La ciudad nos habla…
Hay algo en las plazas, en los andenes y parques que corresponde a una dimensión de lo humano que va más allá de las construcciones físicas. Es lo que hemos denominado ciudadanía, la forma en que los humanos entramos en relación, entre nosotros, en el espacio público de la ciudad.
En la plaza de Bolívar estuve conversando con un jubilado que, para pasar la vida ocupado, decidió tomar retratos, como él los denomina.
“Una imagen la toma cualquiera, y para ello solo se necesita un celular. Pero eso no es un retrato”
Me recordó el texto de Walter Benjamin, la obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. No pude evitar relacionar sus palabras, este recuerdo, y las exhibiciones de arte que por estos días podemos contemplar en Pereira.
Muchas de las obras de arte contemporáneo, así como los selfies y las publicaciones de nuestros recuerdos en las redes sociales, son apenas el destello de un instante, que se abandona rápidamente para pasar a la imagen siguiente.
En otro lugar, en la Plaza Cívica Ciudad Victoria…
los artesanos ubicados en carpas esperan ansiosos a los turistas que descienden de sus buses para realizar “la venta del día”. Para los visitantes, en cambio, tal vez las carpas atravesadas en el recorrido peatonal representen sólo un obstáculo indeseable en el camino que los lleva al centro comercial cercano. Una invasión del espacio común y público que se requiere para recorrer la ciudad.
Allí mismo, en la Plaza, se me acercó un joven…
“Fui un drogadicto durante dieciséis años, y ahora estoy curado”
Interesada en su historia le pregunté sobre su proceso de desintoxicación.
“No hay ningún método. Lo que no puede Dios no lo puede nadie. Ahora no fornico, no bebo, no trasnocho, y, ni mucho menos, meto”
Me conmoví pensando en las necesidades sicológicas de sujeción que tenemos los seres humanos. Desde su nueva y relativa “normalidad”, con entusiasmo exultante recorre las calles vendiendo comestibles y suvenires. Apegado a su profesión de fe, está lejos de tener una autonomía de la decisión, y apenas si se conduce en la incertidumbre de lo humano dominado por la voz de su pastor.
Finalmente, meditando en tantas historias de hombres y mujeres que habitan el espacio físico y simbólico de la ciudad, cada uno con su carga de subjetividad, fui avisada por mi acompañante de que estaba intentando cruzar por la mitad de la calle. Pude comprender mejor, en ese momento, que en la ciudad la acera opuesta y el punto de vista del Otro se alcanzan cruzando la cebra.
Entonces, la cebra que habla nos dirá algo sobre el lugar en el que vivimos, nos hablará de los demás y de nosotros mismos, y nos mostrará que en el espacio público de la ciudad, además de seres humanos, somos, ante todo, ciudadanos.