Desarrollar pensamiento crítico implica entender que el mundo no se divide en blanco y negro: una labor fundamental -pero cada vez más difícil- en la era del conocimiento.
Publicado en cumbre.cesa.edu.co
Mucho se habla de que vivimos la era de la economía del conocimiento. El conocimiento como activo transable es una de las diferencias fundamentales entre las sociedades feudales, basadas en la posesión de tierra, y de las sociedades posteriores a la Ilustración, marcadas por el saber. No solo sabe el padre de la iglesia, sino también sabe aquel que puede transformar la realidad a través de invenciones sociales, artísticas y tecnológicas. Por supuesto, desde la aparición de los computadores en la producción económica, el peso de la transformación recae no en la posesión de las maquinarias para agilizar el trabajo de las fábricas, sino en la capacidad que tienen los humanos de hacer que las máquinas “hablen entre sí”, de simplificar procesos y hacerlos asequibles, de procesar enormes cantidades de data, y de conectar con solo un click a varias personas en diferentes lugares del mundo.
Hoy hablamos de la era del conocimiento por el amplio acceso que tenemos a ella, a reproducirla e incluso a crearla. Pero, ¿vivimos mejor que en los tiempos feudales?
Desde el punto de vista de los avances en medicina, salubridad en las ciudades y comodidades no hay ninguna duda: vivimos en términos generales con menos penurias en muchos lugares del mundo. Y como este artículo no trata de la desigualdad social y económica que supone el hecho de que 26 multimillonarios poseen más dinero que las 3.800 millones de personas más pobres del planeta, la referencia a las disparidades se queda aquí, para la reflexión de cada quien.
El tema sin embargo, sirve para enmarcar el asunto en cuestión: la importancia del pensamiento crítico en la vida moderna. Hoy en día la vida urbana permite que las tiendas lleguen a casa, ver al amigo que vive en Nueva Zelanda en tiempo real, observar el nacimiento de un oso polar en el zoológico de Berlín sin salir de un apartamento bogotano, escuchar un concierto de la filarmónica, encontrar pareja a través de una app, ver los atardeceres más impactantes en las Maldivas en una tablet e incluso indignarnos y pedir renuncias o anunciar grandes decisiones de política internacional en plataformas con millones de seguidores.
Somos sociedades visuales y, en especial con el acceso –diríamos ilimitado– a la información, somos generaciones de rápida respuesta.
Pero lo cierto es que esta capacidad de ubicuidad, y el acceso libre a la información, no hace que nuestras democracias sean más robustas, y esto se basa en la poca atención que recibe el pensamiento crítico como motor de transformación social.
Al que lee no le echan cuentos. Pero claro que la frase no encierra una verdad completa. Por un lado, presupone que el acto de leer implica confrontar fuentes, buscar alternativas a la historia que se acaba de escuchar o leer. Leer es un antídoto frente al impulso visceral. Pero la limitación de esta frase se encuentra precisamente allí, donde no se ve. ¿A quién estamos leyendo? ¿Me estoy saliendo de mi zona de confort, de mi burbuja mental alimentada por mis influencers personales, escogidos por mí porque piensan parecido? He ahí uno de los peligros camuflados de las redes sociales: sigo lo que me simpatiza, bloqueo lo que no me gusta. Replico lo que reafirma mis ideas ya sea por asociación o por similitud. A veces también las respuestas viscerales, movidas por la emoción, nos impiden cuestionarnos la solidez de un argumento. Es decir nos regodeamos en el placer de tener la razón en el corto plazo.
Utilizar el pensamiento crítico significa decidir sopesando argumento a favor y en contra. Significa buscar hechos y no aceptar una opinión como una verdad por el simple hecho de estar respaldada por una mayoría. Es la capacidad de conectar ideas de manera independiente y reflexiva.
Peter Facione, investigador de temas de pensamiento estratégico y liderazgo, resume el valor social del pensamiento crítico de la siguiente manera: “enseñe a las personas a tomar decisiones acertadas y las equiparará para mejorar su propio futuro y para convertirse en miembros que contribuyen a la sociedad, en lugar de ser una carga para ella.” Y aunque el pensamiento crítico no asegura la felicidad, por lo menos sí pavimenta el camino para lograrlo.
Por fin tenemos la anhelada biblioteca universal, de acceso irrestricto, con la que soñaba Borges. Una biblioteca incompleta pero con millones de títulos de libros y de videos. Pero también podemos constatar que no contamos con las suficientes herramientas para leer sus libros y ver sus videos. Y es que para lograrlo necesitamos trabajar con tres herramientas claves:
- Interpretación: entendida como la capacidad de ser un hacker de la información. Es decir, decodificar lo significados e identificar los sentidos. Es la habilidad de leer entre líneas.
- Análisis: permite hacer la disección de los argumentos e identificar qué partes del contenido son sentimentales y generan una supuesta relación de interferencia, y cuáles son reales.
- Evaluación: es el juicio final, que permite decantar los enunciados fuertes, lógicos y pertinentes. Basados en la información pertinente se sacan conclusiones.
Parece complicado que la mente pueda coordinar cada uno de estos pasos y al mismo tiempo generar respuestas rápidas en esta sociedad del conocimiento. Pero lo cierto es que es más largo describir los diferentes aspectos que componen el pensamiento crítico, que ponerlo en práctica. Se trata de “no comer cuento” para lo cual basta tener un espíritu curioso, y entender que el mundo no está dividido entre contrarios. Cada decisión contiene una paleta de posibilidades y de matices. Somos más que blanco o negro; intuitivo o reflexivo; bueno o malo; bruto o inteligente. Al evitar las dicotomías extremas, estamos entendiendo que el pensamiento es filigrana. Que una idea puede parecer buena porque viene de una autoridad moral a la que respetamos, pero que en realidad esconde manipulación emocional para beneficio de la agenda del interlocutor.
“No coma cuento” se alimenta de saber leer, de comprender el contenido de las lecturas, de mirar entre líneas y de conectar los puntos, y, finalmente, de saber explicar cómo llegamos a tales conclusiones. La lectura nos libera de las imposiciones de la autoridad, y esa es la principal ganancia de una sociedad democrática, que al mismo tiempo permite producir nuevas formas de conocimiento. Leer permite contextualizar, que le bajemos el volumen a los populismos, y que tengamos libertad de aprender, de exigir justicia y de evitar la explotación económica.
Es por eso que los primeros dos items en las agendas de dictadores y mandatarios totalitarios son: amordazar a la prensa para acallar las voces críticas, e ideologizar la educación. El producto son hordas de iletrados que permiten que el sistema judicial colapse, que saben cómo comprar votos en elecciones populares y aceitar maquinarias a punta de cuotas burocráticas. Por la carencia de pensamiento crítico es que florecen todos esos líderes mesiánicos, que prometen acabar con guerras a punta de fuego, acorralar negociadores para obligarlos a firmar acuerdos, construir muros para detener las migraciones.
Ya basta de aprender a repetir-memorizar-recitar… para volver a repetir los errores y andar ciegos por el mundo. Porque el que no lee, es como el que no ve.
Así que si llegó hasta este punto y tiene argumentos mejores, lo invito a que tendamos puentes y colaboremos en encontrar los argumentos más pertinentes.
Saludos hasta Alemania, señora Juliana.
Interesante y acertado su texto, la falta de pensamiento crítico está convirtiendo a las personas en nodos o replicadores de información sin criterio ni juicio. Un fatalismo cognoscente que deja a la sociedad supeditada al conocimiento de una sola fuente (un noticiero), un libro (constitución, biblia, o Don Quijote), o una visión del mundo (hay múltiples formas de ver la realidad y el cosmos).
De ahí la importancia que se desarrollen nuevas formas de reflexionar derivadas de la interpretación de la realidad. Algo que está en ciernes y que solo será posible leyendo, aprendiendo constantemente, y sobre todo, haciendo preguntas todo el tiempo, no solo al exterior, sino al interior del sujeto pensante. En un mundo donde se avala la acción por encima de la reflexión se cometen excesos. ¿”Hago luego pienso”?, no, “Pienso luego hago”. El ordenamiento de las cosas necesita hombres y mujeres que sean faros del conocimiento, no solo fuego que arde, sino llama que ilumina.
Leí hace poco esta frase: “En una economía de atención, la celebridad es una forma de arte”. Y pienso si acaso estamos en la “era de la atención”, donde ver, es una forma de pensar. Caso tal que así sea (Y Sartori lo evidenció) el motor detrás de toda nueva creación, denuncia, reflexión, o forma de entender y transformar el mundo, lo será, sin duda, el aparato crítico individual y por qué no, colectivo. Algo utópico por el momento, pero no imposible, pues tenemos las herramientas que pueden facilitar este nuevo sujeto crítico y juicioso.
Un abrazo hasta el país de Goethe.
Diego eFe
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Colombia