Falsos positivos = asesinato de civiles. Los civiles somos los que no pertenecemos a alguna de las armas del ejército ni empuñamos armas en nombre de una organización subversiva. ¿No había otra forma de llamarlos?
No es una estadística señalada por el Dane en materia de nuevas familias que han superado el índice de pobreza. Tampoco es una cifra de nuevos empleos y mucho menos el número de campesinos que se han profesionalizado en el Sena este año. La cifra señala un número de víctimas y un solo interrogante: “¿Quién dio la orden?”.
Vaya pregunta. ¿La orden de qué? La de asesinar a 5763 personas. Es difícil pensar que la orden la diera un solo individuo y por eso allí aparecen, en cadena, cinco oficiales de alto rango. Con unos números problemáticos sobre sus cabezas, como si cada número les diera un lugar de privilegio en un certamen, como si a ese número debiera colgársele una silueta humana por cada persona muerta.
Tremenda escenografía con sombras y sombras.
Le compete a la justicia esclarecer los hechos, dirá el lector, verificar esos números y determinar responsabilidades. ¿Pero cuáles? Bueno, responsabilidades en relación con los eventos en que 5763 personas perdieron la vida.
La cifra se ha conseguido en diez años, según cuentas de la Asamblea de Estudiantes Universitarios.
Pero hagamos esta simple operación matemática: si en diez años sumamos 3650 días y el número de víctimas asciende a 5763, quiere decir que por día fueron asesinadas cerca de dos personas. Si pensamos en las víctimas del municipio de Soacha, cuyas madres y parientes siguen llorándolos, estamos hablando de personas jóvenes en su mayoría. Los relatos de los deudos suelen coincidir en que un día cualquiera a estos chicos les prometieron un empleo, les pintaron un negocio, les hablaron de probar suerte en otra parte y luego aparecieron muertos.
Y no era una muerte cualquiera: sus cuerpos aparecían en una supuesta zona de combate. Así que en el argot militar habían sido dados de baja y en las estadísticas de la Seguridad Democrática, se estaba ganando la guerra. ¿Por qué darles de baja y no capturarlos? Porque presuntamente eran guerrilleros, subversivos, individuos beligerantes preparados para el combate y enfrentados a la autoridad verde oliva.
“De seguro, esos muchachos no estaban recogiendo café”, dijo en su momento un presidente de la república, es decir, el jefe máximo de las fuerzas militares.
Como si de este modo se justificara el acontecimiento: puesto que no estaban cogiendo café era necesario darles de baja y sumar con ello un positivo. Ilustro: entre las tropas en combate dar de baja a un guerrillero es un éxito, un acto positivo con el cual se asciende, se ganan medallas, se adquiere prestigio, se dispone de días de licencia para estar en familia, se hace mérito para engrosar la lista de los destinos heroicos.
Pregúntenle al general retirado Mario Montoya.
Pero lo positivo, después de todo, resultó falso. Digamos que estos 5763 colombianos no estaban cogiendo café ni aspiraban a ser gerentes de la Federación Nacional de Cafeteros, pero tampoco estaban en el campo de batalla ni se les pasó por la mente enfrentar los soldados de los generales Barrera, Hernández, Martínez, Evangelista y otra vez Montoya.
Lo que aún reclaman los familiares de los muertos de nuestra Comala son dos cosas: que a sus parientes les reconozcan el derecho al buen nombre y que se sepa la verdad de lo que sucedió con ellos. Porque el grafiti es claro en la ecuación: falsos positivos = asesinato de civiles. Los civiles somos los que no pertenecemos a alguna de las armas del ejército ni empuñamos armas en nombre de una organización subversiva. ¿No había otra forma de llamarlos?
Si de algo se precia la historia del país es la de tener una larga tradición retórica, la misma que permite hablar de la corrupción como un problema que debe reducirse “a sus justas proporciones”.
Falsos positivos. Aludimos aquí a una escena camuflada en gótico, de teatro en vivo, que nutre una amplia videoteca histórica: 5763 productos snuff. Hablamos de falsificar un escenario de guerra y ubicar en él, a la manera de un objeto de utilería, el cuerpo de un inocente caído en el combate de la perversión.
Ni Poe, tan afecto al articulo mortis y a la necrofilia, imaginó escenas tan brillantes en su oscuro tratamiento de las sombras.