Por cortesía de Sílaba Editores, compartimos con ustedes un texto completo del libro En el nombre del padre, un libro de crónicas de Juan José Hoyos.
La historia de las palabras
Cada día trae su afán. De la abundancia del corazón habla la boca. El tiempo todo lo cura. Casi todos hemos crecido oyendo estas palabras en boca de gente muy distinta.
En casa, las dicen la madre y el padre. En la escuela, las dicen los maestros. En la iglesia, las dicen los curas.
La gente las llama refranes. Los profesores les dicen proverbios.
Son dichos que los pueblos han guardado en su memoria colectiva por medio del habla o de los libros. En ellos está preservada la sabiduría que han acumulado a lo largo de la vida. Su historia me ha apasionado desde niño.
Algunos están emparentados, aunque la gente no lo sepa, con libros tan antiguos y tan bellos como el de los Proverbios. Otros nacen de la vida diaria, de los oficios, del ingenio de la gente. Algunos tienen un humor desolado: “Cuando uno está de malas hasta los perros lo mean”.
Otros tienen una sabiduría falsa. Baltasar Gracián se encargó de demostrarlo en la vieja España del Siglo de Oro: “Donde fueres haz lo que vieres”. Él corrige: “Haz lo que debes”. “Quien tiene enemigos, no duerma”. Por el contrario: “Que se recoja temprano a su casa, que se acueste luego y duerma, que se levante tarde y que no salga hasta el sol salido”, advierte Gracián. “El tigre no es como lo pintan”. Los cazadores opinan lo contrario: es peor, sobre todo si uno se lo encuentra en medio de la selva… “Perro que ladra no muerde”. Gracián advierte: hay perros que ladran y muerden.
Los temas de los refranes abarcan las experiencias del hombre, sus creencias religiosas, sus leyes, sus enfermedades, su sentido del tiempo; su relación con los animales, con el juego, con el amor, con la muerte. Son una filosofía congelada en las palabras. Muchos, no tienen un autor conocido, ni siquiera patria. Han llegado hasta nosotros de boca en boca desde tierras tan lejanas como Egipto o España o en textos tan antiguos como el Libro de la Sabiduría, El Talmud o las crónicas de Heródoto y Plutarco.
¿Por qué hablamos como hablamos? A lo largo de la historia se han dedicado muchos libros a responder esa pregunta. Como el Libro del Buen Amor, del Arcipreste de Hita; Refranes que dicen las viejas tras el fuego, de Iñigo López de Mendoza; Diálogo de la lengua, de Juan de Valdés.
Uno de los esfuerzos contemporáneos más grandes es el Nuevo Tesoro Lexicográfico del Español, una obra descomunal escrita a lo largo de veinte años por los catedráticos Lidio Nieto Jiménez y Manuel Alvar Ezquerra, publicada en España el año pasado. En ella, los autores rastrean la historia de más de cien mil palabras y dichos de la lengua española, desde el siglo XIV hasta 1726, fecha en que apareció nuestro primer diccionario.
Sin contar con los recursos bibliográficos de los autores de este estudio, en Colombia hay una larga tradición de escritores que se han ocupado de la historia de nuestra lengua y nuestros refranes. En Antioquia, me parecen admirables los libros escritos por Jaime Sierra García sobre los refranes antioqueños. En ellos, Sierra García muestra que en nuestra región han sobrevivido como parte del habla centenares de viejos dichos castellanos que aparecen en libros tan antiguos como Las aventuras del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, y El libro del buen amor, del Arcipreste de Hita. Es una grata sorpresa saber que refranes que escuchamos cuando éramos niños son refranes cervantinos: “A Dios rogando y con el mazo dando”. “Al buen entendedor pocas palabras bastan”. “Cada loco con su tema”. “Del dicho al hecho hay mucho trecho”. “Dime con quién andas y te diré quién eres”. “Más vale pájaro en mano que cien volando”. “Perro viejo late sentado”. “Quien canta sus males espanta”.
El autor explica esta singular historia con unas palabras de Emilio Robledo: “Sabido es que el pueblo antioqueño estuvo recluido dentro de sus montañas durante varios siglos; aislado del resto de sus compatriotas por falta de vías de comunicación y dado a labores mineras y agrícolas.
Esta circunstancia hizo que el idioma se conservara en el estado en que lo habían traído los españoles que poblaron estas regiones, los cuales vinieron en mayor número del norte y centro de Castilla en los siglos XVII y XVIII en que el poblamiento se hizo más intenso”.
No hay mal que por bien no venga, pienso, repasando la historia de este milagro. Las montañas que nos aislaron del resto del mundo preservaron entre nosotros la lengua de Cervantes.