La imposibilidad de abrazar a los míos porque nos separa un océano de distancia, que se hace prácticamente eterna por estos días, me hace darle vueltas a la idea de las despedidas.
Los ví hace casi un año ya. Y en ese entonces nada me hacía sospechar de que este tiempo, esa promesa medio apocalíptica de una pandemia habría de vivirlo. Y siento así una muerte pequeñita y apretadita de las esperanzas de cruzar de nuevo ese Atlántico para abrazar a los míos. Pienso en mi abuela que se escabulle como una niña traviesa en ese mundo de las penumbras y de las bandas sonoras propias. ¿Volveremos a vernos?
Se mueren dos íconos, con unas vidas vividas a plenitud. ¿Algo que haya dejado de hacer su señoría Ginsburg?, ¿Algo que haya olvidado señalar con total precisión, señor Quino? Las leyes y la pluma. Las ideas liberales y liberadoras. Cada uno con más de ocho décadas de recorridos a cuestas.
Pienso también en las bienvenidas. Que la tristeza del alma tampoco es que me deje ciega. Ella, mi sobrina, la del nombre musical, la que viene a abrazarme con su vida a miles de kilómetros de distancia. Sí, porque su vida es una batalla contra la corriente. Y la gana día a día, gramo a gramo. ¿A dónde has venido pequeñita? A donde sea que lo hayamos convertido, eres la alegría que toca muchos corazones. Este mi querida es un mundo raro… rarísimo. Esta pandemia no es la norma, no te creas, pero tampoco puedo asegurarte que lo de antes te hubiera gustado mucho más. Lo bonito si eran los abrazos de la gente que queremos. Los abrazos que ahora no tenemos. Pero que tú en tu vida de pequeño marsupial sí que disfrutas. ¡Quién fuera tú para vivir fundida en un abrazo! ¡Para agotar hasta lo indecible a los tuyos! ¡Quién fuera tú para no llevar la cuenta de los kilómetros que nos separan, de los adioses que nos esperan, de las incertidumbres que se aglutinan y se pegan de la piel! ¡Quien fuera tú, pequeñita mía para tener el gozo incierto de ese empezar!
Yo te cuento mi niña que esa lucha que das hoy por quedarte con cada gramo, también al ser una mujer la tendrás que dar. La lucha por tus derechos, por tu autonomía, por el respeto a tus ideas, y por tu propio lugar. Quizá mi niña bonita tendrás que leer más de Ruth Ginsburg y hacerte a la idea de que solo tú, con tu inteligencia y tu fuerza, serás la que llegue a donde quiere llegar. ¿Sentarte a la mesa? Entonces corre la silla. ¿Unirte a la conversación? Adelante. Y muchas veces te esconderán la silla, o se la darán al caballero de la corbata roja, o te callarán. Incluso tratarán de explicarte tus propios chistes o más absurdo aún pero bien cotidiano: te parafrasearán para explicarte lo que tú misma acabas de decir. Te darás cuenta que en algunos contextos cuando otro dice la misma idea que tú expresaste, le harán más caso por su pelo corto y su traje de paño. También notarás como con cariño, siempre con una cubierta de azúcar te darán un poco de veneno. Te mostrarán como agradar y no incomodar, como ser libre dentro de sus normas, y a través de qué cristales tendrás que ver el mundo.
Y habrá días desgastantes. Y otros absurdos y muchos más que te produzcan un sentimiento de basta ya. Pero, así y todo, mi pequeña gotita de vida, así y todo, esta vida merecerá ser vivida. Pero sobretodo merecerá ser amada y devorada. Hay solo una vida con y sin pandemia. Pero que sepas que los brazos de tu tía están aquí siempre abiertos para ti. Y que mis oídos y mi corazón, y mi cursilería y mis libros también te esperan.
Y que el fuerte deseo de despedir esta pandemia llegue, como han llegado otras despedidas menos esperadas.
Sra Juliana.
Buen día.
Que entrada tan tierna, conmovedora y profunda. Todo océano es pequeño cuando el corazón es grande. Así es que se acortan las distancias.
Le dejo un saludo fraterno.
Muchas gracias por este mensaje tan esperanzador. Así estamos, acortando las distancias impuestas por “la nueva normalidad”. Gracias por leerme y por este bellísimo comentario.