–Oye, Mateo, escuché que el mundo está en crisis.
–Tan boba, siempre ha estado en crisis. Nuestra especie animal también. Fíjate lo que le pasó a Laika, la astronauta rusa.
–En serio, amigo. Ahora las cosas andan patas arriba. Date cuenta que hay poca gente en las calles, que hay poco ruido. El mundo anda confinado. ¿Ves lo que tiene puesto nuestro renacuajo paseador?
–Es un tapabocas.
–Pues claro que es un tapabocas, tonto. ¿No has notado que desde hace unos meses para acá, siempre que nos lleva de caminata por el barrio, cubre boca, nariz y usa guantes?
–Sabés qué, Bimba, a mí me da dificultad entenderle a veces lo que nos dice.
–A mí también se me dificulta captar el sentido de sus mensajes. Me late, además, que es neurótico y vive pegado de su celular preguntando por sus papás.
–Se ha vuelto maniático con el uso del alcohol y el gel. Qué pereza. Él no era así. Ya casi ni nos acaricia.
– Ah, bueno, ahí sí cumple órdenes de los patrones.
–¿Cómo así?
–Melania, mi dueña, le dijo que tratara de tocarme lo menos posible. Hay que evitar el contacto para evitar el contagio. La dueña de Caroline le prohibió que le diera Dog Chow como aliciente para que caminara.
–¿Cómo así? No sabía estas novedades. Me acabo de enterar.
–A ver, a ver, amigo. Pregunta número uno: ¿En qué país vives, ah?
–Tan boba, pues en Colombia.
– Bien, vamos entendiéndonos. Pregunta dos: ¿Sabes que ocurre en tu país?
– Pues fuera de la muerte de los líderes sociales, no sé qué más esté pasando.
– Para tu ilustración te cuento que estamos en pandemia, que es tanto como estar a expensas de una enfermedad china comunista que se propaga por ahí, como si nada.
–¿Y peligramos como especie, Bimba?
–Es complicado responder esa pregunta. Aún no hay epidemiólogos caninos; aún no hay estadísticas perrunas y en realidad no interesamos, como algoritmo, a Tedros Adhanom Ghebreyesus, el director de la Organización Mundial de la Salud.
–¿Y entonces?
–Simplemente estamos expuestos como los humanos e igual debemos tomar medidas, cuidarnos y guardar el distanciamiento social.
–¿Distanciamiento social? ¿Qué es eso?
–Perdona, Mateo, que sea explícita contigo: me sorprende que vivas en estrato seis y menees la cola sin ton ni son, tan desinformado, tan carente de datos, tan universitario.
–¿Y yo qué culpa si en casa escuchamos pocas noticias? Danielito se la pasa en el cuarto aprendiendo posiciones de kamasutra en zoom; Sandra se la pasa en teletrabajo con una compañía de seguros y Ramón, mi desocupado dueño, no hace sino ver deportes. Anda preocupado por el destino de James. Odia a Zidane.
–Entiendo tu precaria situación intelectual.
–Y yo quisiera comprender la complejidad de la tuya. Por eso te pregunto qué significa el distanciamiento social.
–Significa que deberíamos estar a metros de nuestros semejantes: no olisquearnos, no reconocernos por detrás, no seguir las huellas urinarias de los otros, cero moteles improvisados y en lo posible, dejar de ser voyeristas, porque la enfermedad, querido, puede estar en el aire, en la mirada lasciva.
–¡Por la concha de mi madre!, nos jodimos entonces.
–Te exijo, Mateo Aldecoa, que frente a mí cuides el uso procaz de tu lenguaje. Abomino de tus expresiones escatológicas y antifeministas.
–Discúlpame, amiga Bimba, pero no sé cómo más traducirte lo que siento. ¿O sea que en este momento podríamos estar contagiados?
–Sin distanciamiento social, sí. Mira lo que hace Lukas con aquellas damas cachorras. Se les acerca demasiado; quiere devorarlas con su hocico, meterse en ellas. Es casi un acosador sexual, un Jeffrey Epstein con cola y correa.
–¿Epstein? ¿Quién es ese perro?
–Olvídalo.
–Tienes razón, amiga, Lukas ha cambiado mucho; el encierro lo tiene loco, desvirolado. Vive en una calentura ese pobre…
–¡Mateooo!
–Perdona, perdona, pero es que me pones nervioso con lo que me dices, amiga.
–Mejor cambiemos de tema, ¿sí? La que está nerviosa ahora soy yo. ¿Qué sabes de Tobías, el San Bernardo coqueto de la otra cuadra?
–Supe que está en estricta cuarentena, o algo así.
Ah, carajo. Que prolonguen la cuarentena, si eso garantiza que nos sigas ofreciendo estas estampas de la dimensión desconocida, mi querido Rigo. Ni el más agudo de los animalistas- o ni el más animal de los agudos- había reparado en las nuevas preocupaciones de sus peludos y neuróticos amigos. Me temo que asistimos a toda una revelación sobre la urbanidad de las especies.
Un abrazo y mil gracias por todo.
Gustavo
Querido Tavo, gracias por ladrar conmigo. Digamos que esta nueva especie de urbanidad confinada pone el hocico en el lugar justo. La dimensión desconocida, como el sabor del milo, la pones tú. Un abrazo inmenso