Se acercan las elecciones para Congreso y Presidente, en un país que no termina de digerir un escándalo cuando revienta otro, donde la institucionalidad está extraviada y la confianza ciudadana no encuentra figuras o entidades dónde depositarse.
Hay tal desorden institucional en Colombia, que el proceso político electoral que corre puede hacer surgir cualquier apuesta, cansados como estamos los ciudadanos de que no haya un solo organismo que genere confianza. Los partidos mucho menos.
En la página oficial del Partido Liberal está colgada la foto de Juan Manuel Santos como el último presidente de ese partido, cuando la realidad es que fue elegido por una coalición que devino en Partido de la Unidad Nacional, la U.
Es como si le diera la pena al liberalismo aceptar que desde 1994 no tiene el poder real, muy a pesar de que tanto Álvaro Uribe como Juan Manuel Santos, fueron liberales primero, pero armaron toldo aparte.
Dicen que lo que empieza mal, termina mal.
El espectáculo de las últimas semanas del liberalismo, primero convenciendo a Humberto de la Calle para que acogiera nuevamente al partido, obviamente con la bandera de la paz, y luego metiéndonos a los colombianos en una costosísima consulta (ahora dicen que no vale $85 mil millones sino $40 mil), para determinar si es el hombre de la paz de Santos o un hábil político como Juan Fernando Cristo, es lastimoso.
Y otro ex integrante del liberalismo, Germán Vargas Lleras, está recogiendo firmas para inscribirse, porque al partido que creó, Cambio Radical, no le cabe un prontuario más entre personas que avaló para las elecciones regionales y cargos públicos de primer orden.
No hemos escuchado una sola disculpa de los integrantes de ese partido, por la ‘cartelización’ que hicieron algunos de sus avalados en contratos como los de la atención a los viejitos, los tratamientos para la hemofilia, entre otros.
Por los lados del Centro Democrático, el manejo personalista de esa colectividad en la figura del senador Álvaro Uribe, va a impedir seguramente que alguno de los precandidatos tenga alguna opción real de poder en las elecciones del próximo año, para las que podremos votar 35 millones 876 mil colombianos.
Los conservadores se apañan fácil con cualquiera que gane. Es un partido al que parece tenerle sin cuidado quién gane las elecciones, porque desde hace varias décadas controla muchos institutos descentralizados y organismos del orden nacional, y es mejor (parece) tener los puestos que los votos. Es su seguro.
La izquierda (la moderada) transita entre las aguas de la independencia, pero pareciéndose mucho a su archienemigo Uribe en el método, porque entre quienes están figurando hay mucho personalismo, mucho grito, pocos argumentos para convencer.
Ya desaprovecharon el discurso contra la corrupción, y no se van a meter demasiado en los acuerdos políticos con la guerrilla porque los quema.
La figura de Sergio Fajardo, que comenzó ganadora, va diluyéndose entre las posibilidades de acuerdos para obtener votos, esquivos -por lo menos hasta ahora- para la izquierda.
Y la otra izquierda, la del partido de la flor, ya le hizo el fo hasta a Piedad Córdoba, quien casi se hace matar por sostener a las Farc dentro de la agenda pública colombiana e internacional.
Y al partido de las Farc desde su lanzamiento, ya se le notaron las grietas que deja el ego.
Una cosa es tener unidad de mando militar, no se discute, se ordena y se le hace caso a la jerarquía, y otra muy distinta, la civilidad donde se puede opinar abiertamente y estar o no de acuerdo con un liderazgo. No la tienen fácil.
Así se acercan las elecciones para Congreso y Presidente, en un país que no termina de digerir un escándalo cuando revienta otro, donde la institucionalidad está extraviada y la confianza ciudadana no encuentra figuras o entidades dónde depositarse.