Por, José Nava
Ella es bohemia y risueña, no nació para el hogar, ni para cuidar niños, ni para atender al marido, como “las buenas costumbres” lo dictan. Nació para la vida nocturna, donde la vida, como dice la canción, es más sabrosa. No se liberó del estigma social que se le impone a la mujer por ser mujer, leyendo libros o yendo a la escuela, nació de espíritu libre e ideas revolucionarios, no es nada ordinaria.
De niña soñaba con ser vedette como esas de las películas del cine de oro mexicano. Sentada frente al televisor miraba aquellas cintas de amor y desamor en blanco y negro. Observaba con detenimiento cómo aquellas hermosas mujeres, todas emperifolladas con joyas y vestuarios brillantes llenos de plumas, meneaban las caderas al ritmo de los tambores, y como a aquella cadencia de movimientos se volvía un frenesí que hipnotizaba a los varones, que sentados en sus sillas se quedaban perplejos ante tanta perfección. Ella se levantaba de la alfombra y las imitaba ante la mirada complaciente de su madre.
Desde muy joven, por no decir desde niña, tuvo que nadar a contracorriente, contra las ideas absurdas de lo establecido, contra lo cotidiano, su mayor cárcel siempre fue la rutina. Ella es poco convencional; música, libros, un trago, un café y el buen amor de un perro son la combinación perfecta.
Siempre sonriente, de mirada jovial, seductora y escrutadora, su vida es tan simple como interesante, ávida de novelas escritas por mujeres, no porque sea feminista, concepto que le desagrada, sino porque en esas novelas encuentra fragmentos de su vida, algo hay de ella en ellas. Entre las novelas que le han dejado huella se encuentran: “Misión olvido”, “Paula Vivir la vida”, “La emoción de las cosas”, “Amantes y enemigos”, “Donde el corazón te lleve” y por ahí se ha colado “Cien años de soledad”.
Muchas mujeres la siguen, otras la admiran y algunas la envidian. Porque ella expresa lo que sus amigas más cercanas no se atreven a decir sobre lo miserable que pueden ser sus vidas “normales”, sus matrimonios, sus divorcios, sus hijos, sobre su trabajo insípido, sobre su intimidad, sobre cómo cada día les enoja tener que ser ellas las que deben estar pensando qué van hacer de desayunar, comer y cenar. Ella dice de su marido lo que las otras callan para hacer como que no existe e ignorar la realidad. También es política de closet, mira, analiza y con un contundente “Ri-di-cu-los”, sentencia las decisiones que se toman en ese mundo machista y misógino de la política, en el que sólo algunas han podido triunfar y hacer valer sus derechos.
Aunque los años le han cobrado factura ella canta, baila, se divierte, se mantiene viva y risueña, porque la vida es así, de ir y venir, de estar y no estar, de reír y llorar. Ella se entrega a las noches bohemias en ese bar que todos los de Humanidades de su generación visitan por ley cada viernes. Ese bar con poca luz y con una barra atendida por el “mismo” de siempre, el que todos conocen y el que siempre sabe qué vas a tomar. En las paredes hay fotos a color pero hay una a blanco y negro que resalta sobre las demás, porque en ella están retratados los intelectuales de la vieja guardia de Humanidades, los que hoy son maestros, escritores, promotores culturales, leyendas urbanas del bajo mundo de esta ciudad fronteriza, amada por muchos y destino fatídico para otros.
En ese bar con la Guadalupana al fondo, con un gato fantasma que de vez en cuando se aparece para acechar a una que otra rata que se columpia de las vigas del techo. En ese bar de dos pisos que huele a “Fabuloso” aroma lavanda y que tiene una rockola tan antigua y maciza, hecha para morir juntos, en ese bar del que muchos saben su apodo de cinco letras pero pocos saben su nombre, ahí empieza su noche bohemia, con la complicidad de unas caguamas.
Todo comienza con Desesperada, una canción popera de los noventa de Marta Sánchez. Ella comienza a mecer las caderas, y continúa calentando el cuerpo al ritmo Laura no está, de Nek; se empieza a poner intensa con Ricky Martin y Livin’ la vida loca; después viene Shakira, Ciega, Sordomuda y para entonces, su alma se desbordó en movimientos acelerados, cadera va y viene, salta, canta, mueve la cabeza, es un frenesí, pero nunca baja la guardia, siempre está atenta a los detalles a su alrededor.
Al pop le sigue algo más “moderno”, un buen reggaeton de la vieja escuela, con Don Omar y el Big Boss dándole más gasolina. De repente llegan las cumbias: la Sonora Dinamita, por supuesto, y con ella suena Qué bello, nostalgia, recuerdos, lágrimas y risas, un montaña rusa de emociones que recorrern su mente y su cuerpo; baila, vive y disfruta, cierra los ojos, se entrega a su himno; un lágrima se escapa, ella se engaña, se dice a sí misma que es sudor, pero no lo es… Tras de telón musical, con paciencia espera Luis Miguel, listo para contribuir al melodrama, sale y canta La Incondicional. Ella se relaja, descansa un poco, la nostalgia y la añoranza la vuelven a invadir, pero no sufre, solo recuerda lo bueno y lo malo, porque así es la vida, un teatro de lágrimas y risas.
El DJ empieza a bajar la intensidad musical. Sabe que llegó la hora de que el príncipe le explique a la concurrida audiencia por qué amar y querer no es igual, que el amor en algún momento se acaba, que es triste estar preso, que aunque renuncies a él y digas que lo pasado, pasado, siempre recordarás que lo que fue, no será. Ella escucha con atención como si fuera la primera vez que lo oye. Se levanta de su mesa y se dirige al DJ y para ir cerrando la noche, le pide unas canciones de las pisteadoras. Casi al instante aparecen dos vaqueros bigotones y elegantes, están listos para complacer a la dama. Suena primero Libro abierto… y ella canta a todo pulmón… “dicen de mí, que yo he sido un libro abierto…donde mucha gente ha escrito…no hagas caso nada es cierto…” Los Cadetes se despiden diciendo que No hay novedad, ella sabe que es la última canción y le mete todo el power… “Quisiera que me hicieras muchas falta y gritarte que regreses pero aquí no hay novedad…no, no te preocupes por mí, aquí todo sigue igual como cuando estabas tú…”
La noche acaba pero empieza la madrugada, ella sale del lugar, sube a su auto, lo enciende y comienza la marcha. Al principio va seria, pero algo le roba una leve sonrisa. Abre la guantera y saca una caja de CD vieja y quebrada. Saca el disco, lo coloca en el estéreo. Se empiezan a escuchar los primeros compases de Fly me to the moon, Sinatra para cerrar con broche de oro y comenzar el alba.
Ella se ve en el retrovisor, su mirada no tienen edad ni sobrepeso. Elena ve a la Elena de la infancia que quería ser vedette, a la Elena de la adolescencia, de la juventud, ve a esa Elena que alguna vez creyó en el amor. Ellas sonríen, saben que siempre estarán juntas, nunca dejarán de ser risueñas y alegres, y a pesar de lo que diga la gente, siempre serán de la vida bohemia.