Descuellar la gramática

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(…) yo sentía frío adentro

                      frío afuera y todo así

                      y arrimándome a una puerta

                      rompí en llanto compulsivo.

                      y llorando como un niño

                      como un hombre maldecí (…)

Como buenos lectores que son, ustedes ya lo habrán advertido: la expresión “correcta” no es maldecí, sino maldije. Así de caprichosos son algunos verbos en lengua castellana.

Pero pongánse por un momento en el lugar del autor de la canción Mis harapos, célebre entre nosotros en las interpretaciones de Antonio Tormo o de Los Visconti. Jorge Luque Lobos es el escritor de esa pieza ya clásica en el cancionero popular de Hispanoamérica. Me lo imagino insomne, ahogándose en mate a las tres de la madrugada, peleándose con la gramática como quien libra un duelo con el demonio.

Si escribo lo correcto conservo mi reputación pero estropeo la rima. Entonces ¿qué hacer? Supongo que pensaba el pobre hombre.

Bueno, ya conocemos la elección que dio como resultado la consonancia perfecta entre así maldecí. Y nadie podrá acusarlo de ignorancia: una persona que utiliza expresiones como arquetipo, Tartufo o cierzo es dueña de una apreciable cultura.

De modo que la suya fue una elección acertada y valiente. Tanto, que sus versos pasaron a la posteridad.

Todo esto viene a cuento por una razón: Abelardo Gómez es un editor riguroso y severo, como corresponde a quienes asumen su oficio con responsabilidad. Hace un par de meses, luego de revisar uno de mis textos antes de publicarlo en su portal La cola de rata, me envió un correo conciso y lapidario que me puso en un aprieto.

“Ha incurrido usted en un gazapo”, me dijo con tono admonitorio. Y continuó: “lo correcto no es descollo si no descuello”. Justo en ese momento se desataron mis desvelos. Los gramáticos merecen todo mi respeto y atención, pero a veces se les va la mano. Sucede que la palabra descuellar me produce una irrefrenable acidez gástrica. Me suena a estrangular, despescuezar, cortarle el cuello a alguien.

Apurado, busqué sinónimos o expresiones aproximadas como destaca o sobresale, por ejemplo, pero por alguna razón misteriosa la solución no funcionaba en mi cabeza.

Mejor dicho: en lugar de aproximarme, me alejaban de lo que pretendía decir.

Así que opté por violar la gramática y me le planté, valiente, al tenaz editor: pues lo voy a dejar así, le respondí, con el tono de un escolar insolente. Pero el hombre no dio su cuello a torcer.

En ese momento me abandoné a mis cavilaciones. Con todo y su inapelable validez, la gramática no puede ser un corsé, una camisa de fuerza que ahogue el potencial del lenguaje en su raíz, me dije, a modo de consuelo. Igual que el agua, el lenguaje fluye y se renueva en cada recodo. Si no lo hace se pudre, como las aguas estancadas.

Fiel a sus convicciones, Abelardo sustituyó descollo por descuello y fue así como quedé descabezado: bien sé que en su manual no hay piedad para los contumaces.

Pero es comprensible. A su severidad se suma el hecho de que el hombre no usa palabrotas. O al menos nunca las he escuchado de sus labios. Yo en cambio, no sólo las uso sino que las amo, con el fervor que sólo puede desatar el halo  seductor de las damas del arrabal.

Sin ellas, muchos textos serían una tierra baldía. Un auténtico erial de corrección política y, por lo tanto, gramatical. Hace años otro editor, tan pudoroso él, quiso remplazarme el castizo y certero cagar por el pudoroso y aséptico defecar.

No es lo mismo, le respondí, y me fui con mi artículo para otra parte.

A mi modo de ver defecar es obsceno, por su carga de disimulo, de hipocresía y de estreñimiento. Cagar en cambio es algo tan limpio y puro que al final uno se siente más liviano.

En fin que, como lo demuestra la letra de Mis harapos, el cancionero popular, que es la poesía de la vida cotidiana, es ducho en sortear ese tipo de encrucijadas. No importa si hay que torcerle el cuello a la gramática con tal de preservar la belleza.

Contador de historias. Escritor y docente universitario.

4 COMENTARIOS

  1. Gustavo.
    Saludos.
    Esta situación en particular me trajo a la mente ese libro llamado “Autobiografía de todo el mundo”. Allí la anti-gramática de Gertrude Stein dice: “Antes de llegar al éxito, es decir, antes de que cualquiera este dispuesto a pagar por cualquier cosa que uno haga, es cuando se está seguro de que cada palabra que ha escrito es una palabra importante de ser escrita y que cualquier palabra que uno ha escrito es tan importante como cualquier otra palabra, y uno cuida mucho todo lo que ha escrito” En otras palabras, en la escritura el estilo es cómo se escribe, no qué se escribe, y esto, antes o después que la publicación caiga en oídos u ojos sordos. Quien lee un “Gazapo” de un buen escritor, entiende que no es un “Gazapo” sino una señal de ruta.
    Nos vemos.

    Diego eFe
    Pereira

  2. Muchas gracias por el diálogo, Diego. Hace un tiempo leí que en español antiguo la palabra usada para referirse a los antepasados de Batman era murciégalo, tal como la pronuncian los niños que empiezan a hablar. Con el paso de los años, los gramáticos decidieron que la pronunciación ” correcta” era murciélago. Con todo eso, los pequeños- tan intuitivos ellos- siguen pronunciando la forma original y los adultos los ” corregimos”.
    ¿Quién tendrá la razón ?

  3. Bueno… Supongo que el poeta, el escritor, no se hace con una o dos palabras aprobadas por la RAE, sino enlazando ideas con imaginación, sensatez y una pizca de buen gusto. Como en música: uno o dos (tal vez más) músicos populares de nuestros días hubieran rivalizado con Rossini, digamos, o al menos habrían podido conversar sin sonrojarse con gente como Beethoven, Mozart, Haydn o Bach, de haber nacido en la era que alumbró a esos titanes.

    • Mi querido don Lalo: no por casualidad Shakespeare- o quienes se ocultaran detrás de ese nombre- frecuentaba los arrabales en busca de material para sus obras. Nadie como los orilleros para nombrar de forma certera el mundo. Eso lo saben muy bien los compositores de tangos y, en general, de música popular. En ese sentido, no hacía demagogia García Márquez cuando dijo que Cien años de soledad no era más que ” Un vallenato de trescientas cincuenta páginas”.
      Así las cosas, con un manual de gramática en la mano los grandes autores no llegarían ni a la segunda página.
      Un abrazo y mil gracias por el diálogo.
      Gustavo

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