Los guardianes del fuego

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Nadiezhda en ruso quiere decir esperanza. Y de ese sentimiento estaban llenos quienes celebraron el advenimiento de las revoluciones de 1905 y 1917 en la tierra de los zares. Siglos de oprobio y humillaciones condujeron a millones de personas a creer que las teorías de Marx y Engels llevaban implícita una forma de redención para los excluidos del mundo.

Entre esos esperanzados figuraban cientos, miles de poetas, pintores, músicos y científicos que recibieron con alborozo la posibilidad de instaurar el paraíso en la tierra. Sus manifestaciones serían la abolición de la propiedad y la justicia social.

Pero, como bien sabemos, todo edén lleva a cuestas su propio infierno. Y en el caso de la Revolución rusa muy pronto aparecieron las grietas por donde asomaron los tentáculos de los viejos monstruos tan conocidos por la humanidad desde el comienzo de los tiempos: la ambición, la codicia, la venganza, el resentimiento y la sed de poder.

En este caso esas fuerzas tenían nombres como Lenin, Yagoda, Yezhóv o Stalin. La megalomanía de este último sembraría de horrores la historia del mundo durante medio siglo. La confiscación de bienes, el destierro, las delaciones, el exterminio masivo de ciudadanos, la persecución a opositores y aliados, la extirpación de las conciencias lúcidas y el sometimiento del individuo a los designios de la burocracia estatal serían la impronta de un régimen que muy temprano empezó a transitar en contravía de los principios básicos del humanismo y el socialismo.

Una de esas víctimas fue el poeta Osip Mandelstam. Nacido en 1891 en Varsovia y muerto en 1938 en un campo de prisioneros del régimen estalinista, es considerado una de las grandes voces de la literatura rusa y universal.

Cercano a otros escritores disidentes, Mandelstam pasó buena parte de su vida en el destierro, a resultas de su defensa sin cortapisas de la dignidad de las personas, asunto que en la tierra de los soviets llegó a ser un delito castigado con la ejecución sumaria.

A reconstruir los fragmentos de esa existencia destrozada y sin embargo firme en sus convicciones dedicó su vida Nadiezhda Mandelstam, esposa y compañera de viaje del autor del poema donde define a Stalin como “El montañés del Kremlim de bigotes de cucaracha”.

tomada de elnacional.com

Esos versos fueron su perdición. Desde ese momento fueron una pareja errante de aldea en aldea, malviviendo de la mendicidad, de trabajos precarios y a veces clandestinos, de la imprevista solidaridad de compañeros de infortunio y en alguna ocasión de puro milagro. Solo que los milagros lo son porque nunca se repiten.

La vida duele porque es bella. Y la belleza siempre lleva implícita su propia pérdida.

Con esa materia está  escrito el libro de memorias Contra toda esperanza, de Nadiezhda Iákolaievna Mandelstam, fallecida en 1980, poco antes de que el imperio soviético empezara a desmoronarse por la fuerza centrífuga de sus propios yerros y horrores.

Ajena a cualquier sentimiento de venganza y poseída de una serena sabiduría expresada en una prosa limpia y sin estridencia, la autora simplemente nos dice: “Si. Esas cosas pasaron. Las víctimas sumaron millones. Entre ellas estuvieron mi esposo y muchos amigos, pero así somos los humanos. Ahora solo queda luchar para que pesadillas como esas no se repitan”.

Por eso en un aparte del libro leemos: “La historia es la comprobación en la acción y en la experiencia de los caminos del bien y el mal. Contra toda esperanza siempre estará la opción del bien”.

Nadiezhda, Osip y sus compañeros de infortunio padecieron la historia encarnada en un modelo político y económico donde el horror se planificaba igual que la economía, con sus cuotas de muertos y desterrados. Pero siempre, siempre, con un buen pretexto bajo la manga. Al menos así lo expresó un dirigente desencantado: “Una sola vez en la vida quisimos hacer feliz al pueblo y jamás nos lo perdonaremos”.

Contra toda esperanza es el relato de una testigo que también fue víctima. Para eludir la tentación de la letanía eterna optó por la comprensión de los hechos y sus protagonistas. Solo así pudo formarse un punto de vista alcanzado con ayuda de la poesía, tal como lo había advertido el poeta a quien amó y a cuyo lado padeció uno de los  periódicos latigazos de la historia: “ Los guardianes del fuego se escondían en oscuros escondrijos, pero el fuego no se ha apagado. Existe”.

Contador de historias. Escritor y docente universitario.

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