Problemas de lujo, dirán los contradictores. A lo que les respondo, pero no por eso dejan de ser problemas
A mí me perdonan que no siga el juego con esto de “país desarrollado” y “país en desarrollo”.
Hay que encontrar otros rótulos para definir las verdades de las evoluciones (e in-voluciones). De otra manera ¿cómo se puede explicar que el país más próspero de Europa tenga una de las tasas más altas de desigualdad salarial de todo el continente? Honestamente creo que es una vergüenza mayúscula.
Las mujeres que trabajan por una remuneración, en otras palabras, fuera de casa (sí, sí, ahora no nos metamos con el trabajo doméstico no remunerado que esto se pone peor). Esas mismas que se levantan, se arreglan, se desplazan hasta su lugar de trabajo, cumplen con su horario, desarrollan proyectos, comparten ideas, elaboran conceptos contables, planean y diseñan objetos, sirven como enfermeras, médicos, y un largo etcétera de profesiones.
Pero a la hora de los pagos, resulta que las mujeres en Alemania 2019 reciben menos que sus pares masculinos.
¿Cuánto menos? Pues el equivalente a que se levantaron, se fueron a trabajar y volvieron a casa durante 77 días sin recibir salario. Esto es como si desde el 1 de enero hasta el 18 de marzo las mujeres trabajaran gratis (¡cómo si la gratuidad de los ingratos oficios domésticos, no fuera suficiente!).
Y es por eso que la iniciativa de la empresa de trasporte público de Berlín (BVG) me toca la fibra. Me llega al corazón. Pero sobretodo pone de manifiesto la ridiculez de la discriminación salarial: la empresa decidió que el 18 de marzo, las mujeres pagaran 21% menos en su billete de metro o de bus.
¿Discriminador frente a los hombres? No. Una manera de equiparar salarios. Lástima que los arrendatarios, los supermercados y las farmacias no opinen lo mismo. Quizá así a las mujeres nos rendiría más la plata cada mes.
Asumiendo además que nos quiten los impuestos a los artículos de higiene personal y el llamado “impuesto rosa” por el cual pagamos más por cualquier artículo de belleza, incluidas las cuchillas de afeitar, porque “tienen diseño y aspecto femenino”.
O sea, la mujer gana menos y le toca pagar un precio mayor por la misma cosa por la que el colega hombre paga menos (aunque gane más) o que ni siquiera tiene que comprar porque su naturaleza masculina no requiere compresas.
Ya sé que el mundo está lleno de peores injusticias. Pero como dice Ifemelu en la novela Americanah, “no existe una liga de los oprimidos”.
Y aquí en medio de una sociedad “desarrollada”, las mujeres no tenemos que mandar a los hijos a la guerra ni caminar kilómetros diariamente para buscar el agua ni quedarnos en casa so pena de que nos apedreen por impuras.
Pero tenemos también problemas de mujeres urbanas: tenemos que seguir luchando por ser tomadas en serio, por ocupar cargos directivos y porque nos remuneren el trabajo de manera equitativa, y porque podamos conciliar el tema de familia y de trabajo con compañeros que asuman la corresponsabilidad en la crianza y en la distribución de la carga doméstica.
Problemas de lujo, dirán los contradictores. A lo que les respondo, pero no por eso dejan de ser problemas.
Así que felicidades a BVG, que pone el dedo en la llaga y le muestra a la sociedad alemana la iniquidad en la cara.