“Revisionista” del trabajo de Albert Einstein, habla de física, pero no es físico. Juega fútbol, pero no llega ni a ser defensa. Prefiere la cerveza fresca y económica del bar El Pavo, al vino cabernet añejo de su natal Francia.
El francés Patrick Petit, graduado de filosofía en la universidad de Lyon III en Francia no había escuchado ni remotamente hablar de Pereira hasta el 15 de diciembre del 2002.
“Me sentía atraído por América latina y estaba buscando viajar y trabajar como docente allá. Pero todo se precipitó aquél día por varias coincidencias. Primero, después de moverme del apartamento en el cuál vivía en Lyon desde hace unos 5 años, fui a un bar que frecuentaba en este barrio y, no sé por qué, ya que nunca lo había hecho antes, le pregunté a una chica si era colombiana y resultó que sí. Luego, fui a cenar en la casa de mis padres y encontré en Internet una oferta de trabajo en el Liceo francés… de Pereira”.
Unas semanas después, tras algunas conversaciones con la directora del Liceo, averiguaciones en Internet sobre la ciudad y el encuentro afortunado en Lyon de la tía de una chica que vivía en Pereira, llegó al aeropuerto Matecaña el 5 de enero de 2003 sin imaginarse que se quedaría viviendo en la ciudad por los 15 siguientes años.
“Realmente, no sé precisamente lo que me hizo aterrizar aquí, aparte del avión. Quizás en parte mi abuela, a quién le encantaba la literatura latinoamericana y me hizo descubrir, adolescente, un libro de Isabel Allende que me encantó en ese entonces, “La casa de los espíritus”.
Más probablemente, un viaje que había hecho mi novia poco tiempo antes a México queriendo seguir los pasos de Frida Kahlo y Diego Rivera. También me soñaba con Brasil, tierra de fútbol, música y chica o chicas de Ipanema.
Puede también que otro libro que había leído de niño, “Mi planta de Naranja Lima” de José Mauro de Vasconcelos haya generado en mí una impresión muy sentimental de Brasil y Sur América. Pero en todo caso, resulté aquí en Pereira y esta ciudad me encantó”.
Además de un cierto gusto por la lectura y la reflexión, empieza en el colegio a escribir un diario, influenciado por un profesor del liceo Santa María de Lyon, donde anota día a día sus pensamientos, sufrimientos, inquietudes, deseos.
Este libro personal, que llegará a contener centenares de páginas que guarda para sí, lo sigue redactando cuando ingresa a sus estudios superiores donde se enfoca sin vacilar en Filosofía.
Allá, influenciado por el académico François Guéry, descubre con entusiasmo a Martin Heidegger, su interés por el lenguaje, la etimología, la poesía y, sobre todo su interpretación del papel metafísico de la ciencia.
A raíz de esta última, decide consagrar su primer trabajo de grado a criticar la pretensión de obtener respuestas científicas a preguntas que atañen a objetos intangibles, reconociendo sin embargo el valor y el interés de la ciencia sin encontrar ninguna incompatibilidad en tener una formación humanista y una disciplina científica, lógica y matemática.
“René Descartes fue un filósofo y al mismo tiempo un científico. Pitágoras analizó matemáticamente a la música. Y así. Aunque el objeto de la física o la lógica sea menos sentimental que el de la filosofía y la literatura, me encantan las matemáticas, me gusta la física aunque, cuando concluí mi bachillerato científico, por cierto, no le presté mucha atención”.
Recuerda aquello con cierta timidez, y lo confiesa, pero para enfatizar que empezó escribiendo su tesis de grado con las tripas, es decir, sufriendo, mientras leía, entre otros textos, “La Genealogía de la Moral” de Friedrich Nietzsche.
Incluso fue dejado en casa, aparte de las vacaciones familiares, por demorarse en terminar este trabajo y su padre, para ayudarlo a concluirlo le recordó que no le pedían la obra de su vida sino un trabajo de grado.
Mientras aún depende de su cultura y su familia, sigue redactando los diarios con gran constancia. Anota reflexiones sobre la verdad, el lenguaje, el hombre, la política, escribe algunos poemas y encuentra en la poesía y poetas elementos que llegan a sostener su vida en sus momentos de vacío existencial, en particular las “Cartas a un Joven Poeta” de Rainer Maria Rilke.
“En su poesía hay mucho dolor, pero su amistad para este joven poeta –un poeta que se dio cuenta que Rilke había estudiado en la misma escuela que él y empieza a escribirle- me reconfortó, me trajo calma. En muchos poemas pude ver la realidad del mundo, y la estética y prosa de Rilke sonaban con mucha ternura y amor dentro de mí”.
Unos meses antes de viajar a Colombia, lo hace de manera imaginaria. Esta primera aventura inicia con una novela inconclusa ambientada, parte en Francia, parte en México.
En papel bosqueja una región del país sin haberlo visto, le da nombres imaginarios a lugares y ciudades de México hasta que, al curiosear por internet, descubre años después que varios de estos nombres imaginados en su novela existían en la realidad.
Así es que, con 32 años, sus ideales intactos, y formado ya como profesional llega por casualidad a Pereira en el año 2003 luego que el Liceo Francés abriera una convocatoria para un docente de primaria y filosofía.
Sin pensarlo mucho, y como si esto fuera su barco de salvación, se despide de sus progenitores y sale en dirección hacia la tierra de las aventuras, dejando tras de sí sus raíces, la pintoresca ciudad de Lyon y sus sueños bosquejados, para mirar de frente el destino que soñó alguna vez.
Al arribar a esta tierra cafetera, siente inmediatamente la seducción de la amabilidad de la gente, el clima y la belleza deslumbrante de las mujeres pereiranas. Encuentra rápidamente simpatía entre las personas al conversar con ellas de cualquier tema, e incluso se adapta con cierta facilidad a sus gustos gastronómicos como el sancocho, aunque le siga costando la inexistencia de ciertos productos franceses, en particular algunos embutidos, chocolates y el pan.
A pesar de sentir de inmediato una gran empatía con la vida en Pereira, su adaptación, como la antropología lo sugiere, no estuvo exenta de choques culturales. Uno de ellos fue el tratamiento del tiempo, específicamente la puntualidad, ya que, para muchos europeos, es una cuestión de gran importancia.
“Es una de las cosas, que, si me preguntan, extraño de mi país. En Europa, cuando alguien no puede acudir a una cita, informa por teléfono o previamente. Acá, ocurre muchas veces que no”.
Lo dice mientras sonríe y agrega que el término prestar no significa lo mismo en Pereira que en Lyon. Allá es sinónimo de devolver, acá puede ser de no volverlo a ver.
Refiriéndose a algunos libros prestados a sus amigos que no han regresado dentro de su mediana biblioteca personal. Sin embargo, adquirió una costumbre local, la de relajarse. Tomar las cosas con más calma, aunque sin perder de vista su carácter social, respetuoso y amable.
“Los franceses somos muy enojones, pero acá enojarse no es bien visto. Por eso trato de tomar las cosas con humor. Me cuesta no molestarme, pero en realidad no sirve de mucho”.
Desde su llegada a Pereira en el año 2003, trabajó con el Liceo Francés, hasta el año 2005, cuando migró hacia otra institución cultural de su país, que ahora es un referente académico en Colombia, la Alianza Francesa.
Agradece a sus anteriores empleadores, además, compatriotas, y continua otra nueva faceta como pedagogo, traductor, y ofreciendo el servicio de clases particulares en idiomas, filosofía y matemáticas.
Aparte de la literatura, diversos libros y autores de índole filosófico han nutrido su reflexión y sentimientos sobre la vida: Santo Tomás de Aquino, Emmanuel Kant, la obra “El día que Nietzsche Lloró” de Irvin D. Yalom, donde pudo confrontar la fragilidad humana del filósofo, en comparación con la fuerza aparente de las aseveraciones del pensador alemán, “La Biblia”, que solía abrir páginas al azar, hasta que su perra Conga, mezcla que se asemeja a un Terrier irlandés, se la comió, volviendo más escasa esta costumbre.
Pero es un libro científico, uno clásico, que lo configura de manera determinante en su vida como académico. Mientras camina por la calle 21 entre cra 8 y 9, que entra a la extinta librería Mafalda, y encuentra el libro “La Teoría de la Relatividad” de Albert Einstein.
Lo adquiere y al empezar al leerlo, vislumbra como una revelación, que los fundamentos de la teoría del físico más importante del siglo XX no son legítimos. Diez años después de analizar esta obra, considera que, a pesar de que la teoría de la relatividad se ha cuestionado mucho, no se había hecho de manera tan lógica y fundamental.
“No es cierto que todo es relativo, aunque las percepciones de la realidad dependen del punto de vista desde el cual se miren. No es el tiempo en sí que es relativo o se vuelve lento o rápido según si nos sentimos ansiosos o tranquilos, sino solamente la percepción que tenemos del tiempo. Sentí que había cosas ilógicas, y por eso quise mostrar que esta teoría de Einstein no se acomoda a la realidad”.
Y en sus reflexiones maduras, anota.
“Al analizar de cerca estos pensamientos (los de Einstein) descubrí que estaban mal fundados, que reposaban sobre imprecisiones, errores de razonamiento, afirmaciones inexactas. Descubrí en particular que es inexacto decir que nuestros sentidos nos engañan y que no se puede afirmar que la realidad es relativa a quien la percibe, sino, solamente que nuestra percepción de la realidad es relativa a cada uno de nosotros”.
Como una misión, se dedica a la tarea de escribir un libro fundamental como filósofo, pedagogo y también como científico interesado por las teorías del universo, los argumentos newtonianos de la gravedad, y la relatividad del tiempo y el espacio propuestas por Einstein.
Así nace en el 2017 su obra “Verdades de nuestra capacidad de conocimiento”, impresa por la editorial Dóblese, crear cultura. Un trabajo que había emprendido una década atrás, y que nació de la inquietud, o mejor, el deseo de manifestar la capacidad que poseemos los seres humanos para acceder a conocimientos verdaderos, comprender y comunicarnos.
“En sí, este trabajo escritural es una batalla en contra de una idea que me incomodó durante mucho tiempo: la relatividad de las cosas”.
En poco tiempo pasa de ser pensador pasivo, a ser un orador, un combatiente de las ideas y con su arma, el argumento, se encuentra en las palestras pereiranas con varios exponentes de la misma teoría, pero desde otras perspectivas.
Como lector y “revisionista” del trabajo de Einstein, tiene la versión de su libro en francés y español, y prepara lentamente la traducción al portugués e inglés, con ayuda de varios amigos, quienes dieron el visto bueno a su obra.
Del escritorio a la actividad pública, presenta su libro en la facultad de Filosofía de la Universidad Tecnológica de Pereira (UTP); la Alianza Francesa, la FILBO 2017, la Feria Internacional del Libro de Pereira; la librería Roma; la biblioteca Ramón Correa Mejía y hasta en el bar alternativo Armada 62.
Aunque su crítica a la teoría de la relatividad sea solamente un elemento de su libro, que se fundamenta en una epistemología del conocimiento y de la percepción, reconoce que “el hueso más duro de roer” ha sido debatir abiertamente de la teoría de la relatividad ya que, para varios físicos, es imposible que esta teoría sea falsa.
Mientras el libro rueda de mente en mente y de palestra a palestra dando de qué hablar, Patrick Petit, se mueve entre los círculos literarios de Pereira, pero no es literato. Habla de física, pero no es físico. Juega futbol, pero no llega ni a ser defensa. Prefiere la cerveza fresca y económica del bar El Pavo, al vino cabernet añejo de su natal Francia.
“A los franceses, alemanes, búlgaros les encanta El Pavo. Recién llegado a Pereira, una amiga me hizo conocer el lugar. Y desde hace 7 años me recupero en el lugar y me oxigeno en el ambiente ameno que allí se respira”.
Se reúne a tomar cerveza con sus compatriotas y entre ellos hablan su idioma materno. Pero cuando están con anfitriones y compañeros pereiranos, tratan de regresar al contexto del lenguaje local “quiubo”, “parcero”, “entonces”, “mijo, qué tal”. Y aunque la vida nocturna le fascina, un hobby en particular le gusta: el fútbol.
Y como si estuvieran en reserva para beligerar en la tercera guerra mundial, con el grupo de franceses en Pereira se unen para ir al corregimiento de La Florida algunos días domingos a formar el equipo de fútbol al que han nombrado “La baguette”, un tipo de pan francés.
Toman el asunto con jocosidad, y así, el equipo contrincante también se denomina “Troncos Malestar” compuesto entre otros de músicos de la ciudad (algunos miembros de la banda Papá Bocó). Pero, este combate dominguero es más amistoso y trasnacional de lo que pudiera parecer ya que cuando los franceses no logran completar su nómina, los troncos malestar les prestan generosamente unos de sus mejores jugadores.
De igual manera es el ajedrez, su otro deporte mental por excelencia, aunque más individual. Por eso se le encuentra a veces moviendo las fichas en los escaques emplazados en el parque de Bolívar de Pereira, en su apartamento por la Cra 7, o dentro de los claustros universitarios.
Jugadas en el tablero que elabora pacientemente intentando dar con otro algoritmo preciso, el del amor, ya que ha tenido tres relaciones sentimentales en la ciudad durante estos años de residencia.
No ha sido muy bueno en el amor, ni en Francia, ni acá. Arrobado por la belleza de las pereiranas, las ha envuelto en un halo romántico, de citas, música, salidas al aire libre, para hacer efectivo ese slogan contracultural y anti bélico de “hacer el amor y no la guerra”.
“A mí me encanta el amor, soy apasionado, pero no sé bien como llevar relaciones”.
Habla de ellas con ternura, mientras organiza la biblioteca de su casa, acordándose de algunas obras dejadas en Francia, como Hija del destino, de Isabel Allende, que fue un empujón a sus sueños de libertad, de estos que lo trajeron a Pereira, la ciudad que ama con su mente, su profesión y con su destino, pues planea seguir acá, quizás hasta que cumpla con la misión de su libro y con sus sueños.
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