Llegamos a la casa de la señora Blanca Ligia Ramírez en el barrio Los Álamos, justo para su cumpleaños número 89. Cuando al felicitarla agregamos en tono jocoso que estaba muy joven, ella responde: “y que le dicen estas canas y estas arrugas jovencito”. Y así empezamos a oír esta historia de su propia voz.
La llegada
La señora Blanca Ligia Ramírez llegó al barrio Cohapro (Cooperativa Habitacional de Profesores), hace 54 años. En ese entonces no tenía casa propia sino un hogar estable conformado por once hijos y su esposo, el señor Sócrates García. Mucho antes de su llegada al sector, su cuñado Luis Gonzaga Zuluaga Ruiz, un magistrado conocido en la ciudad, pudo acceder a un terreno en el lugar, ya que solo vendían predios a profesionales, y empezó su proyecto de vida junto a su esposa y sus siete hijos más.
Sin embargo, la bienvenida de los Gonzaga a Cohapro no fue la mejor. Un día después de trasladarse asesinaron al celador del lugar, además, comienzaron a verlo todo como un bosque. Su cuñada recuerda que cuando abrían la puerta lo primero que encontraban eran culebras en su jardín. El panorama del lugar aún no estaba del todo claro para habitar ahí y hacer el sueño realidad de tener un hogar.
El señor Gonzaga se reunió con la corporación o junta comunal del sector y resolvió dos cosas: se iba del lugar, y en su reemplazo solicitó que aceptaran a su cuñada Blanca Ligia Ramírez, justificando que la mujer tenía un hogar con once hijos a cuestas. El tema se debatió durante un tiempo hasta que fue aceptada por los vecinos quienes le dieron una cálida bienvenida haciéndola sentir parte del barrio.
Gerente de la Corporación
Con una familia numerosa, Blanca Ligia, quien tenía (y tiene) un gran carisma, cayó en gracia ante los integrantes de la corporación y entre los vecinos. La llegada -en sus palabras- fue una bendición, porque rápidamente se conviertió en gerente de la misma y su primera gestión sería todo un reto: cambiarle el nombre al barrio.
A primera vista, según ella, el asunto parecía imposible debido al trámite legal, los papeleos, además del hecho de encontrar gente clave en la administración de la ciudad, para intentar cambiar la personería jurídica del barrio. Inicialmente, los miembros de la Corporación, ya venían pensando la idea, pero hasta la llegada de Blanca Ligia, nadie quería hacerse cargo. Así que como buena pereirana, asumió el compromiso y así empiezó a formarse un nombre como gestora, aunque en el fondo sabía que la tarea no iba a ser nada fácil.
En su búsqueda incanzable, encuentra un asesor tributario, el doctor Óscar Montoya, quien se ofrece ayudarla en el proceso, y también su vecina, la abogada Gloria Fernández de Vallejo, confiando en Blanca Ligia, le dio el aval para firmar cualquier documento sobre el mismo tema. Pero en realidad, no todo fue tan sencillo, ya que vecinos como el señor Jesús Antonio Henao fueron renuentes a firmar documentos, alegando que eso sería un pretexto de los políticos para intentar subir los impuestos y, según él, todos los habitantes del barrio saldrían perjudicados.
En este, su primer reto, habían voces que intentaban desanimarla, diciéndole que “se había metido en la grande” y que “no saldría viva de todo ese papeleo y esos asuntos legales”. Pero Blanca Ligia se mantuvo serena y confiada en su férrea voluntad como gestora. Su esposo, el señor Sócrates García le transmitió unas palabras de esperanza: “Haga lo que usted sabe hacer, la apoyo”. Así fue que entonces en menos de un año, ella, con su visión emprendedora, logra ponerle fin al nombre Cohapro y todos los vecinos sorprendidos por el suceso, inauguraron el barrio con el nuevo nombre de Corporación Cívica Los Álamos.
En su felicidad por el primer éxito alcanzado, reunió toda la Corporación para darle la noticia, e inmediatamente comenzó a recibir alabanzas como, “Enterraste un muerto” otro decía, “Eso es milagroso” y otro más, “Blanquita de qué te untas”. Blanca Ligia comenzó a perfilarse como la mujer fuerte en el puesto de gerente de la Corporación y cada vez más ganaba confianza entre los vecinos y las administraciones de cada alcaldía en Pereira.
Los Álamos
Y aunque este fue uno de los primeros logros que obtuvo, el barrio realmente no le hacía juego al nuevo nombre de Los Álamos, porque no había sembrado ni un solo árbol de este tipo en el lugar. Así que se arremangó la camisa, se puso las botas, y ella se dio a la tarea de sembrar los primeros árboles con paciencia y bondad.
Y más que una gestión, era el deseo genuino como madre de once hijos, por ver un entorno bello para los suyos. Porque su casa, de 25mts de frente por 45mts de fondo, era conocida ya en el lugar por dos cosas: por su esposo, don Sócrates García, que, aunque no era profesional cuando llegó al barrio fue contador del Banco de Colombia y reconocido por tener muchos amigos, al punto que una frase se popularizó en su tiempo: “Quien no conoce a Sócrates no es de Pereira”; y por los 18 hijos que hasta ese momento ambos tenían en común.
Muy pocos entendían cómo una sola mujer con tantos asuntos qué atender, conservaba fuerzas para hacer todo a la vez. Pero su familia fue clave en todo ese proceso. Así, uno de sus hijos, César García abrió un negocio llamado Rin Rin, donde junto a su amigo Óscar Zuluaga comenzaron a vender arepas con queso y Coca Cola. El lugar, según comentan, era muy concurrido. Y fue la disciplina de este joven, inspirado por su señora madre, además de las considerables ventas, que pudo pagar la carrera de derecho en la Universidad Libre y alcanzar una especialización en Derecho Comercial en la Universidad Javeriana de Bogotá.
Luego César García se fue, y entregó el lugar a Blanca Ligia y ella siguió con la línea de vender arepas con queso y Coca Cola, demostrando así su capacidad de manejar una familia de diezyocho hijos, un esposo y ahora un negocio propio, mientras, por supuesto, continuaba con su trabajo en beneficio de la comunidad de Los Álamos. Otro de sus hijos, como si fuera una herencia familiar, recibiría posteriormente Rin Rin, y pondría un supermercado, que conservaría de igual forma muchos clientes hasta la actualidad.
Los primeros retos
El barrio Los Álamos en ese tiempo no era como se conoce ahora, con casas imponentes, calles pavimentadas, parques y todos los servicios. En ese entonces era como una finca grande de calles rústicas sin pavimentar, sin acueducto y por ende sin agua y un entero polvero.
El alcalde Fabio Alfonso López fue clave en otra de las gestiones importantes que haría Blanca Ligia, pues gestionando en la administración de este burgomaestre se logra pavimentar un tramo en el barrio y posteriormente instalan el servicio de agua potable. Los vecinos del nuevo barrio Los Álamos, bailaron de nuevo toda la noche y celebraron este nuevo logro de Blanca Ligia.
Sin embargo el esposo de ella, don Sócrates García comenzó a incomodarse porque su mujer se mantenía ocupada, y se indisponía frecuentemente porque a la hora del almuerzo no estaba ella para que lo atienda como se debe a un marido. Pero el hombre entendió poco a poco que su mujer había nacido o llegado al sector para dejar una huella imborrable entre los vecinos y la ciudad. Afirmando su hombría, sus palabras de afirmación para con ella fueron: “¡que guapita!”.
Los mafiosos
Otro de los muchos retos a los que tuvo que enfrentarse esta dama, fue, el tener que confrontar a varios mafiosos que se habían instalado en el barrio a inicios de los años ochenta en adelante. Específicamente cuando uno de ellos al ensanchar su casa, lanzaba indiscriminadamente escombros junto a una reserva ecológica. Sin titubear Blanca Ligia tomó el teléfono y con voz de autoridad exigío una explicación sobre el daño que estaba causando. Cuando el hombre escuchó su nombre por la bocina, respondió: “Doña Blanca, no se preocupe que en cuestión de horas le limpio el lugar”, y efectivamente contrató a 35 volquetas para dejar el lugar intacto, limpio y con buena presencia.
En otra ocasión, según cuenta, un contador amigo, el señor Pedro Lemus, quien era el que declaraba la renta a la señora Martha Robner, le pidió a Blanca Ligia un favor que él mismo no se atrevía a realizar: solicitarle la cédula de ciudadanía a un mafioso para terminar el papeleo de una venta, que la señora Martha Robner le había encargado a su cliente. Inmediatamente ella tomó el teléfono, se presentó y en cuestión de media hora ya tenía la cédula en la mano del hombre en cuestión. El contador sorprendido, no lo podía creer, pero el solo nombre de Blanca Ligia inspiraba (e inspira) respeto dentro del barrio Los Álamos.
El CAI y el parque
En el nacimiento del barrio, y hasta el momento en que se dan todas estas gestiones, todavía se ve necesidad de implementar varias cosas más. Blanca Ligia, inquieta, se plantea otra meta, fundar un C.A.I. Influenciada por un sermón dominical del padre Francisco Pineda que había dicho que la gente del barrio estaba muy aburrida con la inseguridad, lo primero que hace al día siguiente es ir a la gobernación y solicitar un C.A.I. Se lo aprueban con la condición de que debían sostener a los agentes públicos. Así les envían tres policías y ella, con ayuda de los vecinos, consigue una greca, café fresco, azúcar, una vajilla, galletas integrales y un incentivo en dinero para los agentes.
Después de esto, Blanca Ligia ve otra oportunidad de más gestión para su comunidad. Así, donde ahora es el parque central, la iglesia y la casa del comandante (antes del gobernador) ve que el lugar es un abismo. Con esta situación en mente, se encuentra casualmente con un ingeniero de obras públicas llamado Jaime Gallego López y le comenta su necesidad.
El hombre promete rellenar el lugar sin cobrar nada, y en menos de dos semanas el abismo había cambiado de aspecto. Los vecinos se alegraron por ello y dejaron pasar un tiempo para que creciera la grama, pero al ver que el terreno era grande y sólido, la gobernación planeó construir un cuartel de ejército en el sector. Los profesionales, y vecinos del barrio se reunieron y se opusieron rotundamente a esta iniciativa. Y es con el pasar del tiempo, y con la comunidad unida, que logran hacer un bello parque del que hoy pueden disfrutar sus hijos y nietos, además de permitir la construcción de la casa del gobernador (hoy del coronel de la policía de Pereira)
Y por último (entre muchas hazañas y gestiones de esta reconocida dama), en un intento de invasión de gente ajena al barrio, ella misma le cuenta al secretario de planeación, en ese entonces, el señor Fabio Villegas y el funcionario toma cartas en el asunto mandando a desbaratar las covachas. En el mismo lugar, los moradores cercanos siembran tomates, y en agradecimiento con Blanca Ligia le dan lo mejor de la primera cosecha.
El final de una época
Después de 17 años de trabajo con la comunidad, Blanca Ligia se ve confrontada a dejar el cargo que había aprendido a querer por amor al lugar y a los vecinos. Un hijo que vivía en Estados Unidos desea que se vaya a vivir con él porque la extraña, y también la incentiva a salir del país para que descanse. La gestora piensa la opción, pero está encargada de la Corporación, además de empezar sus estudios de teología en el Seminario Mayor. Dos pasiones que al tomar la decisión de irse debía dejar a un lado, no sin sentir un tremendo pesar.
Al salir aprobada la visa para el país del norte, entrega el cargo de gerente de la Corporación al ingeniero Diego Hurtado. La junta no quiere que ella salga, pero ya es una realidad que se va para Estados Unidos a vivir al lado de uno de sus hijos y cerrar así una época de hazañas para el bien de la comunidad de Los Álamos.
Años después de irse, regresa y se queda viviendo en su apartamento en el edificio Fénix en Los Álamos. Así en la actualidad sigue celebrando la vida, a pesar de que su señor esposo Sócrates García haya fallecido muchos años atrás. Ahora son los buenos recuerdos los que la sostienen, especialmente el haber tenido diezynueve hijos que educó con paciencia y sabiduría, y su gestión de 17 años a favor de la comunidad de Los Álamos.
Blanca Ligia Ramírez es ahora una mujer de 89 años que ama a Dios y sigue creyendo que la vida, y que aunque tenga comienzos difíciles, dice, vale la pena luchar por ella.