De lo que Maduro no se da cuenta es que entre sus materias primas tiene el cambio geopolítico más importante que el mundo pueda registrar desde que los dólares fueron la base de las transacciones petrolíferas.
De la faja petrolífera al arco minero
Cuando le preguntaron a Mijaíl Gorbachov sobre la popularidad de Vladimir Putin, su respuesta fue simple y lacónica: “es que es muy difícil gobernar con un precio de barril tan bajo”.
Efectivamente, bajo su presidencia el precio del barril tuvo una media de 15 dólares, justo después de haber venido de un repunte de 30 dólares en los cinco años anteriores.
Esto quiere decir, que, sin considerar la inflación, para hacer lo mismo que se hacía cinco años atrás, necesitaba producir el doble de lo que se producía en el mismo periodo de tiempo.
Putin, por su parte, ha sufrido las mieles de un precio que en sus primeros 8 años fueron bajos, aunque superando la media de Gorbachov, pero que desde el 98 no ha hecho sino crecer (salvo el periodo intercensal 2008 – 2010) hasta llegar a la sorprendente suma de los 110 dólares del 2012.
En sus debidas proporciones a Venezuela le ha pasado algo similar.
Es muy difícil considerar las buenas decisiones del gobierno de Maduro tomando en consideración unos precios que no han hecho sino bajar desde que asumió su mandato.
Ahora bien, considerar que un mandato se define a partir del precio del producto estrella de un país es un error, pues con los mismos precios internacionales que han dejado la debacle del gobierno venezolano, el gobierno de Putin tiene una popularidad que sigue por encima del 70%, mientras el mandatario sigue viendo pasar un desfile de presidentes.
De tal suerte que, aunque no se puede excusar la terrible decisión de hacer depender la economía de un país de un solo producto, no es esto lo que ayuda a explicar la popularidad de sus presidentes, léase los casos anteriores, y demuestra que la formación de los mandatarios influye considerablemente en el destino y amor de sus naciones.
No se olvide que Vladimir Putin fue un abogado prominente, ex agente de la KGB y personaje clave en la transición burocrática de la antigua URSS.
Maduro, por su parte, fue un conductor de bus, y sigue manejando a Venezuela como se manejan éstos: a los timonazos y a los madrazos.
Pero Venezuela es mucho más complejo que su presidente, y se debe interpretar en una situación geopolítica que le dé su verdadero valor. El peso estratégico se debe mirar desde el punto de vista minero energético: la faja del Orinoco.
Se trata de una amplia extensión de tierra de 111.843 Kilómetros cuadrados, el 12% del territorio nacional, ubicada en el Sur occidente del País que contiene la mayor reserva de petróleo del mundo, lo que ha llevado al mundo petrolero a denominarla más bien la “faja petrolífera del Orinoco”, con una reserva mayor al 19% de las reservas mundiales.
La Faja aún no ha sido explorada en su totalidad, y se sospecha de una extensión territorial que puede contener otra importante reserva que puede aumentar sus números del 19 al 25 y hasta el 30% en las proyecciones más optimistas.
Otro de los intereses en la faja es la extracción mineral de los denominados “metales raros”. Son más de 45 tipos de reservas minerales de alto valor industrial y estratégico-militar, entre ellos 7.000 toneladas de oro, 34 millones de toneladas de diamantes, 3,6 millones de hierro, 200 millones de Bauxita, y una cifra aún no cuantificada de Coltán (columbita y tantalita)
De esa manera tan solo el oro representaría un valor comercial por más de 200 mil millones de dólares. En el caso del hierro, se estiman más de 180 mil millones, y en el de la bauxita, 9 mil 900 millones de dólares, por solo mencionar tres de los metales más representativos, según los informes académicos y oficiales.
Estos metales se concentran en una extensión de tierra denominada “el arco minero”. Un potencial completo de casi 2 trillones de dólares concentrados proyectivamente en el 5% de la faja.
Pero a este potencial económico le falta un timonel que sepa para donde llevar todos sus recursos, y ese no es Maduro. Un hombre torpe, que no proyecta socialmente nada, que no sabe manejar su propia imagen y que no tiene ni idea de la importancia geopolítica de lo que tiene entre sus manos.
En síntesis, un simple conductor de bus.
De lo que Maduro no se da cuenta es que entre sus materias primas tiene el cambio geopolítico más importante que el mundo pueda registrar desde que los dólares fueron la base de las transacciones petrolíferas. Eso se debe a que EEUU ha logrado consolidar su poder a partir de ser la moneda privilegiada en el uso del producto más comercializado del mundo.
Sin embargo ese panorama ha cambiado, tanto por el Fracking, que hace menos dependiente del petróleo al país norteamericano, como por los acuerdos comerciales de Arabia Saudí y otros países productores de petróleo que han decidido comercializar el producto en monedas distintas al dólar, lo que ha marcado su declive.
Pero las tierras raras han llegado como un ángel que pueden salvar a la moneda norteamericana ante el panorama de la desdolarización del petróleo.
Según lo anterior, la situación venezolana se debe mirar con un doble rasero.
Por un lado desde la respuesta venezolana a una crisis que tiene tanto de presión internacional como de pésimas decisiones de política interna, que definieron el modelo económico a partir de la explotación intensiva de una sola materia prima, lo que es conexo con un líder torpe, ingenuo e infantil respecto a su proyección social.
El marco minero es un proyecto desde la época de Chávez, que dio paso en la era Maduro a la ley 2.248 de 2016, en la que se creaba este territorio económico como proyecto estratégico, lo que quiere decir que Chávez ya preveía la caída de la economía nacional a manos de un producto cuya comercialización estaba en manos de la potencia enemiga.
Eso explica que Venezuela, pese a ser la primera reserva mundial de petróleo, sea apenas la octava exportadora y la novena productora mundial, pues no le ha resultado vender un petróleo que apenas si da para las rentas nacionales, lo que ha explicado que de los 2 millones y medio de barriles diarios que producía, haya rebajado su producción en 95.000 barriles, para intentar repuntar el precio, y ha encontrado en el marco una alternativa a la hoy deficiente economía petrolífera, a lo que se suma la presión internacional desde el punto de vista político por su régimen ideológico, pero, como veremos en un momento, eso es algo que carece de importancia.
Desde el punto de vista internacional, Venezuela puede representar para Estados Unidos lo que Arabia Saudí representó para el país los últimos 50 años: la estabilidad económica de su moneda. Si Estados Unidos por la vía de la guerra, o de la presión, logra que las transacciones de metales raros se hagan a través del dólar, estaría estabilizando esa moneda durante, por lo menos, los próximos 30 años.
De tal suerte que no es de extrañar el apoyo que el gobierno de Trump ha hecho del autoproclamado presidente Guaidó, al que apoyará no para estabilizar la situación interna, sino para desestabilizarla mucho más, lo que le permitiría legitimidad en la intervención, la que desea y necesita.
Lo que habría que preguntarse allí son los escenarios hipotéticos en los que actuarían China y Rusia.
En el caso de este último, ya hay un pronunciamiento oficial de respaldo al gobierno de Nicolás Maduro, y no es para menos: el país euro-asiático tiene una inversión de 6.000 millones de dólares; 5.000 en petróleo y 1.000 más en minería estratégica.
China, por su parte, tiene una inversión que supera holgadamente los 10.000 millones de dólares, la que en su momento fue el segundo foco de inversiones de China en América Latina, superado únicamente por Brasil, y terciado por Ecuador.
Pero tanto el Brasil de Bolsonaro como El Ecuador de Lenin Moreno han virado sobre su eje y China ha replanteado sus inversiones, no tanto por la distancia ideológica que suponen los gobiernos de derecha, como la inseguridad jurídica que representan estos gobiernos en sus inversiones geoestratégicas.
Por lo tanto, pese a que la academia de Ciencias Sociales de China ha calificado a Venezuela como uno de los países más riesgoso para invertir, China no estará dispuesta a soltarle la mano, sobre todo por su segundo interés geoestratégico: el primero es la infraestructura, y el segundo es la minería.
Venezuela está en el segundo espectro.
Pero además de ello, el país asiático no está dispuesto a dejar de tener una mano influyente en el continente americano, clave en la nueva ruta de la seda con la que piensan consolidar el consumo de sus productos en los países emergentes de África y América. El mercado de consumo más prometedor en los próximos 20 años, según el propio Fondo Monetario Internacional.
La intervención de estos dos estados plantea, militarmente hablando, dos escenarios bien distintos a Estados Unidos.
Si se mira con Rusia, Estados Unidos puede tener una confrontación militar equivalente, y a los aviones Tupolev Rusos que llegaron a Venezuela se les puede dar una respuesta diplomática, e incluso llegar a una confrontación militar como en el caso de Siria, pero si en el panorama interviene China, la respuesta es muy distinta, porque China si puede voltear la balanza comercial a Estados Unidos, y un buen ejemplo de ello es que, pese a las sanciones impuestas por Trump a productos chinos, la balanza comercial sigue estando a favor del país asiático, mientras que respecto al norteamericano se ha vivido una contracción de ésta en el mismo periodo de tiempo.
Es un fantasma que Estados Unidos reconoce en un espejo reciente: a la URSS se le ganó no por la vía militar, en la que los rusos eran superiores, sino por el balance comercial y cultural con el que Estados Unidos se puso por encima de la ingeniería bélica soviética.
Ya Serguéi Lavrov, Ministro de Asuntos exteriores de Rusia ha hecho pública la posición del país respecto a la situación venezolana. China, de modo sutil, expresa su apoyo a Maduro pero sin ser vociferante, muy a su modo, pero su posición es clara, y no va a cambiar.
Así pues, a la caída del dólar por efecto de la desdolarización del petróleo, Estados Unidos puede sentir un nuevo salvavidas, no por la vía petrolífera, siempre un buen bálsamo de la maquinaria norteamericana, sino por la vía financista; si encuentra un producto o una serie de productos estrellas que logren sacar al mercado por la vía exclusiva del dólar, estaría garantizando su hegemonía un par de décadas más.
Es por ello que la clave no está en Caracas sino en la Orinoquía, en ese sur inmenso que limita con Colombia, y en el que el país norteamericano ya tiene siete bases militares oficiales (y dos extraoficiales). Dos de ellas, las de Apiay y Malambo, peligrosamente cerca de la faja, y en la costa caribe sus bases en Cartagena y Barranquilla, como alternativa marina para una intervención fácil en Caracas.