El manuscrito superviviente

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Publicación original de Antonio Pita para El País, España, lo reproducimos como especial para el mes del idioma |

 

 

Una edición facsímil repasa la tormentosa historia de la Hagadá de Sarajevo, texto medieval judío que llegó a los Balcanes desde la península Ibérica.

 

La Hagadá de Sarajevo, en el Museo Nacional de Bosnia, en Sarajevo. / Cortesía del Museo Nacional de Bosnia.

 

Si pudiese asomarse a nuestro tiempo, probablemente se arrepentiría de no haberla fechado y datado. Pero para el desconocido autor en un desconocido lugar (Barcelona, posiblemente) de la península Ibérica en la Edad Media, la Hagadá de Sarajevo era una copia manuscrita de un texto religioso judío que nunca llevaba colofón. Hoy, su excepcionalidad (apenas quedan una decena similares), la belleza de sus ilustraciones, la información que proporciona sobre la vida de los judíos de la época y, sobre todo, su supervivencia –llena de leyendas– a la Inquisición, la ocupación nazi y la guerra de Bosnia lo han acabado convirtiendo en una de esos libros cuya importancia trasciende a su contenido, como muestra una reciente y cuidada edición facsímil editada en Sarajevo por el museo que la expone, el Nacional de Bosnia. Si la crisis del coronavirus no se lleva por delante el proyecto, dentro de unos meses habrá versiones en francés y español, que se sumarán a las actuales en bosnio e inglés, que van acompañadas de un análisis histórico y artístico.

Una hagadá es el texto ilustrado que leen las familias judías en el Seder, la cena o cenas (una en Israel; dos, en el resto de países) más importante de la Pascua judía, que se celebra estos días. Cuenta la liberación israelita de la esclavitud en Egipto, narrada en la Torá –el Pentateuco en la tradición cristiana– y que los padres tienen la obligación de transmitir a sus hijos. “Vehigadta lebinjá” (Nárraselo a tu hijo), dice el mandamiento bíblico con el verbo de la misma raíz que la palabra hagadá. Hoy, en cualquier comunidad judía se pueden encontrar infinidad de ediciones baratas y versiones para niños o traducidas a otra lengua junto al hebreo. Pero en el siglo XIV (la hipótesis más plausible de nacimiento del texto), las hagadot manuscritas eran una muestra de estatus social y una prueba de la especial relación histórica del pueblo judío con la palabra escrita.

Como en la obra cumbre del premio Nobel Ivo Andric, El puente sobre el río Drina, que repasa siglos de historia de la región a través de un puente en la ciudad de Visegrado (hoy en la entidad de serbia de Bosnia), la Hagadá de Sarajevo ha sido a la vez testigo e hilo conductor de las historias tanto sefardí como bosnia. Eso sí, con agujeros temporales: siglos enteros que han alimentado todo tipo de conjeturas por la ausencia de documentación sobre dónde se encontraba.

“A diferencia de otros manuscritos medievales, las hagadot no contenían colofón, una página con la información del lugar y fecha de producción, o, en el mejor de los casos, los nombres de quién hizo el encargo, el escriba y el ilustrador. Además, solo unos pocos talleres de producción de libros en la España medieval estaban identificados y esta falta de información deja un camino muy estrecho para alcanzar conclusiones concluyentes sobre la fecha y el lugar de producción de la Hagadá de Sarajevo”, apunta Aleksandra Buncic, experta en cultura material judía medieval e investigadora del Comité de Estudios Medievales de la Universidad de Harvard. ¿Qué se sabe hoy casi con certeza? Que fue efectuada en el reino de Aragón, probablemente en Barcelona, en los siglos XIII o XIV. “La opción más plausible es en torno al año 1350”, cuando la ilustración manuscrita estaba entonces en su apogeo en la península Ibérica, precisa Ana Maric, jefa del Departamento de Arqueología del museo. Es una conclusión del análisis de la iconografía, los contenidos y una página con tres escudos, en la que el superior tiene los famosos cuatro palos de gules sobre fondo dorado.

 

La Hagadá de Sarajevo, expuesta en el Museo Nacional de Bosnia, en Sarajevo. ANTONIO PITA

 

La siguiente pista temporal está al final del libro. Es un añadido: “Revisto p[er] mi gio[vanni] dom[eni]co vistorini 1609” (Revisado por mí, Giovanni Domenico Vistorini, 1609), un conocido censor papal de la inquisición muy activo en la revisión de textos hebreos en Módena y Venecia, dos ciudades con importantes comunidades judías. La conclusión lógica es que el libro llegó a Italia de manos de alguno de los judíos que fueron expulsados de la península Ibérica a finales del siglo XV. Allí recalaron bastantes de ellos.

Tras la revisión del censor, tres siglos de silencio absoluto en los que caben muchas hipótesis. La más bonita es que un joven sefardí bosnio fue a la Universidad de Padova (en la que los judíos tenían permitido estudiar Medicina), conoció a una judía local y recibió la Hagadá como regalo de boda. La principal base es una ilustración de una pareja que fue añadida en Italia. Pero no era difícil que el libro acabase en los Balcanes y, probablemente, tuvo más que ver con el trabajo que con el amor. Los sefardíes eran muy activos en el comercio marítimo y uno de los principales centros portuarios era Dubrovnik, hoy en Croacia y entonces en la República de Ragusa, que había estado bajo control de Venecia.

La siguiente referencia data ya de 1894 y es del Museo Nacional, inaugurado pocos años antes bajo los auspicios del imperio austrohúngaro, que entonces controlaba Bosnia. Es el documento de compra de la Hagadá a Joseph R. Cohen, un joven judío pobre que necesitaba dinero tras el fallecimiento de su padre. Cohen cuenta en una carta que pertenecía a su familia desde generaciones y pidió una copia facsímil para poder usarla en Pesaj (la Pascua judía), dado el respeto que sentía su padre por el libro. Años más tarde trataría sin éxito de recomprarlo.

 

Visitantes al Museo Nacional de Bosnia, en Sarajevo, en 2018. FEHIM DEMIR / EFE

 

Ahí empezaron los análisis académicos y el consenso de que se trataba de una obra extraordinaria. “Algunos de los episodios, como el sacrificio de Isaac, la escalera de Jacob o el arca de Noé, contienen interpretaciones visuales innovadoras del texto bíblico sin paralelo en el arte de ese periodo”, apunta Buncic. Fue también el único momento, desde la adquisición, en que abandonó Bosnia. Durante unos años fue analizada por estudiosos en Viena, entonces capital del imperio austrohúngaro. Siguieron dos guerras mundiales (la primera de las cuales comenzó precisamente por el asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando) y, ya en los noventa, las de desintegración de Yugoslavia. Pero la Hagadá nunca volvió a saltar de frontera. “Fue una excepción. Hemos rechazado ofertas del Metropolitan de Nueva York y del Louvre”, cuenta en un despacho del museo su director, Mirsad Sijaric.

“La Hagadá se ha vuelto una leyenda de la historia de la ciudad”, asegura el representante de la comunidad judía en Bosnia, Jakob Finci, en una cafetería de Sarajevo. “Siempre ha sobrevivido. Y mientras esté en la ciudad, estará a salvo. Muchos habitantes de Sarajevo no judíos me dicen: ‘Es nuestro libro, es como el Ave Fénix que se levanta tras cada tragedia”. El episodio más conocido –y sobre el que existen más versiones– tuvo lugar en 1942, con Sarajevo ocupada por las fuerzas del Eje. Hay constancia de que un general nazi se desplazó al museo y, tras una charla de cortesía, exigió al director que le entregase la Hagadá. La versión de los hechos más famosa, novelada por Geraldine Brooks en Los guardianes del libro, es que el entonces director le respondió que era imposible porque se lo había dado esa misma mañana a otro oficial nazi.

— ¿Quién?, preguntó el general.

— “No lo sé. No me pareció apropiado pedirle su nombre”, respondió el director.

La realidad parece tener otro nombre propio: Dervis M. Korkut, entonces comisario del museo, que escondió el libro entre su ropa al saber que venía el general. “Fue su idea y convenció al director. Eran buenos amigos y no confiaban en el resto de quienes trabajaban allí”, explica Hikmet Karcic, autor de una biografía de Korkut publicada el pasado enero e investigador sobre el genocidio del Instituto de Tradición Islámica de los Bosniacos, en Sarajevo. En esos meses, el musulmán Korkut también ocultó en su casa a una joven sefardí cuyos padres habían sido enviados a un campo de concentración. Logró para ella documentos falsos que le permitieron escapar de la ciudad. Por ello, él y su mujer, Servet, tienen hoy en el Yad Vashem, el museo del Holocausto de Jerusalén, el título de Justos entre las Naciones, que reciben los no judíos que arriesgaron sus vidas por salvar judíos de los nazis y sus aliados. Ya en 1920 había criticado al Ministerio del Interior por medidas antisemitas y, en 1940, publicado un artículo contra el antisemitismo. Un año después un amigo judío le dio manuscritos judíos que catalogó mal a propósito para salvarlos y firmó una resolución contra los ustasha, los aliados croatas de los nazis que asesinaron a decenas de miles de serbios, gitanos, judíos y opositores.

La mujer de Korkut y algunos de sus amigos han relatado que este entregó luego el libro a un imam que lo escondió un tiempo en una aldea remota. “No conocemos los detalles porque fue nombrado por Yugoslavia ‘enemigo del Estado’, por lo que la narrativa oficial cambió y nadie se atrevió a entrevistarlo cuando salió de prisión”, lamenta Karcic. Otra versión es que la Hagadá fue disimulada en el sótano del museo entre pilas de libros de menor valor. O que fue llevada enseguida a la caja de seguridad del Banco Nacional. En cualquier caso, es allí donde estaba el 6 de abril de 1945, acabada ya la guerra. Y allí volvería medio siglo después, cuando Sarajevo pasó 46 meses bajo cerco serbobosnio y el museo se encontraba en primera línea de fuego.

Desde 2018, la Hagadá se expone en una sala especial del Museo Nacional, gracias a aportaciones de la Embajada francesa en Bosnia y de la UNESCO, que la había incluido un año en Memoria del Mundo, el listado de textos, dibujos, fotografías y películas que ayudan a comprender mejor la historia de la humanidad. El manuscrito apenas se puede visitar una hora los martes, miércoles y el primer sábado del mes, salvo que se haga en grupo. “No podemos abrir más la sala por falta de dinero para pagar al personal. Y no soy muy optimista sobre que podamos aumentar el número de días”, admitía Sijaric antes del cierre por la crisis del coronavirus. El museo tiene tres millones de piezas, pero muchos de los 100.000 visitantes al año “vienen solo a ver la Hagadá”, reconoce Maric. Son principalmente grupos de Estados Unidos, Israel y Australia, nacionalidad de Brooks, la novelista que convirtió la historia del manuscrito en best-seller.

 

LA LETRA HEBREA QUE CONFUNDIÓ A LOS INVESTIGADORES

 

 

En el primer análisis de la Hagadá, en 1898, poco después de su adquisición por el Museo Nacional de Bosnia, David Heinrich Müller y Julius von Schlosser apuntaron erróneamente a que databa de finales del siglo XIII o principios del XIV. El motivo: una mezcla de una confusión sobre una letra hebrea y una coincidencia. Al final del manuscrito hay una nota de compra, ya en Italia, que señala que fue vendida el domingo 25 de agosto de un año que aparece escrito con las letras hebreas ‘ain’ (ע) y ‘resh’ (ר), cuyo valor numérico equivale a 270. En el calendario hebreo los años se cuentan a partir de la considerada fecha de creación del mundo (ahora mismo estamos en el 5780) y se suele omitir la cifra del milenio. El cálculo equivale al 1510 después de Cristo, ya que el escriba había invertido el orden de la letra que marca las decenas y la de los centenares para evitar formar la palabra “רע” (malvado), una costumbre que ha llegado a nuestros días. Pero la letra ‘resh’ es bastante similar a la ‘dalet’ (ד), por lo que Müller y Von Schlosser se confundieron y pensaron que la suma numérica era 74 y, por tanto, la fecha, 1314, en vez de la correcta de 1510. Un error que quizás no habría tenido recorrido de no ser porque en ambos años el 25 de agosto cayó en domingo, explica Shalom Sabar, investigador de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en el volumen que acompaña al facsímil. Hoy, los investigadores coinciden en que el libro recaló en Italia ya tras la expulsión de los judíos de la Península Ibérica a finales del siglo XV. En la nota de venta, la palabra agosto está, de hecho, escrita en italiano en caracteres hebreos.

 


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