El teatro ha sobrevivido a todas las calamidades por su espíritu comunitario y libertario. Pero ahora el sector de las artes escénicas y musicales experimenta una crisis. ¿Cómo sobrevivir a este apagón cultural?
Por, Gabriela Wiener*. Publicado en The New York Times
MADRID — El 14 de marzo nos confinaron por decreto y mi obra de teatro, Qué locura enamorarme yo de ti, estrenada en una sala de Madrid a fines de enero de este año, que había empezado prometedoramente la temporada con cinco funciones agotadas, tuvo que suspenderse. Nos vimos obligadas a devolver las entradas vendidas sin saber si era su sentencia de muerte o si la pieza que había escrito y que protagonizábamos mi familia y yo, bajo la dirección de Mariana de Althaus, tendría una segunda oportunidad sobre las tablas. La tuvo.
Hace un mes, justo cuando empezaba a pensar que tendría que organizar una función de teatro por Zoom, volvimos al teatro de verdad. No sé cómo lo hicimos. Madrid, ciudad pandémica de España por excelencia, aún supuraba, los rebrotes colmaban los titulares y mientras segregaban barrios enteros, reducían horarios y aforos, cuando ya no lo esperábamos, nos dejaron volver. No hay gobierno, progresista o no, que aguante la decisión de mantener abiertas las salas de apuesta y no los teatros o los parques infantiles. Allí estábamos otra vez, seis meses después levantábamos el telón.
El teatro ha sobrevivido a todos los males y a todas las calamidades, y en cualquier época, por su espíritu comunitario y libertario. Pero si yo, una escritora que apenas incursiona en el teatro, aún no me enderezo del golpe, no imagino de qué manera el sector de las artes escénicas y musicales, que se dedica exclusivamente a producir arte vivo, planea recuperarse de este apagón cultural.
En este tiempo se han sofisticado los formatos para llevar teatro al menos virtualmente a las personas en sus casas, pero aún no se tiene claro cómo funcionar ante este nuevo horizonte lleno de desafíos y vaciado de cuerpos. Para empezar, no se ha inventado la manera de que la nueva normalidad sea sostenible para los trabajadores escénicos, que siguen denunciando la crisis del sector y pensando no solo cuándo sino cómo van a volver, transformados en qué. Son preguntas que muchos artistas, músicos, actores o escritores —que en el mundo precoronavirus íbamos a ferias, festivales y a todos los bolos que cayeran— nos hacemos. La parte de la cultura que es presencial está en crisis.
Qué absurdo “es entregar el alma ante un teatro vacío”, pensaban hace unos meses las directoras españolas de Teatro en Vilo, Andrea Jiménez y Noemí Rodríguez. Ellas finalmente decidieron “entregar el alma” en la obra en streaming La distancia para el Centro Dramático Nacional y no solo ellas, también los que vimos el montaje encontramos el sentido a su esfuerzo por tratar de decir desde otro lugar muy distinto al que estaban acostumbradas.
Por eso, mientras en varios países de Latinoamérica se mantienen todavía hoy los teatros y salas cerrados con pocas perspectivas de futuro, se mira con atención el caso español, se estudian sus protocolos y emprendimientos. Aquí, hace unos meses que empezó la desescalada y los espectáculos van reapareciendo lentamente, pero aún hay muy poca programación más allá de lo inmediato y sobrevuela el peligro de un nuevo confinamiento mientras España y Europa, en general, experimentan una segunda ola de casos.
Durante la cuarentena, en los días en que las instituciones ofrecían gratis sus colecciones audiovisuales de montajes clásicos, se abrieron salas virtuales y se anunció el advenimiento de una “nueva era teatral” —que se ha mantenido hasta ahora, incluso después de la apertura de los teatros—, en la que se experimenta con nuevos e híbridos formatos en plataformas audiovisuales, teatro en línea y hasta teatro por WhatsApp. Muchos artistas reflexionan hoy sobre la propia experiencia de generar teatro en esas condiciones, sobre la aventura radical del encierro y las metáforas de la distancia. También sobre el poder curativo del teatro. No hay nada que aliente más la imaginación teatral que una realidad turbulenta como la que vivimos. Pura tensión dramática. La épica que necesitan los confinamientos para precisamente escapar de ellos.
Pero no se vive solo del drama. Los distribuidores teatrales españoles cuentan que para estas fechas normalmente ya se tienen programadas las obras de las temporadas y festivales del próximo año pero esta vez nadie se ha atrevido a adelantar nada de 2021.
La sala de conciertos Apolo, de Barcelona, por ejemplo, que había anunciado el primer “conciertos sin distancias”, el primero masivo en este país tras el coronavirus, para unas mil personas, supuestamente en condiciones inmejorables de sanidad, tuvo que aplazar el evento por un nuevo paquete de restricciones en Cataluña. En la inauguración de la nueva temporada de la ópera en el Teatro Real de Madrid estalló un escándalo entre el público que empezó a vociferar y dar palmas, mientras el director intentaba sacar adelante Un ballo in maschera de Verdi. Los espectadores de las butacas más baratas se quejaron de que el teatro no había respetado el aforo y la distancia de seguridad.
La situación es compleja y demanda, literalmente, nuevos escenarios. El aire libre termina de parecer una buena idea cuando se acerca el invierno. Y la virtualidad no tiene a los amantes de la presencialidad del teatro muy contentos. Suma a la crisis el aforo cada vez más limitado que parece llegar para quedarse, ante lo cual se demandan patrocinios y más ayuda estatal. Mientras en Madrid la asistencia máxima es para el 75 por ciento de butacas, en Barcelona ha bajado hasta el 50. Además, pese a la distancia de seguridad, por más entusiastas que sean las campañas para que se acuda a los teatros aún hay mucho miedo y la respuesta es tímida. En Madrid, donde estos días presentamos la obra, se viven nuevos días de tensión, se ha decretado el Estado de Alarma y las autoridades se han enzarzado en una guerra política por la gestión de la crisis.
No solo el teatro, todo pende de un hilo.
La noche que volvimos al teatro salí al escenario y allí estaba toda esa gente con mascarilla, distanciada y repartida entre algunas butacas libres. Aunque me tocaba hablar, me quedé en silencio un momento como se quedan en silencio las personas cuando están en un teatro, en trance, ceremoniosamente anhelantes. Había preparado un pequeño discurso antes de empezar en el que contaba cómo el virus había invadido mi casa y enfermado a parte de mi familia y cómo habíamos logrado sanar. Les dije que habíamos tenido que cambiarle de nombre a la obra y que ahora se llamaba “Qué locura contagiarme yo de ti”. ¿Era muy pronto para hacer chistes? El duelo por miles de personas aún está presente pero por fin estamos de nuevo inmersos en esa mágica penumbra que parece abrazar toda nuestra humanidad. La habíamos echado de menos. No sabemos cuánto durará.
Peter Brook decía que cuando el teatro es necesario no hay nada más necesario. Hoy lo es.
*Gabriela Wiener es escritora, periodista y colaboradora regular de The New York Times. Es autora de los libros Sexografías, Nueve lunas, Llamada perdida y Dicen de mí.