Añorando la navidad de antaño

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Navidad es para mí, masa fermentando con fuerte aroma a anís que, por obra y magia de unas manos habilidosas de madre, se transformaba en suculentos buñuelos fritos


 

Estos días que la ciudad se viste de luces navideñas por todo lado -donde no se salvan árboles ni palmeras engalanados a toda marcha-, procuro evitar las plazas y paseos que rebosan de gente durante la noche, emocionada por esa luminosidad apabullante y multicolor que ha sido expresamente preparada por el gobierno municipal para que sepamos lo bien que trabajan en pos del “espíritu navideño” que, más allá de las buenas intenciones, es un espectáculo excesivo de luces colorinches y adornos ajenos a nuestras tradiciones culturales.

¿Qué tienen que ver con nuestra navidad, renos y papanoeles cuyas figuras son instaladas como atractivos de feria?

Bien alejado de este nuevo costumbrismo, a todas luces, muy comercial; recuerdo con honda nostalgia aquellas navidades de mi niñez, donde a lo sumo se adornaba un arbolito (casi siempre una rama de pino) con guirnaldas, esferas de colores, y lucecitas intermitentes que parecían resguardar el humilde pesebre del niño Jesús que yacía debajo. Sencillez y concordancia era lo que se buscaba siempre, acorde a las enseñanzas bíblicas.

 

Buñuelos navideños. Foto extraída de: Facebook

 

Para nosotros, chicos, era un asunto divertido recorrer los alrededores del pueblo, rumbo a las arboledas próximas en busca de musgo fresco, barbas de palo, caracolillos vacíos y hasta helechos para armar una suerte de pradera en miniatura, donde colocábamos vaquillas y otros animalillos de yeso o madera, que rodeaban al nacimiento.

Hoy todo eso se está perdiendo. De los arbolillos de plástico, para armar tal cual un rompecabezas, cuelgan figuritas de Santa Claus, gorros y calcetines rojos. Y, si hace falta, se remata la presentación con copos de nieve de algodón u otro material para simular los helados paisajes del norte. En verdad, adornarnos a todo blanco en estas latitudes de la América tropical no deja de ser un disparate. Y dejarnos llevar por la música en inglés que tanto nos machacan en los centros comerciales es la locura total. Como si no tuviéramos villancicos propios de toda la vida.

Navidad es para mí, masa fermentando con fuerte aroma a anís que, por obra y magia de unas manos habilidosas de madre, se transformaba en suculentos buñuelos fritos que devorábamos al instante con un chorro de miel de caña de azúcar. Y para chuparse los dedos, literalmente. Navidad es chocolatada, de la clásica barra Harasic, que luego de un fervoroso hervido la servían requetecaliente con pasteles de queso la mañana del 25 de diciembre.

 

Oferta que busca rescatar una tradición. Foto por: José Crespo Arteaga

 

Cómo no recordar esos pasteles de jigote (empanadas de carne con papas y pasas) que durante dos días (o lo que duraban) chicos y adultos disfrutábamos con té,  café y más chocolate caliente. Por supuesto, no había cena especial o gala parecida. Navidad tenía sabor de niñez,  de cosas dulces que siempre nos parecían golosinas.

Navidad me suena a canciones al “niño Manuelito”, con coro de pajaritos trinantes, que se escuchaban en los altavoces de la iglesia del pueblo, antes de la solemne misa de las diez, donde luego repartían más chocolatada con pan dulce espolvoreado con coco rallado (antes de la aparición del panetón tipo italiano) a todos los pequeños que asistían alborozados.

 

Ah, cuando la navidad sabía a chocolatada. Foto por: José Crespo Arteaga

 

Hoy, navidad me sabe a cena elegante, a familias reunidas en torno de un pavo relleno y regalos con papel reluciente, como imitación fiel de tradiciones foráneas. Quien todavía goza del mágico caldo de una Picana navideña con sus choclos humeantes o, alternativamente, de un suave lechón al horno que se deshace en la boca, debería sentirse afortunado; porque al paso que vamos, pronto serán otros  regios recuerdos como si fueran de un pasado remoto.

¡A vivir la navidad!, mientras queda aliento en el corazón y campito en el estómago. ¡Salud!

 


 

P.S. Naturalmente, no podían faltar los entrañables villancicos y de alegres ritmos, que todavía caracterizan a Bolivia, mientras el tiempo lo permita:

Bitácora del Gastronauta. Un viaje por los sabores, aromas y otros amores

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