Por, José Nava
¿Cómo estás?
“Cómo estás”… es una pregunta común, que muchos hacemos o nos hacen. Por lo general, todos contestamos, bien, muy bien, o como lo piden los cursos de autoayuda, excelentemente bien. La respuesta a esta pregunta, siempre depende de quién pregunte, si es un conocido, con un “todo bien” es suficiente, pero si la pregunta la hace alguien con el que llevamos una entrañable amistad, la respuesta puede ser diferente, más emotiva y cargada de “cosas”.
En estos tiempos, de pandemia, la pregunta está cargada de: miedo, zozobra, angustia, necesidad, morbo, quizás, hasta de amor. Esta pregunta puede ser más que una simple interrogante, puede ser el grito desesperado del remitente que necesita ayuda, que está al borde de la depresión, (me pasó) o que ya tiene una depresión. El encierro o confinamiento, ya sea total o parcial, ha detonado muchas “cosas”, buenas y malas: en las redes sociales se ven casos de violencia terribles, como el de la maestra de preparatoria que asesinó a sus dos hijos y luego intentó quitarse la vida pero falló. Muchos nos preguntamos por qué lo hizo, y los más cercanos a ella, sus alumnos virtuales, aún no pueden creer de lo que fue capaz de hacer su profesora que, pensando en ellos y para facilitarles el aprendizaje, abrió un canal de YouTube para subir los temas que verían en clases… se miraba una persona “normal”. Me pregunto: ¿la pandemia detonó algo en ella?, solo ella lo sabrá.
Impactado por esta noticia y queriendo hacer algo al respecto, me puse a llamar a mi camaradas para desearles que este 2021 sea un año mejor y que todo lo bueno les llegue como regalo navideño. Pero las respuestas al ¿cómo están?, no siempre fueron las mejores: un accidentado en moto, una madre que lucha contra el “virus”; una chica que se quebró la rótula en un accidente de carro y además resultó con Covid; el hermano del amigo que muere de paro cardiaco; el guardia con sangrado interno; el dueño de una imprenta que murió empezado este año; el vecino de mi suegra que perdió contra el “virus”; un joven, que en diciembre vería nacer a su primogénito, murió en noviembre, y meses antes, su papá y hermano se adelantaron en la travesía sin regreso; los padres de tres conocidos igual fallecieron: la madre de una amiga fue al un hospital hacerse unos estudios y ya no la dejaron salir, está delicada de salud, en verdad ya no quiero preguntar.
¿Qué será de nosotros este año? porque el que terminó dejó mucho que desear. ¿Cómo sobrellevaremos el encierro, el confinamiento? ¿Cuántos más morirán? Preguntas de las cuales no quiero saber las respuestas pero las sabré porque “las malas noticias vuelan rápido”.
Espero que este clima no sea un presagio de lo que será este 2021: para nuestro estado, Baja California, y otros del norte de México, se anuncia que entrará un vórtice frío: lluvia, vientos y condiciones de nevadas, para una ciudad, como Tijuana, que creció a la buena de Dios, no son buenas noticias. Los fuertes vientos ya azotan las ventanas con tal fuerza que despierta el corazón, y por un momento, solo por un instante, hacen que me olvide del virus y sus muertos, y me preocupe por la resistencia de las ventanas y de que no se vaya la luz. Al parecer, el mal clima es una especie de tregua para olvidar otras “cosas” y poner atención a cuestiones más cotidianas: que no se mojen las mascotas, cubrir las goteras de la casa, salir temprano y rápido a comprar víveres para evitar la lluvia, que no se vaya la luz, que no nos quedemos sin internet (en este mundo cibernético se ha vuelto de primera necesidad, por lo menos para los que hacemos “home office”, sí, -muchos trabajamos así para no contagiarnos-: el clima nos da una tregua para dejar de lado las angustias por otras “cosas”.
No queda más que esperar a que todo mejore, que la vacuna funcione: parece que al final, es necesario tener fe, en algo o en alguien, tener la esperanza de que esto un día va a terminar; no es cuestión de cliché o de ser cursi; es necesario que todo mejore, que la vida vuelva a la “normalidad” (difícil caso, los que se “fueron” dejaron un vacío, un hueco en el alma, su partida caló hondo), necesitamos que el “mundo” vuelva a ser como antes: esto nos pegó y nos pegó muy duro, sacó lo más malo o lo más bueno de nosotros.
Ya no quiero preguntar ¿cómo estás? Sin embargo, la pregunta es obligada para ayudarme y ayudar a los amigos a desahogarse, a sacar esta infección emocional que nos está afectando a todos, a buenos y malos. Es necesario hacerla para que vacíen eso que les nubla el corazón como tormenta de invierno, para que, con cada palabra que digan, se desaloje la tristeza que les presiona ese “otro” corazón, que no existe pero duele.
No siempre hay palabras de aliento que puedan ayudar a olvidar o a reanimar un corazón triste, invadido por el yugo de haber perdido al padre, a la madre, al hermano, a la hermana, al amigo, ese amigo que, con sus consejos, nos ayudaba a no andar a la deriva como barco sin timón.
Preguntar, ¿cómo estás? puede ser el inicio de una nueva amistad que en estos tiempos es muy necesaria, o puede ser, el sinónimo: aquí estoy contigo para lo que se te ofrezca amigo.
Tomémonos unos minutos, y por qué no, unas horas para hablar con el amigo, el familiar o el conocido, mirémoslo a los ojos con atención y cariño, y digámosle: aquí estoy, cuéntame tus alegrías y tus tristezas, cuéntame lo que sea que se necesario contar para que no cargues solo el peso que llevas, amigo la muerte se puede compartir. Sal de tu encierro aunque sea con tu voz, que mis oídos estarán dispuesto a escuchar lo que tengas que decir. Aunque mi cabeza no da para más, aquí estoy, para ayudarte.