El confinamiento ha obligado a mucha gente a buscarse la vida de cualquier manera, a crearse un ‘puestito de trabajo’, eso que en otras partes llaman el rebusque, el difícil arte de sobrevivir, mucho más en épocas de crisis; inventándose oficios sobre la marcha, nunca mejor ejemplificado como aquel de los mercados móviles, un emprendimiento que no era del todo desconocido en Bolivia, pero que se ha ido consolidando y alcanzando notoriedad estas semanas, quizás para no irse nunca más, como el inefable coronavirus, causa de nuestros lamentos y pesares.
Si bien, desde hace algunos años las pequeñas camionetas de fruta pasaban periódicamente por los barrios residenciales, con sus estridentes altavoces anunciando las bondades de sus productos; a raíz de la pandemia, muchos vendedores optaron por conseguir algún vehículo para montar el típico puesto de verduras que vemos en los mercados populares. De ahí surgieron varias especialidades, como el coche de los pollos y huevos, el de la carne de cerdo, alguno que otro comerciante de pescado y, las más requeridas, las camionetas con todo tipo de verduras y hortalizas, que se han convertido en auténticos salvavidas para abastecerse de productos frescos y a precios asequibles. Cómo es el ingenio de la gente que varios transportistas de pasajeros arrancaron los asientos de sus minibuses para dedicarse a vender alimentos básicos, sin mayores restricciones.
El gastronauta, en sus recorridos periódicos (ahora solamente una vez por semana, forzosamente) por su ciudad y, más triste que caracol en su concha, al ver todos los restaurantes, confiterías y demás sitios cerrados por la coyuntura, se ha dado a la tarea de observar cómo ha cambiado el paisaje urbano, otrora bullicioso y poblado. Estos días, los pocos lugares con concentración de personas son, lógicamente, los mercados zonales, supermercados y oficinas bancarias. En cercanías de estos establecimientos, se han apostado vendedores que han cambiado de rubro, forzados por las circunstancias.
Ya no es raro toparse con puestos improvisados o vendedores ambulantes que ofrecen diversidad de artículos que ayuden a combatir la pandemia. De estos, los más requeridos son los barbijos o tapabocas, prácticamente desaparecidos de las farmacias pero abundantes en la calle, confeccionados con todo tipo de materiales, mayormente artesanales de dudosa protección sanitaria. Posteriormente aparecieron los protectores faciales elaborados con acetatos en talleres locales, así como todo tipo de gafas o mascarillas de uso industrial de procedencia china.
En otros puestos se ofrecen los productos de limpieza (hipoclorito, gel de alcohol) con sus correspondientes atomizadores de variados tamaños para llenar de alcohol desinfectante. Pero la mercancía más novedosa ha sido descubrir unas bateas metálicas de poco calado con su infaltable paño, ya que se ha puesto de moda que cualquier casa comercial, edificio de apartamentos, farmacia u oficina, ponga en la entrada este sencillo artilugio para desinfectar zapatos.
En las aceras de bancos y supermercados he notado con curiosidad la oferta de ramos de eucalipto (regaladamente impensable en otros tiempos), manojos de retama y otras hierbas, pues alguien propagó en las redes sociales que estos vegetales son una barrera protectora (baños de vapor en casa y eso) contra el coronavirus y otros malos espíritus. Lo dicho, el eucalipto se vende como pan caliente a falta de otras pócimas mágicas.
Y así, muestras de pequeños negocios improvisados, inevitablemente tolerados por las autoridades por razones obvias, se ven cotidianamente en todas las avenidas principales a la caza de los transeúntes, cuando antes de la emergencia sanitaria se los tentaba con empanadas, refrescos, golosinas, etc. Sitios insospechados como hostales o pensiones transformados en coquetas tiendas de abarrotes y hortalizas orgánicas. Sastrerías, incluso de gran elegancia, convertidas en escaparates de ‘trajes de bioseguridad’. Vehículos que recorren barrios con sus fumigadoras portátiles de motor para desinfección domiciliaria. En los mercados más grandes no faltan individuos, cubiertos de pies a cabeza con monos impermeables que, mochila fumigadora a la espalda, supuestamente desinfectan a los interesados por unas pocas monedas. Y cómo no, ante el auge de la bicicleta para movilizarse, por todas partes se han visto cartelitos con la leyenda de “se cuidan bicicletas”, principalmente en las inmediaciones de los bancos y financieras a donde la gente acude a cobrar los bonos que el gobierno ha dispuesto para paliar la cuarentena.
Renovarse o morir, parece ser la consigna silenciosa.
*Pueden ver más contenidos de este autor en: Bitácora del Gastronauta. Un viaje por los sabores, aromas, y otros amores