El testimonio de Albert Marín, una víctima de la guerra en Colombia, que aprendió a perdonar

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A pesar de haber sufrido el despojo de su tierra  y de padecer  el asesinato de  sus familiares  a  manos de las Farc, este hombre de 76 años decidió emprender el camino de la reconciliación. Actualmente  trabaja en defensa de los derechos de las víctimas del conflicto armado en Risaralda.


Fotos por: Elizabeth Pérez P.

De la guerra a la paz

Pasar la página de la guerra en Colombia y empezar a escribir el capítulo de la paz, es el reto histórico que afrontamos como Nación.

Dos de los protagonistas de esta confrontación: el grupo insurgente de las Farc y el Estado colombiano, decidieron en agosto de 2012 dar el primer paso.

El país recibió, entre asombro y escepticismo, el anuncio del presidente Juan Manuel Santos del inicio del proceso de paz con las Farc.

El 19 de noviembre de 2012 arrancaron en firme las negociaciones con la instalación de la Mesa de conversaciones en La Habana, Cuba.

“El proceso de paz no tiene vuelta atrás”, dijo el presidente cubano Raúl Castro en el acto de instalación de la Mesa.

 

santos y timochenko - Paz -Foto tomada de El Heraldo

 

Pasaron cinco años. El 27 de junio de este 2017, ya firmado el Acuerdo Final entre el gobierno y la guerrilla, el país recibió otra noticia histórica: las Farc le dijeron ‘Adiós a las armas’ como forma de lucha política.

En la zona veredal de normalización en Mesetas, Meta, quedó el registro oficial para la historia de la dejación definitiva de las armas por parte de esa guerrilla, que tuvo como garante a la misión de la ONU.

 

Foto tomada de La BBC

Un sobreviviente líder en Pereira

Mientras todo eso sucedía, Albert Marín Sánchez seguía con las bregas en las que se metió, y que le han costado reiteradas amenazas de muerte: trabajar en defensa de los derechos de las víctimas del conflicto armado en Risaralda.

Es el coordinador de la Mesa Municipal de Víctimas en Pereira.

Albert Marín

Aunque es discreto frente a su situación personal, admite su condición de víctima de las Farc.

Sabe con certeza que a su hija Elvia Pati, que tenía 33 años, y a su nieta Laura Vanessa, de 11, las mató esa guerrilla. También a su yerno.  Pero la tragedia no terminó allí: tiempo después, su esposa Olga Escarpeta murió de cáncer, enfermedad que según Albert le apareció luego de padecer el desplazamiento.

 

“Los despedazaron. Por retaliación de no haber aportado dos millones de pesos mensuales para la guerra, en la que yo no tenía nada que ver”.

 

Esa era la suma que le exigían las Farc.

Nunca se le olvidará la mañana del 8 de septiembre de 2008, cuando llegaron 16 guerrilleros a la finca Las Brisas, que compró en la vereda San Juanito, del municipio de San José del Palmar, en el Chocó.

En ese lugar vivía solo, luego de pensionarse tras treinta años de desempeñarse en distintas labores en el periódico El Espectador en Bogotá.

Justo tres meses después, el 8 de diciembre, salió  desplazado de su tierra y se reunió con su familia en Dosquebradas.

“Me desplazaron, amor, me quitaron la tierrita. No tengo sino este vestido”, le dijo a Olga, su mujer.

En ese momento creía   haberse puesto a salvo.

Sin embargo, la violencia los alcanzó: los cuerpos de sus familiares aparecieron despedazados el 8 diciembre  de  2009, Día de las velitas, en una zona rural de Cartago.

 

El ruido de las balas no permite escuchar las ideas

 

Este abuelo de 76 años le pone el pecho a reclamar no solo lo que es suyo, sino lo que los ‘señores de la guerra’ le arrebataron a las 48 mil víctimas que él representa.

Albert Marín, que vive en carne propia las secuelas del desplazamiento, es la voz que se alza para reclamar atención, dar orientación y ayudar como puede a quienes lo perdieron todo en medio del conflicto.

 

“Como víctimas, nos metieron a un conflicto de dos fusiles, por una incoherencia, por una terquedad, de que usted tiene la razón y yo también”, dice.

 

En el país, son 7 millones 176.886 las víctimas de desplazamiento forzado, según los registros de la Unidad para la Atención y Reparación a las Víctimas.

La cifra aumenta a 8 millones 116.984, incluidos otros crímenes cometidos en medio de la confrontación.

 

Del odio al perdón y la reconciliación

El odio carcomía su corazón, su mente, su cuerpo.

Los pensamientos de venganza pasaban como ráfagas por su mente.

Albert Marín pasaba horas y horas maquinando cómo matar a los que asesinaron a su familia y lo dejaron solo en el mundo.

 

“Una vez me dio la chiripiorca de llorar por mis hijas, con un dolor tan grande… Y vi que me estaba matando yo mismo, enfermándome de sentir ese odio”, dice.

 

Entonces, de golpe, a las tres de la mañana de un día que ya no recuerda con exactitud, “me senté. Cogí la Biblia, que es mi espada de toda la vida. Me tiré al piso. Y le dije: Señor. Vamos a hablar. Quiero perdonar a los que me mataron a mis hijas. Ayúdeme”.

En esa conversación diaria que sostenía con Dios, un día le dijo: “Señor: búsqueme la formita. Yo no los conozco. Yo no sé cómo es un guerrillero”.

Pedido que fue atendido ese mismo día.

A uno de los paneles de Reconciliación, en la Universidad Libre, a los que Albert Marín es invitado, llegó Bibiana, una joven reinsertada de las Farc, organización insurgente en la que militó diez años.

Fue un encuentro sorpresivo. Cuando supo, Albert recuerda que fue como si le hubiera caído un baldado de agua fría. “Quedé helado”, dice. Pero decidido a cumplir con el compromiso hecho consigo mismo.

“Ella estaba temblorosa. Después me confesó que pensó que la iba a matar”.

Albert tomó la iniciativa y le habló:

“Quiero comentarle una cosa: a mi hija, las guerrillas me la mataron. A mi nieta, las guerrillas me la asesinaron. A mi esposa no me la asesinaron, pero haga de cuenta que lo hubieran hecho, porque en el desplazamiento ella murió de cáncer. Y no lo tenía. Quedé solo. Y estoy solo. Pero hice un juramento ante Dios de que les iba a perdonar a ustedes lo que me han hecho. Yo, como víctima, le perdono a usted, Bibiana, la perdono de corazón, haya sido usted o no”.

Reconciliación que terminó, como si fuera el desenlace feliz de un drama de película, solo que en la vida real, con testigos y todo, con abrazo, beso y llanto.

“Don Albert, yo necesitaba eso”, le dijo la ex combatiente.

 

Y ahí, este abuelo reconoce que la vio como un ser humano, sin el lastre de ser nombrada como enemiga.

De eso hace algo más de dos años, en los cuales ha florecido una amistad sincera.

Y el corazón de Albert dejó de sangrar por la herida abierta que tenía.

“Cuando dije que voy a perdonar, cogí el corazón y le quité el remiendo que tenía. Y dije: saco rencor, saco odio, saco resentimiento, saco venganza. Y dejé el nombre de mis hijas”.

Bibiana contó con suerte. Otros ex combatientes deben afrontar a diario la estigmatización y señalamientos como guerrilleros, en los barrios donde viven.

 

Paz, tres letras difíciles de conjugar con la realidad

 

Albert Marín reconoce que quedó muy impactado cuando dijeron: “Firmemos la paz”.

Sin embargo, también admite que “uno se confunde”. Y lo dice como líder y  víctima de desplazamiento forzado.


Sabe por experiencia propia que otros grupos armados siguen en los territorios.

Conoce la situación precaria en que viven la mayoría de las 48 mil víctimas que representa en la Mesa Municipal de Pereira.

Y aunque el gobierno cacaraquea’ sin cesar que “las víctimas son el eje central del Acuerdo de paz”, y hagan parte del Acuerdo Final como lo señala el punto 5, este abuelo enfatiza que: “la voz, al unísono, de las víctimas, es denos la indemnización. No dejamos de ser víctimas, pero dejamos de ser desplazados”.

Considera que con ese dinero, cada familia, cada persona desplazada, puede empezar una iniciativa de negocio que la saque de la delicada situación económica  que atraviesa en la actualidad.

Porque  para Albert Marín, “la paz es salud, es educación; es convivencia en el hogar; es trabajo; es comida… Tres letricas que se les han dificultado mucho”.

 

La historia tras la noticia

2 COMENTARIOS

  1. Este señor es un estafador.. A él no lo desplazó la guerilla…. Nunca vivió en esa finca.. Es pensionado de la ciudad de Bogotá. Donde vivió toda su vida., su hija no la mato la guerilla.. Murieron en un accidente automovilsitico. Como No corroboran la información de las personas que representan a las víctimas y verifican Si es real lo q dicen.. Ha sacado provecho de sus mentiras.. Y las verdaderas víctimas no reciben nada x estafadores cómo este.

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