Antojos |
Cada sábado tenemos la sección Antojos, un espacio para leer fragmentos de libros publicados por Sílaba Editores y reseñados en La cebra que habla.
Prólogo
Pedro Gómez Valderrama publicó Muestras del diablo en 1958, bajo el auspicio del grupo Mito. Es uno de esos títulos que corroboran el puesto primordial que tuvo este grupo de intelectuales en la renovación de la literatura colombiana del siglo xx. Los tres ensayos que conforman el libro tratan sobre el mundo de las brujas y la demonología y su desplazamiento de la Europa antigua y medieval a la América colonial.
El tema hace pensar, a primera vista, más en un libro de ensayos históricos y esotéricos atraídos por lo diabólico, que en uno de consideraciones propiamente literarias. Pero si se nutre de la historia de los demonios en Occidente, Muestras del diablo goza también de las esencias estéticas que caracterizan al ensayo. Su escritura se plantea como una lección de estilo, las referencias enciclopédicas son de una erudición no aplastante sino regocijante, y el humor y la malicia, llevados de la mano por la honda reflexión sobre la condición humana, planean a lo largo de sus páginas.
Gómez Valderrama tenía 35 años cuando publicó este libro, y ya era dueño de las claves que presentará en su obra posterior. Por ello mismo, Muestras del diablo, siendo una obra primera, no es un libro peldaño. Es decir, no puede entenderse como la expresión de un aprendizaje en proceso. Sería mejor asumirlo como un libro abanico. Y quien lo escribe no es un aprendiz de brujo sino un Maestro, el Maese Pedro, que despliega su saber a lo largo de una especie de amplitud cultural, para que el lector encuentre allí las temáticas, los personajes, las atmósferas con que se construirá, después, uno de los ámbitos cuentísticos más fascinantes de la literatura Colombiana.
Porque, en efecto, Muestras del diablo actúa como una cantera. Y resulta una labor emocionante, realizada de adelante hacia atrás, reconocer en los cuentos de Pedro Gómez Valderrama los ejes sobre los que gira este libro de ensayos. Y señalo la dirección del cangrejo, porque la mayor parte de los lectores de hoy entran al universo de Gómez Valderrama por sus cuentos magníficos (“El corazón del gato Ebenezer”, “El hombre y su demonio”, “La procesión de los ardientes”, “Las músicas del diablo” y “Los pulpos de la noche”), para después desembocar en sus consideraciones sobre gentes engañosas, los aquelarres y sus respectivas represiones.
En Muestras del diablo el erotismo se plantea, además, como un acto enlazado con la hechicería. De ahí que pareciera ser un erotismo hijo de las consideraciones de Bataille. Es decir, que apunta siempre a la transgresión y a la rebeldía. Erotismo y libertad se abrazan en estos eruditos y deliciosos ensayos con una habilidad inquietante. De hecho, el ansia de libertad es, a juicio de Gómez Valderrama, el impulso crucial que mueve los centenarios ritos brujeriles. Ritos que surgieron en torno a las divinidades paganas de la fertilidad, que pervivieron en medio de la histeria colectiva provocada por el tribunal de la Inquisición y que continuaron desarrollándose en las playas, bosques y selvas de los virreinatos hispánicos. Ritos nocturnos, ilegales, sacrílegos que tuvieron, a su vez, como rampa, la práctica libertaria de la sexualidad.
Ahora bien, es la libertad, y sobre todo su limitación y no tanto su consecución, lo que atraviesa el periplo presentado en Muestras del diablo. Y es por esta razón, acaso, que la curiosidad de Gómez Valderrama hacia el mundo de los ensalmos, los maleficios y los demonios no parte del miedo o de determinadas fobias propiciadas por los andamiajes del poder cultural. El interés por la brujería y la dosis de “mal” que sus coordenadas generan, es una cuestión propiamente cognoscitiva, por no decir sociológica, o por evitar decir poética.
Todo ese conglomerado de sectas nocturnas y subterráneas que indagan en el cielo, las plantas, las alimañas y los flujos de la tierra, son ante todo expresiones peligrosamente poéticas que, de una forma u otra, terminan involucradas con la política y la religión. Y en tanto que se han presentado como prácticas liberadoras y sexuales han atentado siempre contra la Iglesia y el poder oficial de los Estados occidentales. En esta perspectiva, en el último de los ensayos, “El engañado”, la conclusión de Gómez Valderrama no puede ser más reveladora: “El diablo tiene que ver mucho con la libertad. En el fondo Satanás es un modo de buscar la libertad frente al dogma severo de la religión. El que explora la naturaleza, el alquimista, el científico, terminan siendo siempre hombres de Satán”.
En realidad, fue ese pequeño círculo de Mito, que trataba de superar la violencia partidista con el esperanzador proyecto del Frente Nacional –proyecto que resultaría fallido–, el que celebró la publicación de Muestras del diablo. Los críticos del establecimiento católico, por su lado, recibieron este libro como el fruto de un ocio más o menos depravado de un intelectual liberal. Ahora, más de medio siglo después, Sílaba Editores hace esta nueva y necesaria edición. Celebrémosla, entonces, con holgura, y concluyamos que Muestras del diablo sigue siendo insular y nada de su sendero perturbador, por el que transita un ensayista ejemplar, se ha deslustrado.
Pablo Montoya
Envigado, febrero de 2017