El drama es de tal magnitud que en los últimos diez años se han creado unas doscientas organizaciones, a las que se suman miles de voluntarios, consagradas a seguirles la pista a las organizaciones criminales, así como a ubicar los lugares donde retienen a las personas y a denunciarlas ante las autoridades.
Nathalia, treinta años, delgada, ojos color de almendra y el pelo lacio teñido con rayitos color ceniza, está sentada frente a un pocillo de café sin azúcar en uno de esos sitios de cafés especiales que se han multiplicado durante los últimos años en el centro de Pereira.
En la pantalla del teléfono los ojos grandes y luminosos de una niña de siete años se asoman al mundo y lo dejan inundado de preguntas: Es Manuela, su hija.
Por ella lo hice todo, dirá Nathalia unos días después, cuando la fuerza de su propio relato se le haya convertido en catarsis.
Por ahora examina una y otra vez las palmas de sus manos en un gesto que al principio parece un tic, pero más tarde se revela como el síntoma de otra cosa.
Un sorbo de café y vuelve a mirarse las palmas de esas manos finas y bien cuidadas.
Por una caricia de esas manos los viejos árabes y japoneses están dispuestos a pagar una fortuna, recuerda que le dijo un par de semanas después el hombre elegante y bien parecido que se le aproximó una tarde de sábado en un centro comercial de Pereira.
Un nuevo sorbo de café y otra vez se concentra en las líneas de las palmas de sus manos.
A lo mejor cree que algún día podrá descifrar las claves de una vida que se le salió de madre, justo el año en que iba a terminar sus estudios de contaduría.
Sería el fin de muchos años de trabajo como secretaria en una empresa de confecciones.
Estaba hasta aquí de deudas, dice a modo de justificación mientras un cuchillo imaginario hace un tajo de mentiras alrededor de su cuello.
Pero desde esa tarde de sábado de 2013 su vida empezó a llenarse de heridas de verdad.
Ahora Nathalia se consagra de vez en cuando a lamerse las cicatrices.
Casi siempre con un pocillo de café sin azúcar al frente.
Era lo único capaz de darle algún sosiego cuando se enfrentaba a la inminencia de su propia desnudez frente a un desconocido en un burdel de Tokio, de Dubái, de Ankara, de Marsella, de Ibiza o de Mallorca.
Ese fue el trazado de su viaje de ida y vuelta a los infiernos de la trata de personas, un delito que no para de crecer, a pesar de las muchas advertencias de las autoridades y de las fundaciones que trabajan en pos de rescatar a miles de personas atrapadas en las redes de peligrosísimas mafias con tentáculos en todos los rincones del planeta.
“Hemos encontrado mujeres secuestradas en barcos anclados en el extremo sur de América”, dice Miguel, un investigador que trabaja como voluntario en equipos de apoyo a las policías de Colombia, Ecuador y Perú.
Fue él quien primero tuvo noticia de lo que le había pasado a Nathalia y a otras cinco mujeres contactadas en Pereira, Armenia, Manizales, Cartago y La Virginia.
“Lo que le pasó a Nathalia es el modelo típico de aproximación a las potenciales víctimas”, afirma el hombre, sentado en el Terminal de Transportes de Pereira mientras espera un bus con destino a Anserma, Caldas. Ha recibido información de que una estudiante de dieciocho años desaparecida una semana atrás podría estar en poder de una organización que opera en el circuito de poblaciones mineras ubicado en los límites entre Caldas y Risaralda.
“Los hombres y mujeres encargados de contactar a las chicas siempre son del tipo ejecutivo: mucho traje sastre, relojes costosos y cadenas bien exhibidas. Antes del primer acercamiento han adelantado un detallado trabajo de investigación del que recogen datos sobre la actividad que desempeñan sus víctimas, así como acerca de sus necesidades, aspiraciones o deudas. Esto no es así no más. Cuando se deciden a acercarse es porque ya tienen un diagnóstico claro y preciso de la víctima”.
Un sorbo de café amargo, un vistazo a las palmas de las manos y el relato empieza a colarse por entre las grietas de la memoria de Nathalia.
“Puede sonar a justificación, pero el padre de mi niña nunca respondió ni con un vaso de leche. Por eso un día me prometí que haría hasta lo imposible por sacar a mi bebé adelante. He pasado por las cosas más terribles, pero aquí estoy de nuevo con ella. La dejé cinco años al cuidado de mi mamá, pero nunca les fallé con la plata para el sostenimiento.
“A mí me sucedió una cosa muy curiosa ¿sabe? A medida que avanzaba en los estudios universitarios más dudas me entraban de que ese no iba a ser el camino para brindarle lo mejor a Manuelita. Cómo le explicara: veía a mis amigas con un título profesional en la mano y seguían llevando los mismos trabajos de recepcionistas o de impulsadoras en los supermercados. Fue así como me fui llenando de temores sobre el futuro de la niña”.
“Entonces se me acercó José Roberto esa tarde de sábado.
Infografía: trata de personas a nivel mundial y departamental
Nathalia dice que no la sorprendió que el tipo dispusiera de tanta información sobre su vida. Unos amigos comunes que se interesan por tu bienestar me han hablado muy bien de ti. Por ejemplo, que eres una madre extraordinaria, dice Nathalia que le dijo el hombre cuando se ofreció a pagarle la cerveza. Después se sucedieron varias invitaciones a cenar y a la vuelta de un mes vino la propuesta directa: “¿No te gustaría conocer mundo, ganar buen billete y, de paso, asegurarle el futuro a tu hijita?”
“Parece increíble, pero los seres humanos somos más ingenuos de lo que parece. Basta con una dosis de necesidad por allí, otro tanto de frustración por acá, un trago de desesperación más acá más una cucharada grande de ambición y tenemos otro caso de víctimas de trata de personas”, asegura Miguel, desplegando en la pantalla de su computador portátil las fotografías de un centenar de mujeres en edades entre los dieciocho y los veinticinco años, captadas por las mafias de trata de personas con fines de explotación sexual.
En el catálogo de fotografías hay rubias genuinas, morenas, indígenas, negras, rubias teñidas, altas, bajitas, flacas gruesas o esbeltas como Nathalia.
“Otro café, por favor”. Su solicitud se acerca casi a la súplica y de golpe todo se revela: este ritual de apurar un sorbo y mirarse las palmas de las manos es en realidad un reloj: cada vuelta es un viaje de regreso a la memoria.
“Como le dije, había prometido hacer todo lo posible por el bien de Manuelita. Cuando José Roberto me dijo que el trabajo consistía en servirle de dama de compañía a cincuentones millonarios en Japón, Dubái y otros lugares y que mis ingresos podían alcanzar hasta los ocho mil dólares mensuales, todo se me nubló. Solo pensé en mi niña viviendo como una princesa. Además, esos ingresos estaban libres de pasajes, alojamiento y alimentación.
“El paso siguiente fue decirle a mi madre que había conseguido un trabajo como ejecutiva internacional, que tendría que viajar por muchos países, que tendríamos que hacer el sacrificio de no vernos, pero que al final todas viviríamos a cuerpo de reinas. Con esos sueños locos en la cabeza me subí a un avión en Bogotá. De allí volamos a Chile, luego a Australia y finalmente a Japón ¿Alguien podía pensar en un sueño mejor?”
Bueno, a los funcionarios de entidades como Migración Colombia, la Organización Internacional para las migraciones, Aesco, la Fundación Esperanza y a voluntarios como Miguel les toca ver las cosas de otra manera. A ellos les corresponde asistir al momento justo en que ese sueño se convierte en pesadilla.
“Para empezar, la Trata de personas tiene muchas ramificaciones y especialidades”, asevera Álvaro, médico y abogado cooperante de la Organización Internacional para las Migraciones en estos asuntos.
“Aunque un porcentaje alto de los delitos está relacionado con fines de explotación sexual, ya se trate de prostitución, pornografía o pederastia, también está la trata de personas para la explotación laboral, una figura que convierte la antigua esclavitud en un auténtico paraíso, tan aberrantes son las condiciones a las que se ven sometidas las víctimas”.
Cuando habla, Álvaro mueve las manos dibujando espirales en el aire: es su manera de ayudarse a entender las terribles manifestaciones de este delito.
“Fue Miguel quien me contó la historia de Nathalia y me mostró fotografías de su madre y de su hija. En la Semana Santa de 2015 recibieron su última llamada desde Turquía y desde ese momento perdieron todo contacto con ella. El método es el siguiente: Una vez llegan al primer país de destino, despojan a la persona de todos sus documentos y la enfrentan a la brutal realidad. Para empezar, nada de damas de compañía. Lo suyo será prostitución pura y dura. Tendrán que aceptar a los clientes que les pongan y someterse a todos sus caprichos. Y de pagos nada, antes de que salden los gastos de pasaporte, pasajes aéreos y manutención en el país de llegada.
“A ese ritmo el cuerpo se deteriora pronto y a las mujeres las van trasladando de país en país, en ambientes cada vez más degradantes hasta que las desembarcan de vuelta en algún prostíbulo del caribe, donde las abandonan a su suerte. Si corren con buena fortuna podrán reunir el dinero para volver a casa.
“En el caso de Nathalia, la rescatamos con ayuda de Miguel en un antro de Mallorca y la trajimos de vuelta a casa. Este Miguel es una de monje consagrado en cuerpo y alma al rescate de las víctimas de esas mafias. Y todo en el más completo anonimato. No quiere fotos, ni premios ni siquiera reconocimientos de las personas que ha contribuido a salvar. Lo suyo es lo más parecido a una misión que he conocido en la vida”.
Siempre hay una esperanza
El delito de trata de personas con distintos fines y que incluye a niños de muy corta edad, registró en el año 2015 unos quince millones de víctimas en el mundo. El drama es de tal magnitud que en los últimos diez años se han creado unas doscientas organizaciones, a las que se suman miles de voluntarios, consagradas a seguirles la pista a las organizaciones criminales, así como a ubicar los lugares donde retienen a las personas y a denunciarlas ante las autoridades. En no pocos casos ellos mismos se encargan de rescatarlas, arriesgando incluso la propia vida.
En ese sentido, el diario digital ecuatoriano El telégrafo.com registró en su edición del 24 de febrero de 2017, que un hombre identificado como “Gabriel” contactó a tres mujeres y tres hombres y los convenció de viajar a Chile. Él supuestamente los ayudaría con los trámites para ingresar y además les conseguiría trabajos en los que ganarían $1300 cada mes. Las personas, que fueron enganchadas en las ciudades de Guayaquil y Milagro, en la provincia de Guayas, debían pagarle 206.400 pesos y cubrir los gastos del traslado en bus a Santiago.
Según la investigación adelantada por el OS-9 de Carabineros, las personas aceptaron la oferta y emprendieron el viaje. Una mujer ecuatoriana identificada por los carabineros con las iniciales N.V.F .G, los recibió en Chile y los acompañó durante los primeros días en la capital.
“A las mujeres las dejaron en una vivienda con un hombre, quien las encerró y les dijo que tendrían que trabajar en el comercio sexual. Asustadas, emprendieron la huida y, gracias a la colaboración de uno de esos voluntarios anónimos, lograron ponerse a salvo. Según el capitán Renato Cárdenas a los hombres los llevaron a trabajar en condición de esclavos en una ladrillería, de donde lograron escapar gracias a la colaboración de las tres mujeres que los contactaron por teléfono celular”, anotó el diario.
“A mucha gente le parece increíble que en pleno siglo XXI, cuando todo el mundo habla de libertad, democracia y derechos humanos, existan millones de personas sometidas por las mafias a distintos tipos de esclavitud. Y por eso, por increíble, los delincuentes pueden moverse a sus anchas. Los enganchadores están en todas partes donde existan víctimas potenciales: en las universidades, en los centros comerciales, en las iglesias, en las fábricas, en las discotecas, en los restaurantes y en los colegios. Hemos tenido casos en los que profesores y compañeros de estudio de las muchachas son el primer contacto con los traficantes. Hace tres años conocimos el caso de una adolescente muy bella, cuyos padres habían tenido una quiebra económica, que fue entregada por su propio novio a las redes de trata de personas”, Sentencia Yolanda, acodada en la barra de un Café al paso en el centro de Armenia
A pesar de vivir en permanente contacto con este tipo de situaciones, a Yolanda se le contrae el rostro cuando recuerda el drama de esa chica, vendida a carteles especializados en oferta sexual para cruceros de lujo enfocados a un público de hombres ricos mayores de cuarenta años. Desde que una sobrina oriunda de Armenia fue raptada por una de esas redes, decidió consagrar el resto de sus días a ayudarles a las familias víctimas de ese delito. Fue así como se convirtió en voluntaria y entabló relación con personas como Miguel o con funcionarios de Migración Colombia, la Organización Internacional para las Migraciones o la Fundación Esperanza.
“Aunque todos son muy importantes, La Fundación Esperanza merece una mención aparte, porque se han consagrado de manera metódica, integral y constante a la atención de las víctimas de la trata de personas y a sus familias. Su campo de acción incluye desde la identificación de casos, el acompañamiento a las autoridades y las denuncias, hasta la investigación de fondo que permita tener un panorama de los territorios y las condiciones en que se da ese delito atroz. La fundación fue una de las primeras organizaciones que empezó a denunciar la presencia de fuertes y bien organizados grupos criminales que tienen su epicentro en el Eje Cafetero y en especial en Pereira. En ese recorrido me enteré de la tragedia de Nathalia y acompañé cada uno de los pasos de su regreso al hogar, con la vida medio desecha, pero ahí va, recomponiéndose pedacito a pedacito”.
El rostro de Nathalia es un entramado de diminutas arrugas que el maquillaje no alcanza a ocultar del todo. Cada una de esas arrugas puede equivaler a un día transcurrido desde que decidió embarcarse en un avión, convencida de que estaba comprando un seguro para la dicha eterna de su pequeña Manuela.
“Pero ya que estoy en casa, no quiero convertir el resto de mi vida y menos la vida entera de mi hija en un llanto eterno. A mis treinta años solo puedo pensar en el futuro de las dos. Eso es lo único que cuenta. Tengo una profesión y con eso voy a defenderme”.
Dice, y apura el quinto pocillo de café amargo de la tarde.
Antes de despedirse examina una vez más las palmas de sus manos.
Algo muy importante tendrán para contarle.