágrimas ya liberadas, lamentaban el desprenderse de ti. Pero sabía que tú me sonreías con nostalgia, que me perdonabas por dejarte sola.

 

 

Sin embargo, una nación me recibía con ojos de consolación. Colombia, mi otra mitad, estaba ahí, en los brazos de mi familia, dándome fortaleza y un poco de alegría en mis momentos más tristes.

Me daba la mano, como hermana tuya que se compadecía del mal que estábamos pasando. A veces caminaba por la calle y me daban ganas de llorar.

Me sentía sola sin ti Venezuela. Me sentía vacía, como si algo dentro de mí muriera al dejar todo lo que amaba de ti. Si me preguntan quién es el amor de mi vida, eres tú sin dudarlo.

Esto sólo lo siente alguien que está profundamente enamorado. Recordaba con melancolía las risas con mi gente en San Diego, el disfrutar de estar con los que más quieres. ¿Difícil? Atroz, desgarrador.

Pero siempre estaba Dios que entraba en mi conciencia y me recordaba: “Sigue adelante”. Debía limpiarme las lágrimas, echar a un lado la tristeza un rato, y avanzar un poco más.

Aún veo con ansiedad la fecha, para ver cuándo mi mamá vendrá. Aún veo a cada rato las noticias para saber de ti. Aún te pienso todo el tiempo. Aún lloro o me dan ganas de llorar en los momentos más inoportunos. Aún rezo incesantemente para verte libre y volver algún día.

 

 

Pero tengo que estar más fuerte que ayer, siguiendo mis sueños, contigo siempre en mi corazón Venezuela. Siempre estarás presente en todo lo que haga, en todo lo que me proponga.

No me lamento de haber nacido en tus aposentos, al contrario, me honra haber pasado toda mi vida contigo.

Las cosas suceden por algo, y sé que lo que he vivido me servirá para convertirme en un ejemplo de vida para muchas personas, me hará más valiente, más resistente a los efectos secundarios de esta vida que está llena de obstáculos y tormentas.

Sé que gracias a ti, soy una adolescente que ha aprendido a valorar hasta el más mínimo detalle que me regala Dios en este camino que he de emprender. Sé que tengo muchas cosas hermosas para dar, así como tú me las diste hasta hace dos meses. Sé que voy a salir adelante, a echarle pichón a mis metas.

Y siempre, cuando me pregunten: “¿De dónde eres?”, siempre responderé con todo el orgullo y amor del mundo: “De Venezuela”.

Contamos historias desde otras formas de mirarnos.

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