Lo que viene.

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El pasado domingo los colombianos elegimos al que será nuestro presidente durante los próximos cuatro años. Independientemente de cómo hayan votado cada uno de los colombianos, si por Gustavo Petro o no, es correcto decir “elegimos”, porque justamente como ciudadanos de esta nación nos obligamos a acatar los resultados del ejercicio democrático.

Gustavo Petro será, entonces, el presidente de todos los colombianos, a partir de su posesión el próximo siete de agosto.

Asumir esta realidad, dejando de lado teorías forzadas sobre un supuesto fraude que proceden tal vez del significativo aumento de la votación por Petro entre la primera y la segunda vuelta (dos millones setecientos mil votos), es vital en este momento para la estabilidad del país.

En el discurso que dio el candidato ganador, desde el centro de eventos Movistar Arena de Bogotá, se notó su intención de convocar a toda la nación para lograr la unificación del país, que tras los comicios queda dividido en dos realidades tangibles y antagónicas: entre regiones (el centro vs. la periferia del país), o entre condiciones socio económicas (el país de un mayor poder adquisitivo vs. el país más pobre).

Más allá de las referencias más bien retóricas a un hipotético liderazgo de Colombia para lograr un frente unido latinoamericano, que dialogue en condición de igualdad con Estados Unidos sobre el tema del medio ambiente; de sus repetidos llamados a la justicia social, de las referencias dudosas a su deseo de alcanzar una implementación plena del capitalismo (ha dicho Petro que va a llevar a Colombia al capitalismo aunque no le gusta ese sistema); persiste el miedo, la incertidumbre, el desánimo, la desconfianza, de al menos la mitad del país que votó el domingo pasado; una votación históricamente muy alta, por lo demás.

Amaneceremos este martes, después del puente festivo, con la expectativa de palpar las repercusiones de este giro a la izquierda sobre los indicadores económicos: el precio de las divisas, el comportamiento de la bolsa, las calificaciones del riesgo país, entre otros.

El reto es sin duda enorme. Petro ha despertado la ilusión de miles de compatriotas que sienten que a su lado ganaron por primera vez en muchas generaciones. Esperan muchísimas cosas de su gobierno, y el problema podría ser la frustración generalizada y profunda que pueda producirse al haber despertado tantas expectativas en un escenario de poco o nulo margen fiscal, con una inflación disparada y una recesión mundial a la vuelta de la esquina.

Por otro lado, la primera tarea que podría contribuir a mejorar la eficacia de las inversiones del Estado y la redistribución del ingreso sería una lucha frontal y decidida contra la corrupción, pero cuando se recuerda el sinnúmero de aliados de todo tipo y calaña que tuvo que aceptar Petro para lograr este triunfo, esas esperanzas se desvanecen rápidamente.

Le quedan las maniobras tributarias. Pero la presión fiscal es ya alta sobre las clases medias, y los grandes contribuyentes sacarán sus capitales del país si la presión se vuelca sobre ellos, si es que ya no lo han hecho.

El panorama parece oscuro, no tanto por el hecho político de un gobierno de izquierda, sino por la dificultad de llevar a cabo una agenda reformista ambiciosa con la caja semi vacía.

Además, una cosa serán Petro y su gabinete (ministros y colaboradores), y otra los seguidores del petrismo. Estos dos aspectos no son iguales, y asalta fuertemente la duda de la capacidad de dirección y control que pueda tener el presidente y su gobierno sobre estas bases, alentadas por ellos mismos en el pasado a realizar acciones de fuerza para hacer oír sus reclamos. Una cosa era espolonear estas “barras bravas” desde la oposición, y otra muy distinta será tenerlos como interlocutores permanentes de las ejecuciones de su mandato.

Como se lee por estos días en Twitter, esperemos estar equivocados, y que por el bien de Colombia el gobierno de Gustavo Petro logre medianamente lo que se ha propuesto sin debilitar instituciones, sin alterar el orden democrático, y sin desdecirse inevitablemente de su ambigua ambición capitalista. Desde este espacio de opinión hacemos votos porque así sea.

Contamos historias desde otras formas de mirarnos.

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