Ciertas condiciones ponen en riesgo el orgullo de ser Patrimonio Cultural de la Humanidad. “Si un niño desde pequeño no entra a un cafetal para que mire, y que le vaya cogiendo amor a su tierra, ya el muchacho cuando tenga 17 ó 18 años ya no quiere. Busca otras cosas, y dice, yo por allá no voy a que me piquen los moscos”.
Fotografías por: Elizabeth Pérez
María Idaly López mantiene las botas puestas.
Para salir a recorrer los cafetales cuando llegamos a su finca, completó su indumentaria con un sombrero de paja que la protegía del radiante sol de esa tarde, y un canasto, similar al que usan los recolectores en la cosecha, pero más pequeño.
Hace 14 años tomó las riendas de la propiedad, luego del fallecimiento de su padre, Daniel María López Gallego.
Y aunque él le había recomendado a su esposa, Olga Villada Flórez, que más bien vendiera la propiedad, que no iba a ser capaz de sacar la finca adelante.
El temple de su hija María Idaly le demostró lo contrario.
Las pendientes de la montaña están sembradas con la variedad castillo, “una mezcla que hizo Cenicafé con caturro y arábigos. De ahí sacaron esta variedad, muy resistente a la roya y todo el año tiene café. A algunos campesinos no les gustó, porque elevan mucho, y para la recolección se hace más complejo”, contó.
Mientras caminamos, María Idaly recolectaba los frutos de café maduros.
Un café especial, libre de agroquímicos
Tomar un sorbo de café producido en la finca Buenos Aires, garantiza a su paladar degustar una bebida con un sabor especial.
Alejandro López, hijo de María Idaly, catador internacional de café.
De los cafetales cosechan frutos que saben a chocolate, caramelo y almendra.
De regreso a la casa, María Idaly nos sirvió una taza de esta delicia. Sin azúcar, -como dicen los catadores que debe consumirse el café- para que lo pudiéramos saborear.
De inmediato, las papilas gustativas ratificaron lo que la familia López exhibe con orgullo: ser una finca certificada como libre de agroquímicos.
“La finca tiene cuatro certificaciones como libre de agroquímicos: FLO, FAirtraDE, 4C y UTZ. La primera es de comercio justo; las otras dos son ambientales, y la última, social, enfocada en especial a la familia, al mejoramiento de la casa”, contó.
Foto por Jhon Édgar Linares
Estas certificaciones comprometen a la familia López a proteger las aguas y sembrar más árboles.
Las ONG internacionales que certificaron la finca son las que compran el café recolectado.
Expectativas ante el Foro Mundial del Café
La familia López estuvo atenta, como las otras tantas que cultivan el grano en el Eje Cafetero, de las conclusiones a las que llegaron los países productores de café, reunidos en el Foro Mundial del Café, en Medellín.
“Tenemos expectativas de que esto va a ser muy bueno, en un futuro, pero en este momento, así como vamos, no vamos a hacer nada, porque en verdad los precios del café, aunque ahora están buenos, necesitamos más, o al menos queremos que aquí en Colombia consuman más café, porque venderíamos más y sería mejor para nosotros”, dijo María Idaly.
El Paisaje Cultural Cafetero
Buenos Aires, finca que está próxima a cumplir 50 años de producción cafetera, es una de las que hizo posible lograr que la Unesco declarara el Paisaje Cultural Cafetero, PCC, como Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Es el primer paisaje cultural vivo y productivo declarado en torno al café, en el mundo.
“El PCC ha atraído a muchos que se han venido para el Eje Cafetero y les ha gustado”, destacó María Idaly.
Sin embargo, advierte sobre la falta de mano de obra para la recolección de la cosecha.
Preocupación compartida por los expertos caficultores reunidos en Medellín, y que incluso pone en riesgo el orgullo de haber logrado la declaratoria de PCC en junio de 2011.
Porque aunque vidas como la de la familia López gira en torno al café, es indispensable asegurar el arribo de recolectores, en especial para la época de cosecha que se avecina.
María Idaly López rodeada de su familia.
La ausencia de recolectores y de las tradicionales chapoleras, “también va de la mano del gobierno, porque en este caso, donde vivimos, a los muchachos no se les puede dar trabajo porque son menores de edad”, dice María Idaly.
“Si hubiese la forma de que fuera como antes, que los muchachos después de sus labores de estudio tomen ese otro medio tiempo, y pudiesen entrar a los cafetales a coger café, uno les podría dar trabajo, pero es que no nos lo permiten. Por ahora no lo podemos hacer. Estamos luchando para que el Ministerio de Trabajo lo autorice”, dijo.
Una de las maneras de conservar el PCC es incentivar la identidad cafetera.
La fórmula está servida. Es cuestión de enseñanza y aprendizaje.
Así lo asegura María Idaly:
“Si a un niño desde pequeño uno no lo entra a un cafetal para que mire, que le vaya cogiendo amor a su tierra, ya el muchacho cuando tenga 17 ó 18 años ya no quiere. Busca otras cosas, y dice, yo por allá no voy a que me piquen los moscos”.
Nuevas generaciones de familias caficultoras cuyo futuro es incierto con relación al café.
En Buenos Aires, la brisa hace honor al nombre de la finca.
El aroma cafetero se entremezcla con el canto de los pájaros y el arrullo del agua, ambiente en el que crece Emmanuel, el más pequeño de los ‘retoños’ de esta tradicional familia cafetera.