El ser humano en su proceso dialectico en formación, avizora en su discurrir, a través de los sentidos que alimentan su intelecto, además de a la naturaleza en todos sus matices, la interrelación con sus semejantes en procesos productivos y todo el entramado social y cultural que construye y transforma en sus conexiones y desarrollo universales.
Las ideas en nuestra cabeza son reflejos de los objetos y fenómenos de la realidad. Como bien escribió Engels: “el mundo no se compone de un conjunto de objetos terminados y acabados, sino que representa en si un conjunto de procesos… los conceptos o imágenes en nuestro cerebro se hallan sujetos a un continuo cambio, a un proceso de nacimiento y muerte” por tanto “no existe nada establecido de una vez para siempre, nada absoluto, consagrado y, no deja en pie más que el proceso ininterrumpido del aparecer y desaparecer” Así pues, la dialéctica es , según Marx, “ la ciencia de las leyes generales del movimiento, tanto del mundo exterior como del pensamiento humano”.
Pues bien, para reproducir su especie, el indisoluble binomio hombre-mujer se ligan por vínculos afectivos que devienen en familias que crecen y desaparecen para volver a comenzar. En el accionar cotidiano, hoy nos ocuparemos del sentido de la vista, como atalaya observante de su entorno, por medio de ella aprehendemos el mundo material. ¡Tantas son las cosas y seres que llegan a nosotros a través de la vista, embelesando nuestro discurrir por el mundo! manifestándose por dos vehículos según el efecto engendrado: la sonrisa con sus derivados y el don de lágrimas, dos alas que agitan alegrías y dolores, abanicando lo más recóndito que anida en cada ser.
Todo entra por los ojos, dicen unos, los ojos son el espejo del alma puntualizan otros, es el más preciado sentido arguyen tantos y, hay quienes se atreven a decir que sin ojos los demás sentidos funcionan a media máquina sin brillo y con opacidad en sus vivencias.
¿Qué humano alguna vez, no ha sido hechizado por el embrujo de un paisaje, por las notas melodiosas de una canción, por la enhiesta figura de una mujer, por la madre llevando de su mano al hijo dando sus primeros pasos; ¿ quién no ha sentido cual vuelo de palomas, el aleteo de una despedida, quién, no mira colinas en el esbelto cuerpo de su amada?
Pues bien, un caluroso verano de cielo azul y pasajeras nubes blancas como vuelo de aves en busca del nido, me encontraba muellemente sentado en un parador campestre, frente a un verde prado con parasoles y jardín finamente podado, cuando una bella joven se instaló en una mesa contigua. Fue evidente el proceso dialéctico en su plenitud en el episodio que transformó mi vida. Discurrió breve tiempo y tentados por la curiosidad se cruzaron nuestras miradas; el espacio y el tiempo se tiñeron de inefables presagios, el encanto del paisaje se diluyó y nuestras miradas intuyeron paraísos de insospechados parajes, su mirada: limpia y envolvente, conmovió sutilmente mi espíritu que de estocada recibió una incitadora sonrisa.
El tiempo se eternizó, pues esa mirada de segundos se anidó por siempre en mi intimidad, con anhelos de ternura haciéndome sentir único y digno, al tiempo que el aire se detuvo abrazándose a las ramas de los árboles, como mi corazón se abrazó con ella; las irradiaciones de sus ojos incitaron a entrar en su vida, pues en esa mirada mostró su alma como un lago apacible deseoso de ser navegado. En verdad mis etéreos efluvios en suave briza se fueron con ella, abandonando esas pequeñas miserias que impiden visualizar al otro en su integridad. Ahí alabé la química, gestora del milagro, la que otrora fuese despreciable área de conocimiento, ahora sus vasos comunicantes funcionaron a la perfección.
Si Pitágoras encontró una relación básica entra la armonía musical y las matemáticas, yo al observar el ritmo cadencioso de su cuerpo, encontré que sin números que cuenten las vibraciones amorosas no hay paraíso. Si esos ojos hubieran estado en venta, yo seguro comprador seria del paquete completo.
Hay miradas que, para bien como el presente relato, o para infortunio como escribiré en otra columna, transforman de tal forma nuestras vidas que, cual quijotes, la fantasía hace realidad. Y vemos arreboles donde otean atardeceres grises, paisajes embrujados donde pelechan mustios parajes, oímos notas melodiosas donde retumban estridentes ruidos y muy de cuando en vez, bellas mujeres donde hay escuálidos espantos… eso sucede al mirar con turbios intereses calculadores, lejanos al enjundioso propósito de amar y ser amado. En nuestros cabales dejamos de ser quijotes para aterrizar en humildes Alonso Quijada o Quesada. Quizá una de las grandes enseñanzas del Quijote se expresa en: “porque es mejor perder haciendo virtud, que ganar dejándola de hacer”. La mirada causa efectos incitadores del accionar, rasgando retazos de existencia por la vía del raciocinio o de la fantasía, que retorna transformando lo material existente en procesos de constante renovación.
En fin, cuando ella abandonó el lugar y la seguí con la antorcha de mis ojos por el caminito entre la arboleda, una vez el rubor encortinó nuestras miradas, se fue alejando y alelado quedé cuando la saya arrebolada por el travieso viento descubrió sus contorneados muslos, pero desde ese día hizo parte de mi vida. Ese entrañable ser orla mi jardín desde hace muchos venturosos años, desde aquella cálida y azul tarde que de a poco se fue manchando de nubes ligeras que aún siguen transformándose, talvez buscando realizarse dialécticamente cada que engalana los encuentros amorosos.
Aquellos ojos hoy pletóricos de mirar como sus hijos crecieron, como es posible transformarse día a día entre sueños y realidades, esos ojos que me envolvieron en la fresca seda de sus años juveniles, en su ser ávido de caricias desprendiendo olores de germinación de pétalo femenil. Entré a su vida a través de sus cándidos ojos y cual sabio corcel guiado por la atracción, percibí la joya escondida en lo íntimo de su ser al ratificar sus calidades humanas.
William Ospina recuerda “como Schopenhauer descubrió que el destino del hombre no es más que una cadena de apetitos que siempre se renueva, un anhelar que no encuentra jamás su saciedad definitiva, un girar eternamente en la rueda de la necesidad y en la ilusión de satisfacerla”. Ese pretérito cruce de miradas escribió mi destino. Ojalá el de todos ustedes se funda con caracteres indelebles en un cruce de miradas. Que a partir de ahí construyan laboriosamente sus vidas.
Hoy día cuando establezco coloquios, observo como las colinas moldean cuerpos de mujer, con briznas de amor ligadas al furor de la materia entre sinuosidades de fresca yerba.
Celebro que la mujer moderna, irrumpa en la sociedad, gestando su proyecto de vida, con el ojo avizor, para no claudicar ante tantas miradas machistas deleznables, juzgándolas de mujer objeto, vendible como cualquier mercancía en la sociedad del espectáculo. De a poco, ellas han venido transformando la arcaica sumisión controladora y con visos esclavizantes que por siglos las subyugó.
Fortuna tener un idioma: posee el privilegio de tejer con palabras nuestras más caras vivencias, aunque a su vez permite destejer el amor en las orillas de la ingratitud. La realidad debe ser la semilla que multiplique la imaginación creativa, pues ambas suelen ser los adobos necesarios de la vida al surtirla de variopintos matices.
La poesía es elaboración artística de palabras que expresan sonoridades nacidas de la materia viva. Hoy estoy alegremente triste, sol abrazador seguido de torrencial aguacero, trajo a mi mente la evocación de un poema de mediados del siglo 16, escrito por la poetisa Louise Labé:
VIVO Y MUERO A LA VEZ Vivo y muero a la vez, me ahogo y quemo; Alterno el frío con la calentura; Y es mi vida, tan plácida y tan dura, Tedio mezclado con un gozo extremo. Lloro y rio a la vez, confío y temo; En mitad del placer sufro tortura; Mi bien se va, mi bien jamás perdura; Y me seco y doy flor, oro y blasfemo. Así inconscientemente Amor me lleva, Y, cuando pienso estar más desolada, Salgo, de pronto, de la pena nueva.