Todo festival tiene su particular acompañamiento musical. En el caso de las wallunk’as, la voz cantante la llevan las mujeres.
No hay dos sin tres, reza el dicho popular, y al día siguiente del que se han despedido a las almas comienza el festival de la Wallunk’a, un ritual que representa un juego o coqueteo entre la vida y la muerte, expresado a través del vaivén de los columpios.
Para algunos sociólogos y otros estudiosos del ocio humano, es una celebración plagada de simbolismo donde se entremezclan ritos de fertilidad, romance, diversión y erotismo, y cierto diálogo metafísico entre los vivos y los muertos (el columpio es para darles un empujoncito rumbo al cielo), entre otros interesantes hallazgos de reciente data.
Más allá de sus significados ocultos, el caso es que la fiesta se extiende durante todo el mes de noviembre, especialmente los fines de semana y según las costumbres de cada región o pueblo. Es una tradición esencialmente rural que incumbe a los valles cochabambinos, de gran influencia quechua, detalle que se nota en las coplas picarescas que acompañan la celebración.
En los últimos años, a título de rescatarla del olvido, pero inevitablemente con afanes comerciales, en las carreteras que comunican a la ciudad de Cochabamba con el resto del país, se suelen armar los columpios con postes de eucalipto junto a las veredas de restaurantes y locales de esparcimiento, donde a tiempo de consumir platos típicos y bebidas como la chicha, los visitantes observan el espectáculo de las cholitas meciéndose en las alturas mientras intentan atrapar con los pies unos “premios” consistentes en baldes u otros recipientes con pequeños productos.
Es en los pueblitos alejados donde todavía se conserva esta tradición en su sencilla esencia. Nada de postes o listones de madera, sino las robustas ramas de venerables ceibos, molles u otros árboles representativos de donde cuelgan columpios hechos con sogas de cuero rústico.
En un travesaño enfrente se colocan canastillos de mimbre rellenados con golosinas, galletas y masitas de Todos Santos, a veces incluso con huevos frescos para que las jóvenes capturen el canastillo con toda delicadeza, destreza que es sumamente aplaudida por la concurrencia.
Naturalmente, son varones jóvenes los que se disputan amigablemente por ser los impulsadores del columpio, y entre estos se esconde algún aspirante a ganarse el corazón de la cholita, porque en el campo el romance se desarrolla de manera más cohibida, menos explícita. Elevarla a lo más alto es un modo de expresarle su amor, al tiempo que la sigue con la mirada y el deseo le invade mientras observa sus piernas descubiertas por la falda corta.
El resto del público, ajeno a este juego de seducción, disfruta con el drama de los pies intentando atrapar los canastillos que corren el riesgo de caerse por una mala maniobra. Entretanto, en los alrededores se bebe chicha en abundancia, se come algún asado de cordero, cerdo u otra merienda. Se ríe, se goza, se confraterniza a diestra y siniestra, finalmente es una fiesta de la alegría, como si se pretendiera en el fondo, burlarse de la muerte.
Puede parecer extraño o chocante que poco tiempo después de conmemorar a los difuntos, se vuelva al festejo como si nada, pero es que en la cosmovisión andina, la muerte no tiene una connotancia trágica o de pérdida irreparable, sino que es una etapa más de la vida, en una secuencia cíclica que va y viene, como lo expresa metafóricamente el columpio.
Todo festival tiene su particular acompañamiento musical. En el caso de las wallunk’as, la voz cantante la llevan las mujeres, mayormente de voces muy agudas, acompañadas de músicos que tocan variados instrumentos donde sobresale el acordeón que lleva el ritmo de la melodía. Son grupos que parecen brotar espontáneamente como las setas, únicamente por estas fechas, para luego desaparecer hasta el año siguiente.
Las canciones se caracterizan por su contenido picaresco, erótico y burlón hacia el otro sexo; y la métrica de las letras imita ese vaivén del columpio, expresada a través del estribillo
“Todos Santos manta, ay palomitay (…) por vos, viditay”
que se repite una y otra vez a modo de inicio y cierre de las estrofas, dando lugar a que en el intermedio vuele la imaginación en cuanto a la creación de los versos, pero siempre manteniendo el ritmo.
Actualmente, a través de organismos culturales, se intenta preservar esta tradición a través del Festival de Tiataco, una población cercana a Cochabamba, donde en medio de cierto bosquecillo de acacias nativas se arman los columpios y se instala, a modo de recordatorio, toda la parafernalia que caracteriza a Todos Santos como marco contextual para la celebración. Desde luego, centenares de turistas acuden presurosos para empaparse de ritos ancestrales mientras disparan la cámara a todo lo que se mueva, empezando por los columpios.
Solo hay pausa para el descanso que se suele efectuar con generosos tutumazos de chicha, que es libada con sumo gusto al tiempo que se brinda a la salud de la Pachamama, dándole de beber de manera ritual, regándola, para que nunca falten los frutos, y el ciclo de la vida se renueve con abundancia.
_______
P.S. He aquí una muestra de la música que caracteriza a esta festividad.