La lengua muerta es la etrusca, hablada por un pueblo que constituye en sí mismo un misterio.
Veintitrés ensayos breves en los que abundan la gratitud y la fina ironía.
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Vida y milagros de una lengua muerta.
Gustavo Arango.
Universidad Pontificia Bolivariana.
Colección “Ensayos”.
2017.
325 Págs
En el principio era el misterio
De la obra del escritor colombiano Gustavo Arango tuvimos noticia al finalizar los años ochenta del siglo anterior cuando publicó Un tal Cortázar, tesis de grado sobre una de sus grandes pasiones literarias.
A través de una minuciosa y entrañable pesquisa, Arango nos guía en su recorrido por las claves intelectuales y personales de un escritor que sigue siendo objeto de culto por parte de muchos lectores en distintas lenguas.
Más adelante publicó Un ramo de Nomeolvides, García Márquez en El Universal, resultado de una investigación sobre el paso del autor de Cien años de soledad por la sala de redacción de ese periódico cartagenero, clave en su primera etapa de formación.
Desde ese momento no ha parado de escribir y publicar en todos los géneros: crónicas, columnas de opinión, notas de prensa, cuentos, poemas y novelas hacen parte de una propuesta caracterizada por el rigor, la variedad temática y la riqueza de matices estilísticos.
Entre las novelas destacan El origen del mundo, finalista en el premio Herralde, Resplandor, una mirada a la sabiduría budista enfocada desde las obsesiones del escritor y Santa María del Diablo, un viaje al corazón de las tinieblas de los europeos que fundaron una de las primeras ciudades en América.
Y ahora Gustavo Arango acaba de publicar el libro de ensayos Vida y milagros de una lengua muerta, editado por la Universidad Pontificia Bolivariana, institución de la que es egresado.
La lengua muerta es la etrusca, hablada por un pueblo que constituye en sí mismo un misterio, pues a pesar de estar en la génesis misma de la historia y la cultura europea ha sido soslayado por numerosos historiadores que han preferido centrar la atención en Roma, deudora ella misma de los modelos políticos, las creencias religiosas, las prácticas rituales y, claro, la lengua de los etruscos.
La presencia del etrusco en el latín y en las lenguas romances le sirve al ensayista para resaltar su papel en la evolución del pensamiento.
Por eso declara que: “No es exagerado afirmar, entonces, que palabras españolas como literatura, letra o estilo, con sus múltiples términos adyacentes (que poseen versiones similares en las demás lenguas romances y en otros idiomas como el inglés) son pruebas fehacientes del sustancial aporte y de la viva presencia de la lengua etrusca en el mundo occidental”.
El lector y el camino
Como todo buen escritor, Gustavo Arango es un lector agradecido. Por eso su aproximación a una lengua solo en teoría muerta es apenas el pretexto para proponernos un viaje hacia otros misterios: los de algunas lenguas vivas y sus autores, no pocos de ellos tan elusivos como los que forjaron el etrusco.
Para empezar, en ensayos como el titulado Los destellos de Dios, la voz del poeta cartagenero Gustavo Ibarra Merlano se despliega en toda su dimensión.
A partir de una lectura del poema Kenosis la palabra recupera la condición sagrada que le ha sido escamoteada por el dogma de la ciencia y la razón.
Al respecto el autor del libro afirma que “Si se tuviera que caracterizar a la poesía moderna, en términos generales, podría decirse que uno de sus rasgos más comunes es la ausencia de Dios. La poesía religiosa como tal, ha sido reducida a un género menor. En un tiempo cuyas tendencias son el exceso de información y la primacía del consumo como ideal de vida, Dios ya no suele ser el origen y el destino de las preguntas esenciales del hombre, sino un producto más en el escenario de la alienación”.
Y así, con ese tono reflexivo y pausado, recorremos un camino que nos lleva del carácter trunco de la obra de Andrés Caicedo a una lectura de Changó, el gran Putas, de Manuel Zapata Olivella. Eso en cuanto a dos autores muy distintos en el panorama de la narrativa colombiana.
Porque también asistimos a su mirada sobre Borges y Chesterson y el especial respeto que los dos autores le profesaron a la novela policial, un género al que el poeta argentino se refiriera como “Síntesis superior hegeliana”.
La condesa de Pardo Bazán, Paul Ricoeur y García Márquez, así como la poesía de Miguel Falquez- Certain avivan nuestro interés gracias a la amorosa aproximación que Gustavo Arango hace a algún aspecto de su vida y obra.
Son, en total, veintitrés ensayos breves en los que abundan la gratitud y la fina ironía. Todo depende de si los autores y las obras abordadas pasan el filtro del agudo sentido crítico del lector.
A modo de recompensa, al final de la lectura de Vida y milagros de una lengua muerta tenemos ante nosotros un puñado de descubrimientos que le rinden tributo a un vocablo clave en la lengua y la cosmovisión de los etruscos: misterio.