Un viejo que leía novelas de amor o la aventura de una identidad en construcción

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Por, Claudia Marcela Páez Lotero, University of Massachusetts, Amherst

Tomado del libro: DIMENSIONES. El espacio y sus significados en la literatura hispánica


Un viejo que leía novelas de amor (1989), novela del escritor chileno Luis Sepúlveda (1949), relata cómo Antonio José Bolívar Proaño se ve forzado a participar en la caza de una tigrilla para mantener seguro al poblado en el que vive. A través de esta historia se cuenta la vida de Bolívar Proaño, un hombre viejo, oriundo de la sierra de Ecuador que gracias a un acuerdo con el gobierno decide irse a vivir en condición de colono a un pueblo en el Amazonas. Durante su viaje hacia la Amazonía ecuatoriana, Bolívar Proaño se detiene en tres espacios y en cada uno de ellos su identidad se ve afectada. El presente trabajo tiene por objetivo analizar cada uno de esos espacios y su relación con la construcción de la identidad del protagonista de Un viejo que leía novelas de amor. A su vez, se pretende observar si los cambios de esa identidad terminan idealización a Bolívar Proaño, en la medida en que este podría ser asumido como un sujeto ejemplar pues a pesar de que no logra dominar la selva si consigue convivir con ella (1).

Fernando Aínsa explica cómo la Amazonía ha sido objeto de diversas representaciones literarias en Latinoamérica generando un subgénero temático, esto es, la novela de la selva. Y observa que en el corpus que compone este subgénero se presenta un tema constante: el del «viaje-búsqueda, especie de peregrinaje iniciático, de despojamiento de lo fútil del mundo desarrollado y de encuentro con valores primordiales en el corazón de la selva virgen americana» (2); viaje que se realiza en un movimiento centrípeto, desde las orillas del continente hacia su interior, y que además tiene como consecuencia la disolución de la identidad del héroe en una selva que no tiene centro y que tampoco puede ser pensada como punto de llegada (3). Ese peregrinaje del que nos habla Aínsa también se presenta en Un viejo que leía novelas de amor. El viaje del protagonista de esta novela se inicia en la sierra, en San Luis, y tiene como punto de llegada El Idilio, un poblado colono. No obstante, el viaje no termina allí sino que se continúa hacia el interior de la selva del Amazonas.

En un principio, el viaje de Bolívar Proaño no se realiza como búsqueda sino como huida. El espacio de San Luis le impone al protagonista unos condicionamientos de los que decide escapar. Son pocas las descripciones del paisaje físico de San Luis que nos entrega el narrador de la novela, apenas nos hace saber que se trata de un territorio frío, ubicado en las montañas de los Andes, cerca al volcán Imbabura. Pero en lo que sí se detiene un poco es en describir las costumbres de la comunidad que habita ese espacio. Nos dice entonces que se trata de una comunidad campesina pobre, dependiente de la agricultura y la cría de animales, y en la que además existen unos roles de género que se espera sean cumplidos.

A la edad de trece años a Bolívar Proaño lo comprometen con Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñan Otavalo, y dos años más tarde los dos jóvenes contraen matrimonio. Se espera entonces que en algún momento Dolores quede embarazada pero esto no ocurre a pesar de los esfuerzos de la pareja. Comienzan así los murmullos, primero, sobre la condición de la mujer: «Está muerta por dentro. ¿Para qué sirve una mujer así? —comentaban» (4); y luego, sobre la fertilidad del mismo Bolívar Proaño. Hasta que un día, para remediar el problema de la falta de hijos, le proponen al protagonista dejar sola a su esposa durante los festejos del pueblo para que en «la gran borrachera colectiva» (como la llama el narrador) logre quedar en cinta. Bolívar Proaño se niega a ser padre de un hijo de carnaval y decide partir aprovechando un programa del gobierno que ofrece tierras y ayudas a quienes quieran poblar los territorios en disputa con Perú. Más que una búsqueda de una mejor vida, la partida de Bolívar Proaño es una huida, escapa de las convenciones sociales de su comunidad y del peso que debe cargar al no cumplirlas.

Luis Sepúlveda (1949-2020)

Esa huida tiene como punto de llegada El Idilio, el poblado colono en la Amazonía que apenas se está construyendo: «La única construcción era una enorme choza de calaminas que hacía de oficina, bodega de semillas y herramientas, y vivienda de los recién llegados colonos. Eso era El Idilio» (5). Allí la pareja recibe un documento que los acredita como colonos, dos hectáreas de tierra y herramientas para trabajar el terreno. La fundación de El Idilio inicia con la intervención de los colonos, quienes se lanzan a construir viviendas y a limpiar el terreno ocupado por la selva para destinarlo a la agricultura. Sin embargo, no lo consiguen ya que la selva reclama su territorio y como consecuencia los colonos comienzan a morir ya sea de hambre, por enfermedad o por los mismos animales que intentan cazar para alimentarse. Hasta que un día, cuenta el narrador: «La salvación les vino con el aparecimiento de unos hombres semidesnudos, de rostros pintados con pulpa de achiote y adornos multicolores en las cabezas y los brazos» (6). Son los indígenas shuar que deciden enseñarles, como dice el narrador: «el arte de convivir con la selva». Les enseñan entonces a cazar, pescar y construir viviendas duraderas y les advierten sobre la imposibilidad de cultivar en esas tierras. Aun así los colonos siguen empeñándose en sembrar en un terreno poco apto para la agricultura.

A pesar de las ayudas, las dificultades no cesan y durante el segundo año Dolores muere. La razón de la huida se extingue y Bolívar Proaño culpa a la selva: «Quería vengarse de aquella región maldita, de ese infierno verde que le arrebataba el amor y los sueños. Soñaba con un gran fuego convirtiendo la Amazonía entera en una pira» (7). No obstante, se da cuenta de que no puede odiarla pues realmente no la conoce. Es así como Bolívar Proaño decide irse con los shuar a conocer la selva. Es en ese momento cuando el viaje de huida se convierte en viaje de conocimiento. Este le permite conocer, por un lado, a la cultura shuar: Bolívar Proaño aprende su idioma, sus técnicas de caza, participa en sus celebraciones, conoce el amor con ellos, etc.; y, por otro lado, conoce la selva: sus ciclos, su comportamiento, la vida en ella. Todo esto termina transformando radicalmente a Bolívar Proaño: «La vida en la selva templó cada detalle de su cuerpo. Adquirió músculos felinos que con el paso de los años se volvieron correosos. Sabía tanto de la selva como un shuar. Era tan buen rastreador como un shuar. Nadaba también como un shuar. En definitiva, era como uno de ellos, pero no era uno de ellos» (8). En otras palabras, se transforma física y espiritualmente, lo cual le impide odiar a la selva, pues en ella se descubre libre y a gusto, hasta el punto de aprender a amarla y hacerla su hábitat.

Hombre Shuar con maquillaje tradicional. Tomada de udapt.org

El protagonista de la novela de Sepúlveda logra integrarse al espacio de la selva pero lo que no logra es ser integrado dentro de la comunidad shuar. A pesar de que dentro de ella supera la prueba de aceptación (sobrevive a la mordedura de una serpiente equis, lo que los shuar consideran poco usual), Bolívar Proaño termina deshonrándose al dar muerte al asesino de Nushiño, su compadre, con un arma de fuego y no en un combate valiente, como indica la tradición indígena, lo que condena a Nushiño a vagar por la selva como un pájaro ciego y odiado por quienes lo conocieron. A pesar de su transformación, Bolívar Proaño no logra ser un shuar enteramente, sus experiencias pasadas lo marcan, no deja de ser un extranjero para ellos, de ahí la frase que se repite constantemente a lo largo de la novela: «era como ellos, pero no era uno de ellos».

Es así como ya en su vejez regresa a El Idilio y lo que se encuentra allí es un poblado ya constituido: «El lugar estaba cambiado. Una veintena de casas se ordenaba formando una calle frente al río, y al final una construcción algo mayor enseñaba en el frontis un rótulo amarillo con la palabra Alcandía» (9). El Idilio crece y se convierte en zona de contacto ubicada en la frontera, en el límite con la selva. Por él transitan diversos sujetos: los colonos, los buscadores de oro, los cazadores gringos, los jíbaros, los indígenas shuar; cada uno de ellos con una visión distinta de la selva: para los colonos y los buscadores de oro, esta resulta ser un medio para hacer fortuna; para los cazadores gringos, un lugar de aventuras; mientras que para los shuar es su hogar, el cual se reduce con la llegada de los foráneos, pues estos construyen, como explica el narrador: «la obra maestra del hombre civilizado: el desierto» (10). Es en El Idilio donde Bolívar Proaño se asienta para pasar sus últimos años, se ubica en esa frontera para de algún modo estar a las puertas de su verdadero hogar y de su verdadera comunidad, la selva y los shuar, mientras esta se desplaza en un éxodo hacia el oriente, hacia su interior.

En cada uno de los espacios descritos: San Luis, El Idilio y la selva; Bolívar Proaño presenta una identidad que responde a las circunstancias que allí lo rodean. En San Luis se asume como campesino, participe de una comunidad y sujeto a ciertas condiciones sociales, económicas y culturales. Su traslado a El Idilio significa un cambio en esa identidad, pues este pueblo es un lugar de dislocamiento. Allí Bolívar Proaño pasa de ser campesino a ser colono, es decir, a ser un sujeto que intenta conquistar y dominar una tierra ajena. Dominio que no consigue y que le genera un terrible odio que lo lleva a relacionarse con los shuar y a adentrarse en la selva. Es su relación con este espacio el que significa un gran cambio en su identidad, allí es donde se observa como parte constituyente de ese mundo y así se lo hacen saber los mismos indígenas: «declararon que no eras de ellos, pero que eras de ahí» (11). Bolívar Proaño se asume como un elemento de la selva y bajo esa identidad vive en El Idilio. Se convierte así en modelo de convivencia con la naturaleza porque responde a una ética: vive en la orilla de la selva atendiendo a su sistema de valores y a las normas que la regulan. Comprende la selva de tal forma que se ve a sí mismo como parte de ella (desde la orilla pero parte de ella), hasta tal punto que se identifica con los animales en dignidad, valor e inteligencia. Esto se puede apreciar sobre todo en la relación que establece con la tigrilla con la que debe enfrentarse. No se trata de ir tras ella para cazarla sino de darle muerte en un combate digno, de igual a igual, y esto se lo comunica la misma tigrilla a Bolívar Proaño porque es él el único que puede comprenderla.

Campamento EXSA: Denuncian represión a indígenas que reclaman territorios en Morona Santiago. Tomada de larepublica.ec

Scott De Vries afirma que Un viejo que leía novelas de amor es una novela que responde al discurso ecologista, ya que en ella se aboga por una ética en las interacciones entre los humanos y los animales, así como un rechazo del uso desmedido de los recursos naturales y la deforestación, en favor de un modo de vida sostenible y que ayude a conservar la naturaleza. Además de esto, para De Vries, en la novela se ofrece una visión de la selva idealizada pues es presentada como un espacio nutriente y vigorizador, un espacio de experiencias trascendentales en las que el sujeto llega a identificarse con la naturaleza para así asumir un compromiso espiritual y emocional con ella (12). La transformación de Bolívar Proaño responde a esta visión. El viaje que emprende este personaje no es un viaje-búsqueda con el que se quiera llevar a cabo la fundación de un nuevo territorio. Es más bien un viaje de huida que se convierte en viaje de conocimiento, y este lo lleva al descubrimiento de un espacio civilizado, sostenible, en el que los recursos se administran de manera adecuada y, por esto mismo, un espacio que necesita ser protegido. No se busca en la novela presentar la derrota del hombre a manos de la naturaleza, si este sale derrotado es más bien por su falta de comprensión e ignorancia; por el contrario, se quiere mostrar cómo el hombre necesita de la naturaleza y cómo él puede habitar la selva en una relación de pertenencia y protección.

Bolívar Proaño no vence ni conquista la selva, más bien se deja conquistar por ella, esto le permite transitar en ella a su antojo porque «Era como dicen los shuar:

“De día, es el hombre y la selva. De noche, el hombre es selva» (13).

No obstante, hay una clara advertencia sobre el futuro. Cada uno de los espacios de la novela en la vida de Bolívar Proaño representa no solo una identidad sino también un tiempo, es decir, su pasado, presente y futuro. San Luis es un pasado como campesino sumido en la pobreza a causa de un modo de vida poco sostenible. El Idilio es el presente como colono, también en condición de pobreza, que pretende instaurar unas prácticas económicas (agricultura, ganadería, explotación de la madera) que tampoco se sostienen y por tanto traen la instauración del «desierto». Y la selva es su verdadero lugar de pertenencia, su hábitat y su futuro; pero un futuro que cada vez se hace más incierto: «Pero los animales duraron poco. Las especies sobrevivientes se tornaron más astutas, y, siguiendo el ejemplo de los shuar y otras culturas amazónicas, los animales también se internaron selva adentro, en un éxodo imprescindible hacia el oriente» (14). Es un futuro en el que están en peligro no solo las especies de la selva sino también las culturas que habitan en ella, que realmente la conocen y saben cómo preservarla, son las que ofrecen un modelo de vida sostenible y equilibrado. Y en última instancia, esa amenaza también se dirige a la vida humana.

Para resumir, en Un viejo que leía novelas de amor se pueden observar varios cambios en la identidad de su protagonista, cambios destinados a mostrar la formación y toma de conciencia de un sujeto ideal ya que es él quien puede convivir con la selva y conservarla. Antonio José Bolívar Proaño es el hombre humilde que logra entender el espacio de la naturaleza, que logra establecer una relación de identificación con ella y las especies que la componen, identificación en la que se iguala a ellas en dignidad y a las que les atribuye una serie de derechos. En otras palabras, es un modelo de vida sostenible y noble de imitar.


(1) Para ello, ha sido tenida en cuenta la siguiente bibliografía complementaria: L. Hazera, La
novela de la selva hispanoamericana, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1971; J. Marcone, «Del
retorno a lo natural: La serpiente de oro, la “novela de la selva” y la crítica ecológica», Hispania,
vol. 81, núm. 2, 1998, págs. 299-308;D. Tavares y P. Le Bel, «Forcing the boundaries of genre:
the imaginative geography of South America in Luis Sepulveda’s Patagonia Express”, Area, vol.
40, núm. 1, 2008, págs. 45-54.

(2) F. Aínsa, «¿Infierno verde o Jardín del Edén?», Espacios del imaginario latinoamericano, La
Habana, Editorial Arte y Literatura, 2002, pág. 104.

(3) Ibíd., pág. 104.

(4) L. Sepúlveda, Un viejo que leía novelas de amor, Barcelona, Tusquets, 1989, pág. 40.

(5) Ibíd., pág. 41.

(6) Ibíd., pág. 43.

(7) Ibíd., pág. 44.

(8) Ibíd., pág. 50

(9) Ibíd., pág. 59.

(10) Ibíd., pág. 60.

(11) Ibíd., pág. 122.

(12) S. DeVries, «Swallowed: political ecology and environmentalism in the Spanish American
Novela de la selva», Hispania, vol. 93, núm. 4, 2010, págs. 357-58.

(13) L. Sepúlveda, ob. cit., pág. 103.

(14) Ibíd., pág. 60.


Bibliografía

Aínsa, F., «¿Infierno verde o Jardín del Edén?», Espacios del imaginario latinoamericano, La Habana, Editorial Arte y Literatura, 2002, págs. 102-148.
De Vries, S., «Swallowed: Political Ecology and Environmentalism in the Spanish American Novela de la Selva», Hispania, vol. 93, núm. 4, 2010, págs. 535-546.
Hazera, L., La novela de la selva hispanoamericana, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1971.
Marcone, J., «Del retorno a lo natural: La serpiente de oro, la “novela de la selva” y la crítica ecológica», Hispania, vol. 81, núm. 2, 1998, págs. 299-308.
Sepúlveda, L., Un viejo que leía novelas de amor, Barcelona, Tusquets, 1989.
Tavares, D. y Le Bel, P., «Forcing the Boundaries of Genre: the Imaginative geography of South America in Luis Sepulveda’s Patagonia Express», Area, vol. 40, núm. 1,
2008, págs. 45-54.

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