Pese a estas vicisitudes, Alternativa demostró que sí era posible hacer un periodismo independiente en un país tan polarizado, inequitativo, conservador y excluyente…
Por, Jaime Flórez Mesa. Publicado en La cola de rata
… tal vez lo más importante que yo he hecho en toda mi vida han sido esos años de Alternativa, tan trabajosos, tan insatisfactorios y, si se quiere, tan inútiles. Pero tan inspirados por algo que me atrevo a llamar esperanza. Y si miro las cosas a posteriori creo que desde entonces yo no he hecho otra cosa que tratar de seguir haciendo lo que hacía en Alternativa.
Antonio Caballero[1]
Probablemente las nuevas generaciones en Colombia desconozcan que en los años setenta del siglo XX existió una icónica revista de periodismo independiente llamada Alternativa, que este año retornó en forma de un libro antológico titulado Alternativa, lo mejor de la revista que marcó a una generación, cuarenta y seis años después de su fundación en febrero de 1974 y a los cuarenta de su desaparición en 1980 (su último número se publicó en marzo de ese año). La salida a la venta del libro coincidió, por cierto, con el lanzamiento en el país, en febrero de 2020, de una revista con el mismo nombre. Sin embargo, ésta no tiene absolutamente nada qué ver con la original.
Es posible que nunca antes en la historia del periodismo en Colombia una publicación tuviera un equipo intelectual y periodístico que incluyera al escritor colombiano más importante (García Márquez), a los dos columnistas más leídos del país (Enrique Santos Calderón y Daniel Samper Pizano), a investigadores como Orlando Fals Borda, creador de la Investigación Acción Participativa (que aunque permaneció poco tiempo en la revista fue uno de sus fundadores), a periodistas y caricaturistas como Antonio Caballero, a artistas como Taller 4 Rojo, Carlos Duplat y Pepe Sánchez, a columnistas como Estanislao Zuleta, Gerardo Molina, Diego Montaña Cuéllar, Jorge Orlando Melo, Álvaro Tirado Mejía, Arturo Alape, Eduardo Umaña Luna (coautor con Fals Borda y Germán Guzmán Campos del histórico libro La violencia en Colombia), Beatriz de Vieco y Salomón Kalmanovitz, entre otros. Y que cuestionara al Establecimiento como lo hizo durante seis años, en uno de los períodos más turbulentos en la historia contemporánea de Colombia. Sin embargo, pese a haber contado con un equipo periodístico e intelectual de primer nivel la historia al interior de la revista también fue turbulenta.
¿Fue Alternativa el principal referente de un periodismo independiente en Colombia? ¿Han sabido los medios que hoy se precian de ser independientes y alternativos continuar con el legado de la revista?
Es probable que estas preguntas sean resueltas en este par de entregas sobre la revista que puso el dedo en la llaga como pocas lo habían hecho antes y lo hicieron después.
EL COMIENZO
Vanguardia, revolución, nuevo, contracultura, contrapoder, contra-información, dominados, oprimidos, liberación, emancipación y alternativo, entre otras, eran expresiones muy utilizadas en los años sesenta y setenta para designar diferentes discursos estéticos, políticos, sociales, educativos, periodísticos y culturales contra-hegemónicos. Un común denominador de los mismos, por tanto, es su crítica, oposición y revaluación de toda forma de autoritarismo e instrumentalización de los cuerpos y las mentes de las personas; y el constituirse en alternativas más o menos viables frente a los discursos dominantes o hegemónicos.
Estamos hablando, pues, de comunicación alternativa, y entre la infinidad de definiciones hay una que la asume como un proceso de diálogo que nace “de la participación y la acción colectiva”, mediante el cual “los individuos determinan las necesidades a satisfacer para la mejora de sus vidas, ya que son los sujetos de las comunidades afectadas, quienes entienden mejor su propia realidad”.[2] Justamente esta concepción fue la que provocó la primera crisis dentro de la setentera revista colombiana Alternativa.
Ahora bien, la comunicación alternativa tiene una historia que no es mi propósito presentar aquí, aunque sí me parece conveniente mencionar que algunos de los hitos más importantes de este tipo de expresión en el siglo XX se dieron en Francia. Solo voy a citar dos de ellos. En los años veinte un educador en el pueblo alpino marítimo de Bar-sur-Loup puso al servicio y uso de sus alumnos, dentro de la clase, una pequeña imprenta que había adquirido: fue el nacimiento de la prensa escolar, no como tarea o complemento de actividades educativas sino como el principal medio de enseñanza y aprendizaje. El educador se llamaba Célestin Freinet, pionero de la educación comunicativa (o educomunicación) en el mundo. “La clase se transformó de manera permanente en sala de redacción del periódico a la vez que en taller de composición e impresión”,[3] dice Mario Kaplún, uno de los referentes latinoamericanos de la educomunicación.
“El cuaderno escolar individual quedó abolido (…). La clave estaba en ese periódico, en ese medio de comunicación. Aquellos educandos tenían una caja de resonancia: ‘escribían para ser leídos’. Y era ese entramado de interlocutores, próximos o distantes, el que los incentivaba a crear, redactar, investigar, estudiar, a ahondar en sus conocimientos (…). Aprendían por medio de la comunicación”.[4]
La otra experiencia tuvo lugar durante y después de las históricas jornadas de Mayo del 68, que generaron una reveladora comunicación simbólica a través de los grafitis que llenaron los muros de París y se convirtieron en una suerte de eslóganes de la revuelta que recorrieron el mundo, amén de toda la prensa estudiantil, obrera e intelectual alterna, más o menos efímera, que se dio en Francia y en muchos otros países que recibieron el influjo de aquella prensa rebelde y alternativa.
“Se tomó la palabra y la imagen, en pintadas y carteles y también la cámara para registrar los avatares del gran acontecimiento mediante documentales, películas y fotografías. (…). Todas esas ‘tomas de palabra’ formaron parte de la guerrilla comunicativa sesentayochista [la cursiva es mía], y juntas expresaron, informaron, estimularon y documentaron la más significativa contestación radical al sistema que aconteció en la Europa occidental durante la segunda mitad del siglo XX”.[5]
Quiérase o no, aquellos cambios que se dieron en la educación durante el siglo XX y las revueltas estudiantiles que encontraron su cenit en Mayo del 68, influenciaron a ese grupo de periodistas e investigadores colombianos progresistas de Alternativa, algunos de los cuales como Enrique Santos Calderón, Antonio Caballero y Daniel Samper Pizano escribieron en la revista El Aguilucho de su colegio, el Gimnasio Moderno de Bogotá, fundada por el escritor Eduardo Caballero Calderón (padre del segundo) en 1927.
Ciertamente el término “alternativa” ya estaba en boga en los entornos universitarios europeos antes del estallido del Mayo Francés. Cuando Bernardo García, futuro gestor y director de la revista Alternativa, inició sus estudios de economía en la Universidad de Lovaina en 1959, fue encargado por su mentor —el célebre sacerdote Camilo Torres Restrepo— de uno de los círculos colombianos de estudios sociales que formó en Europa. “Con ese grupo sacaron un boletín que se llamaba Alternative, no tenía nada que ver con Alternativa, pero la cosa es que Bernardo traía la idea de una revista que se llamara Alternativa desde Europa”,[6] dice Paulo César León Palacios. En efecto, después de concluir sus estudios doctorales en Europa Bernardo García volvió a Colombia y se vinculó como docente de economía en la Universidad del Valle, de la cual fue destituido en 1972 junto con diez profesores bajo el argumento de que eran comunistas y agitadores; además, a dieciséis estudiantes se les canceló la matrícula por el mismo motivo. Entre ellos estaba José Vicente Kataraín, uno de los gerentes que tendría Alternativa.
Tras su salida de la Universidad del Valle García retomó su proyecto de crear una revista de izquierda, pero que no estuviera adscrita a ninguno de los numerosos partidos y movimientos de izquierda que había en Colombia. Se trasladó a Bogotá y empezó a buscar socios para su iniciativa. Uno de ellos fue el arquitecto e intelectual Jorge Villegas Arango. Otro sería el renombrado sociólogo e investigador Orlando Fals Borda, que había fundado la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional con el cura Camilo Torres Restrepo en 1959, una de las primeras facultades de sociología de América Latina. Como ninguno era periodista de oficio buscaron a uno de los mejores: Enrique Santos Calderón, de El Tiempo, cuya columna “Contraescape” era una de las más leídas en todo el país y reflejaba la independencia periodística y política del joven comunicador frente al diario más poderoso de Colombia. Santos Calderón era además codirector del suplemento Lecturas Dominicales del mismo diario. Querían también a Gabriel García Márquez que por esos días se encontraba en Bogotá y era amigo de Villegas Arango. Pensaban en grande. Santos Calderón terminó de convencer al escritor que inicialmente estaba escéptico frente a la posibilidad de hacer una revista de esas características.
Villegas Arango, Nirma Zárate y Hernando Corral (los dos últimos se vincularían también a la revista) habían coincidido con Enrique Santos Calderón en el Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, fundado en 1973 por iniciativa de García Márquez, que quería donar el dinero recibido por un premio de la Universidad de Arizona a una organización de derechos humanos en Colombia, para lo cual llamó, precisamente, a Santos Calderón. “‘Gabo’, eso no existe todavía en Colombia”, le respondió. “Pues fúndala, no joda, invéntatela”,[7] dijo a su vez el escritor haciendo gala de su ser caribeño. “Y así fue como nació el Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, que era el destino de esos diez mil dólares, que además era una oportunidad increíble para organizar un comité de solidaridad con los presos políticos y de derechos humanos, y ahí la condición era reunir organizaciones populares”,[8] dice Santos Calderón. No obstante, éste y Hernando Corral terminaron retirándose del Comité a causa del “canibalismo ideológico” que caracterizaba a la izquierda colombiana en esos años. “Una izquierda muy radical, muy fundamentalista, muy caníbal en el sentido de que había que defender a unos presos políticos y a otros no”.[9] Increíble.
Justamente ese fundamentalismo era lo que la nueva revista quería evitar, no ser el órgano de ningún grupo de izquierda y, por el contrario, dar la vocería a todos y servir de canal para lograr la utopía de unir a todas las expresiones izquierdistas del país. La otra utopía era asegurar la financiación de la revista y llegar a un vasto público que rebasara a los minoritarios lectores de las efímeras y raramente duraderas publicaciones de izquierda. Lo primero no se logró y lo segundo se consiguió parcialmente, pues si bien el magazín sí pudo llegar al gran público los problemas de financiación impidieron definitivamente su continuidad.
Otro actor que tendría un controvertido rol dentro de Alternativa sería el insurgente Movimiento 19 de Abril (M-19), que en enero de 1974 se aprestaba a dar su primer golpe: el 15 de enero cuatro hombres encapuchados robaron la espada y los espolines de Simón Bolívar del Museo Quinta de Bolívar en Bogotá. Un mes después salió a la venta el primer número de la esperada revista Alternativa, que anunciaba en su carátula un artículo de García Márquez sobre el golpe de Estado en Chile acaecido cinco meses atrás y un informe sobre cómo operaba la contra-guerrilla en Colombia.
“Esta circunstancia y, además, la torpeza de muchos atolondrados agentes de la Policía que no estaban acostumbrados a ver una revista de esta índole, la decomisaron en los quioscos, fueron como la garantía de éxito. Se agotaron diez mil ejemplares que imprimimos para el primer número en menos de veinticuatro horas”.[10] Algo insólito para una publicación de izquierda. Fue necesario sacar una segunda edición de treinta mil ejemplares. Y este sería el tiraje en las futuras ediciones. “Algunos afirman que el Gobierno de la época, el de Misael Pastrana Borrero, ya en sus estertores, ordenó que la edición fuera recogida por la temática que abordaba”,[11] señala Luis Alfonso Mena Sepúlveda.
Nacida como un quincenario, pero a partir de junio de 1975 convertida en semanario, la historia de la revista es tan intensa, crítica e inestable como el período político y social que le tocó vivir. Su equipo periodístico, gráfico y administrativo sufrió muchos cambios durante sus seis años de vida. Tuvo toda suerte de dificultades financieras. Sufrió dos atentados terroristas con bomba. Dejó de publicarse durante cuatro meses (entre enero y abril de 1977). Enfrentó el sectarismo no solo de la derecha, que hizo todo lo posible para impedir su supervivencia, sino el de una izquierda atomizada y fanática. Tuvo al menos tres pugnas internas que mostraron su vulnerabilidad y contradicción frente al canibalismo ideológico (como ella misma lo llamaba) propio de la izquierda internacional que tanto repercutió en la nacional. Mientras que políticamente la revista sí pudo consolidar un proyecto —el movimiento Firmes, que propendía por un candidato presidencial único de la izquierda—, no pudo hacerlo en cuanto a la consolidación de un equipo de trabajo estable: los únicos miembros fundadores que permanecieron a lo largo de su historia fueron Santos Calderón y García Márquez, quien siempre figuró en el Comité Editorial y como colaborador ocasional.
Pese a estas vicisitudes, Alternativa demostró que sí era posible hacer un periodismo independiente en un país tan polarizado, inequitativo, conservador y excluyente; o que justamente por eso era necesario hacerlo, desde una visión de izquierda crítica, no partidista ni dogmática, dándole cabida a los distintos actores legales e ilegales de la izquierda de la época para que pudieran expresarse, y protegiendo los derechos humanos. Como ningún otro medio de comunicación alternativo de aquel período post-Frente Nacional, el magazín develó el fracaso, la exclusión, el engaño, la corrupción y la represión que éste supuso para la sociedad colombiana. Y desde esa postura profundamente crítica confrontó a los tres gobiernos de turno: el final del de Pastrana Borrero en 1974, enteramente el de López Michelsen (1974-1978) y casi la mitad del de Turbay Ayala (1978-1982).
¿CÓMO ERA ALTERNATIVA?
Al decir de uno de sus redactores, Antonio Caballero, Alternativa fue en Colombia “la primera publicación de izquierda leída por la derecha y por todos los sectores fratricidas de la izquierda. Y hasta por periodistas extranjeros”.[12] Bajo el lema “Atreverse a pensar es empezar a luchar”, la revista se proponía cuatro cosas fundamentales: “(1) contrainformar, esto es mostrar los hechos en una luz diferente a la de los medios oficialistas; (2) hacer reportajes investigativos, analíticos e interpretativos desde una perspectiva marxista; (3) informar al público sobre las luchas de las clases populares y (4) propiciar la unidad de la izquierda”,[13] tal y como lo especifica Carlos Agudelo Castro, redactor de la revista en su última etapa.
Antonio Caballero comenta que los fundadores del punzante magazín, efectivamente, “querían contra-informar, o sea, informar sobre todas las cosas que callaba o tergiversaba la gran prensa colombiana o toda la prensa de esa época. Y de la de antes, y también la de ahora. O, al menos, querían completar y revisar y refutar la información que daba esa prensa, o que no daba”.[14]
El surgimiento de Alternativa corresponde a un problemático período de agitación política en Colombia y Latinoamérica, caracterizado por dictaduras militares, por el auge de la revolución cubana, por el accionar de organizaciones guerrilleras, por la marcada disputa ideológica entre los imperialismos estadounidense y soviético (lo que se conoce también como la Guerra Fría), por la fractura de las izquierdas que se debatían entre las líneas soviética, china, cubana y europea de la IV Internacional Trotskista, por la radicalización de los movimientos juveniles y estudiantiles, y el neoliberalismo que poco a poco empezó a penetrar las economías de la región. De otro lado, había una efervescencia sociocultural en sectores populares y otros actores alternativos (indígenas, campesinos, mujeres, obreros, curas rebeldes, artistas, etc.) como consecuencia de movimientos como el indigenismo, el feminismo, la educación popular, la teología de la liberación, la canción social o de protesta (o Nueva Canción Latinoamericana) y el Nuevo Teatro, entre otros.
Alternativa reflejó críticamente todo esto. Como magazín de información, opinión e investigación, el grueso de su trabajo estaba en los asuntos políticos. “Se trataba de develar desde los casos de represión policial hasta los truculentos orígenes de poderes como el de Ardila Lule o Julio [Mario] Santodomingo, pasando por la despiadada crítica de los políticos tradicionales del momento: Álvaro Gómez, Alfonso López y María Eugenia Rojas, entre otros”,[15] comenta León Palacios. “Carta al lector” era la página editorial y entre las secciones estaban “Macondo”, que era una columna de humor político que parodiaba a las clases dirigentes colombianas; “La historia prohibida”, una columna que presentaba relatos desconocidos del campesinado colombiano, a cargo de Orlando Fals Borda; “Voz de la Base”, un espacio para dar a conocer las luchas populares del país, que tras la primera crisis ideológica y laboral de la revista se llamaría “Breves de la Base”, sin perder su propósito; “El Zancudo”, una columna que cuestionaba el imperialismo estadounidense; y “Noticiero Latinoamericano”, un recuento de las luchas sociales que se adelantaban en el continente.
Como lo recalca León Palacios, el eje de Alternativa era la clase política dirigente y sus estrechas relaciones con la banca, los grandes empresarios, los terratenientes, los gobiernos de Estados Unidos que encontraban en dicha clase un aliado inmejorable en su lucha contra la influencia cubana, y los negocios ilegales, de manera especial el narcotráfico, pues como observa Agudelo Castro, “muchas de las circunstancias que hoy preocupan a los colombianos tuvieron su génesis en esos seis años en la vida de la revista, especialmente la alianza entre la clase política oligárquica de la época con el crimen organizado, el sector terrateniente y las Fuerzas Armadas que dieron origen al fenómeno del paramilitarismo”.[16]
La revista resultó innovadora por el manejo de su contenido y los recursos periodísticos que empleaba, como es el caso del periodismo investigativo (del cual era pionero en Colombia Daniel Samper Pizano). Se trataba, según Agudelo Castro, de “usar métodos de periodismo moderno que pocas veces habían sido usados en Colombia para dar luces sobre la naturaleza de lo que la revista consideraba un régimen capitalista antidemocrático, con el fin de producir un cambio político duradero a través de una izquierda organizada y beligerante”.[17] Claramente lo segundo no se logró. Otro aspecto por el cual la revista brilló en su momento era por su parte gráfica y visual. Para aquella época, como lo destaca León Palacios, Alternativa resultaba de muy alta calidad “salvo, por supuesto, la calidad del papel y la impresión”.[18] Sus carátulas “siempre se caracterizaron por ser fuertes y vívidas de color: se trataba de impactar con una gráfica francamente agitadora. En las caras interiores, que no eran en policromía como la portada, había, no obstante, una gráfica fuerte que combinaba la caricatura, el dibujo, la fotografía y el fotomontaje. En la época, sería difícil encontrar en Colombia alguna otra revista política, mucho menos de izquierda, con todas estas características juntas”.[19]
LAS CRISIS
Contrasta lo anterior con las rupturas que sufrió la revista en su equipo de trabajo. La primera baja se produjo en septiembre de 1974 cuando Jorge Villegas Arango salió del Comité Editorial. Además de haber sido uno de los promotores de este proyecto periodístico, Villegas Arango (arquitecto de formación), era un destacado activista social, investigador y escritor, autor de libros como Petróleo, oligarquía e imperio, La situación general a final del Siglo XIX, La colonización de vertiente a final del Siglo XIX y El culebrero, un relato que según Bernardo García influyó en la escritura de El Otoño del Patriarca, de García Márquez. En colaboración con otros autores escribió La planificación agraria, La Guerra de los Mil Días, Planas, historia de un genocidio y Libro negro de la represión. Frente Nacional 1958-1974, publicado a través del Comité de Solidaridad con los Presos Políticos que coordinaba Santos Calderón, y que daba cuenta de los crímenes de Estado cometidos durante los dieciséis años del Frente Nacional. Al parecer Villegas Arango tuvo fuertes discrepancias con el Comité Editorial y optó por “continuar en otros escenarios sociales su trabajo de producción intelectual y social”.[20] Moriría en diciembre de 1977 a los 45 años.
No obstante, la ruptura que se produjo en octubre de 1974 sí tuvo repercusiones no solo políticas y mediáticas sino jurídicas: Orlando Fals Borda y su grupo, que se autonombraba como el de “los trabajadores”, se tomaron la sede de la revista y elaboraron el número correspondiente (el 19) dando su versión de la separación producida y anunciada en el número anterior a través de su editorial. Éste argüía que la causa obedecía a que Alternativa no podía “pretender sustituir a los movimientos políticos revolucionarios, ni a sus órganos propios de expresión, ni mucho menos convertirse ella misma en grupo político”.[21] Para los trabajadores el conflicto no solo era ideológico sino de explotación laboral. Después de que se publicaran dos versiones del número 20, la Alternativa oficial y la de los trabajadores (con el eslogan invertido, “atreverse a luchar es empezar a pensar”), Fals Borda y su grupo crearon Alternativa del pueblo (que duró nueve meses) y demandaron a García Márquez como patrón de la empresa periodística, “por deficientes condiciones de índole contractual”.[22]
León Palacios sintetiza así esta crisis:
“Es cierto que en torno a Alternativa hubo un conflicto ideológico y ético desde sus inicios. Claramente había una serie de presiones para que la revista se afiliara a una u otra tendencia. Los editores se defendían reivindicando el periodismo independiente. No menos cierto es el hecho que había una cierta incomprensión entre varios públicos de izquierda y la propuesta de la revista; en ese sentido, es claro que Alternativa caló fundamentalmente en el público urbano, de clase media e intelectual: en palabras del propio Bernardo García, la revista era un ‘magazine para líderes de opinión’”.[23]
La demanda fue finalmente retirada, pues hasta a Jaime Bateman Cayón, comandante del M-19 (conocido como “El Flaco”), le pareció errada. En retrospectiva, Antonio Caballero decía que “la verdad es que ahí no había ningún obrero, ni ningún campesino y, por supuesto, ningún pobre —nadie funda una revista con plata de los pobres, salvo los ricos. Y tampoco había ricos de verdad. Ni siquiera ‘Gabo’, entonces. Pero nadie cobraba, o cobrábamos muy poco, y vivíamos de otra cosa”.[24] Y a renglón seguido afirma que García Márquez y Santos Calderón eran los que ponían mayormente el dinero para sostener la revista. Además de ello, León Palacios asegura que el M-19 participó en la revista, tanto periodísticamente como “en algunos períodos, económica y administrativamente”.[25] En cuanto a pauta publicitaria, Alternativa solo pudo contar con “pequeños anuncios de editoriales y librerías de izquierda. Solo un aviso de una empresa grande se publicó en sus páginas (…). Era de la empresa de automóviles Fiat, que no volvió a aparecer por intrigas desde las altas esferas del Gobierno [de Turbay Ayala]”.[26]
Según parece, el apoyo económico del M-19 a la revista empezó tras el cierre que se produjo desde diciembre de 1976. “Nos tocó suspender la publicación durante cuatro meses para poder reestructurarla y refinanciarnos. Ahí sí entró ‘El Flaco’ a ayudarnos mucho más”,[27] dice Santos Calderón.
La siguiente crisis, probablemente no reconocida por los fundadores de la revista, tuvo que ver con el grupo artístico que tenía a su cargo el diseño, el Taller 4 Rojo (T4R), que fue marginado durante 1975, aunque dos de sus integrantes siguieron colaborando, Nirma Zárate y Diego Arango. Mena Sepúlveda advierte que “el T4R cumplió un papel muy importante en la definición del tono audaz, innovador e irreverente que hacía atractiva la revista, incluso para públicos no iniciados en la izquierda”.[28] Este fue un colectivo de pintores, dibujantes, diseñadores e ilustradores muy significativo en los años setenta, fundado por el polifacético Jorge Villegas Arango, primer disidente de Alternativa, Jorge Mora, Diego Arango, Nirma Zárate y Germán Rojas. Posteriormente se unieron Umberto Giangrandi, Fabio Rodríguez y Carlos Granada; también reunió a su alrededor a intelectuales de otras disciplinas. Su propósito era hacer activismo social desde las bases populares, “sin ceder ante el facilismo, manteniendo un elevado nivel estético, lejos del panfleto y la propaganda llana”.[29]
El grupo había encontrado así un importante nicho en la revista: “Con su participación en Alternativa, el T4R buscaba materializar su ruptura con las prácticas tradicionales que consideraban el arte como asunto de élites, circunscrito a salones y exhibiciones con destino a unos cuantos adinerados que tenían la capacidad de adquirir obras ‘irrepetibles’ y de ostentar el costoso consumo”,[30] argumenta Mena Sepúlveda. Desafortunadamente su colaboración no duraría mucho. “El T4R fue excluido en 1975, luego de que exigiera al Comité Editorial que se le concediera capacidad de decisión al lado de los demás directivos de la revista. El Comité negó tal petición”.[31] Así pues, la ruptura con T4R y Villegas Arango (tan cercanos ambos por el papel que éste cumplió en el colectivo) es la crisis no admitida por los fundadores de la revista.
En septiembre de 1976 se produjo, por tanto, el tercer quiebre en el equipo con la salida del principal promotor de Alternativa, Bernardo García —que había sido director de la revista desde su nacimiento— y de su esposa Cristina de la Torre, que constituían el llamado Grupo de la Universidad del Valle. Ambos habían manifestado al Comité Editorial sus diferencias “de concepción en el estilo de la revista”, según recordaba Cristina de la Torre.[32] La pareja consideraba que el Comité Editorial necesitaba un espacio en la revista en el que cada miembro pudiera expresar su opinión a nombre propio sobre los debates de la izquierda y del país, así como las diferencias de criterio y los puntos de vista de todo el equipo de redacción; en otras palabras, para que las disputas conceptuales y periodísticas internas pudieran canalizarse hacia afuera. A fin de evitar futuras crisis que le hicieran más daño a la publicación, agregaría yo. Sin embargo, “todo indica que la forma como fueron resueltas las crisis por el grupo de Santos Calderón, con el respaldo (o probablemente el silencio) de Gabriel García Márquez, siempre fue la misma: medidas verticales, sin conciliación, así ello significara la partida de elementos humanos valiosos”.[33]
Así las cosas y con grandes problemas de financiación, pero con fieles y abundantes lectores, la salida de otro de los grupos fundacionales de la revista evidenció que su crisis interna era más seria de lo que parecía. Enrique Santos Calderón asumió entonces la dirección hasta el final. El gancho de García Márquez, que de tanto en tanto colaboraba con artículos, reportajes y entrevistas desde distintos países del mundo, había funcionado. El objetivo de llegar a un gran público se cumplía, pese a la crítica de la izquierda radical que la veía como una revista de pequeños burgueses que jugaban a la revolución; y de la derecha que la acosaba y descalificaba. Dos atentados con bomba en 1975 habían tratado de silenciarla, el primero en la sede de la revista el 11 de noviembre y el segundo en casa de Santos Calderón el 5 de diciembre, ambos por fortuna sin víctimas.
(Próxima entrega: el renacer de la revista, el gran Paro Cívico de 1977, el movimiento Firmes, el Estatuto de Seguridad, los derechos humanos, la toma de la Embajada Dominicana por el M-19 y el legado de Alternativa).
NOTAS
[1] Caballero, Antonio. Patadas de ahorcado. Caballero se desahoga. Una conversación con Juan Carlos Iragorri. Bogotá: Planeta, 2002, p. 26.
[2] Corrales García, Fernanda y Hernández Flores, Hilda Gabriela. La comunicación alternativa en nuestros días: un acercamiento a los medios de la alternancia y la participación. Razón y Palabra [en línea]. 2009, (70).
[3] Kaplún, Mario. Una pedagogía de la comunicación. En Aparici, Roberto (coord.). Educomunicación: más allá del 2.0. Barcelona: Gedisa, 2010, p. 45.
[4] Ibíd. p. 45.
[5] Puig, Acacio. Cincuentenario de 1968. Mayo 68 y la “Guerrilla de la Comunicación”. Viento sur, 13 de noviembre, 2018. Disponible en https://vientosur.info/mayo-68-y-la-guerrilla-de-la-comunicacion/.
[6] León Palacios, Paulo César. El M-19 y la subversión cultural bogotana en los setenta: el caso de la revista Alternativa. Anuario colombiano de historia social y de la cultura, No. 35. Bogotá: 2008, p. 192.
[7] García Márquez, Gabriel. Citado en Comité de Solidaridad con los Presos Políticos. La Otra. Noviembre de 2013, p. 7.
[8] Santos Calderón, Enrique. Citado por Mena Sepúlveda, Luis Alfonso. Periodismo independiente en Colombia: la historia de la revista Alternativa (1974-1980). Tesis de Maestría en Historia. Cali: Universidad del Valle, Facultad de Humanidades, 2015, p. 203.
[9] Santos Calderón, Enrique y Corral, Hernando. Citados por Mena Sepúlveda, Luis Alfonso, op. cit., p. 204.
[10] Santos Calderón, Enrique. Citado por Mena Sepúlveda, Luis Alfonso, op. cit., p. 36.
[11] Ibíd., p. 36.
[12] Caballero, Antonio, op. cit., p. 259.
[13] Agudelo Castro, Carlos. “Atreverse a pensar es empezar a luchar”. Elementos para el análisis de la revista colombiana “Alternativa”. Folios, 18-20, años XIII-XIV. Medellín: Universidad de Antioquia, Facultad de Comunicaciones, junio de 2009, p. 57.
[14] Caballero, Antonio, op. cit., p. 22.
[15] León Palacios, Paulo César, op. cit., p. 195-196.
[16] Agudelo Castro, Carlos, op. cit., p. 55.
[17] Ibíd., p. 57.
[18] León Palacios, Paulo César, op. cit., p. 195.
[19] Ibíd., p. 197.
[20] Mena Sepúlveda, Luis Alfonso, op. cit., p. 103.
[21] Citado por León Palacios, Paulo César, op. cit., p. 202.
[22] Mena Sepúlveda, Luis Alfonso, op. cit., p. 104.
[23] León Palacios, Paulo César, op. cit., p. 208.
[24] Caballero, Antonio, op. cit., p. 23.
[25] León Palacios, Paulo César, op. cit., p. 193.
[26] Mena Sepúlveda, Luis Alfonso, op. cit., p. 250.
[27] Citado por Mena Sepúlveda, Luis Alfonso, op. cit., p. 119.
[28] Ibíd., p. 95.
[29] Ibíd., p. 96.
[30] Ibíd., p. 96.
[31] Ibíd., p. 99.
[32] Citada por Mena Sepúlveda, Luis Alfonso, op. cit., p. 106.
[33] Ibíd., p. 106.