Al domicilio de un “alma nueva”, los vecinos y amigos suelen concurrir con mayor devoción y entusiasmo
Hoy, 1 de noviembre, llegan las almas de los difuntos al mundo de los vivos. Lo hacen desde el mediodía para quedarse junto a sus seres queridos, según establece la creencia. En Bolivia la festividad de Todos Santos todavía sigue muy arraigada en los barrios periféricos de las ciudades y, sobre todo, en los pueblos y pequeños poblados del área rural.
Para conmemorar a los muertos, la tradición manda que cada familia doliente instale el Mast’aku o mesa de homenaje, al menos durante los tres primeros años posteriores al fallecimiento. El mast’aku es una suerte de ritual u ofrenda que consiste en la preparación de una mesa donde se tiende toda clase de alimentos: frutas, bebidas, golosinas, galletas, masitas de todo tipo y hasta algunos platos que en vida le gustaban al difunto.
Hay unos elementos simbólicos e infaltables en toda mesa: las t’antawawas o niños de pan que representan al difunto, las escaleras por las que se suponen bajan las almas, y alrededor se ponen los urpus (panecillos) que tienen la forma de serpiente, palomas, sapos, llamitas y otros animalitos que tienen connotancia sagrada en el mundo ancestral andino.
Se completa el decorado con jarrones de flores, banderines, gallitos y otras figuras de azúcar, cadenas y coronas de papel o plástico de color morado y negro exclusivamente; también se suele añadir ramas de caña de azúcar o de palma verde junto a la cabecera de la mesa para realzar todo el conjunto. En los pueblos se suelen armar mast’akus impresionantes, con todo lujo de detalles, siempre de acuerdo a las posibilidades económicas de los deudos que no escatiman en recursos para homenajear a su familiar especialmente el primer año del duelo.
Al domicilio de un “alma nueva”, los vecinos y amigos suelen concurrir con mayor devoción y entusiasmo pues los anfitriones los recibirán con los brazos abiertos, colmándoles de atenciones cual de una fiesta normal se tratara, con la diferencia de que los visitantes deben elevar oraciones por el alma del difunto. A continuación se sirven rondas de chicha y coctelitos de variadas frutas, canapés, masitas y en algunos casos hasta platos de comida.
En algunas casas acostumbran amenizar la velada con presencia de bandas y otros músicos que suelen tocar, naturalmente, las canciones que gustaban al difunto, entre otras.
Al mediodía del día siguiente, 2 de noviembre, se dice que las almas, después de haber compartido con sus familiares, parten otra vez al más allá hasta el año siguiente. A continuación, la familia traslada la mesa rumbo al cementerio local para que junto al sepulcro o nicho correspondiente, acudan todo tipo de gentes, especialmente grupos de niños, que luego de unos rezos o cánticos serán recompensados con urpus, frutas y golosinas.
En los camposantos pequeños, es todo un espectáculo ver a los chiquillos que con toda alegría rezan a viva voz, infatigablemente, para ir llenando la mochila de panecillos y masitas, cual de un preciado botín se tratara. A medida que las sombras de la noche se acercan, los rezos también se van apagando como suaves murmullos. Es hora de que los muertos descansen en paz, otra vez.
La tradición de Todos Santos se acostumbra finalizar en las semanas siguientes, con mayor preponderancia en los valles cochabambinos, con el festival de las Wallunk’as. Pero esa será otra historia.