Por datos como estos, por las vidas humanas que están en juego, es que se debe hablar de feminismo, o si se prefiere de equidad.
En muchos lugares del mundo las mujeres pueden estudiar carreras universitarias, convertirse en empresarias, ejercer el derecho al voto, escoger cómo vivir y a quién amar. Pueden elegir ser madres o solteras. Pueden divorciarse. Pueden heredar de sus padres. Pueden conducir autos. Pueden hacerse una vida a su antojo.
Pero incluso en esos mismos lugares, donde las mujeres urbanas han alcanzado libertades impensables para la generación de sus abuelas, esas mujeres modernas se estrellan con el techo de cristal y con la violencia machista, que las reduce e incluso aniquila.
¡Qué lejos está la paridad! Ni siquiera es necesario echar mano de la infinidad de anécdotas o historias reseñadas en los medios. Basta con mirar las estadísticas: duras, frías inflexibles desapasionadas. Una lectura transversal permite identificar que la violencia machista se cobra la vida de 12 mujeres cada día, según estadísticas de la Cepal. Una proyección a un año, con todo constante, arroja más de 4.300 muertes en el subcontinente solamente por el hecho de ser mujer.
Y éstas son solo las cifras oficiales.
¿Cómo se ve la cosa en otros lugares del hemisferio occidental? Según la macro encuesta de violencia contra las mujeres realizada en España en el año 2015, entre 10,3% y el 13,5% de las mujeres encuestadas en el rango de 25 a 54 años admitieron haber sufrido de violencia física por parte de su pareja actual o expareja Y estas cifras corresponden a una muestra. Pero aún si los datos en la vida real fueran más altos que estos, la sola existencia de la categoría “violencia machista”, debería bastar para encender las alarmas de la sociedad.
Otra estadística: el 95% de las víctimas de explotación sexual registradas en la Unión Europea son mujeres y niñas.
Más datos… En el caso de Reino Unido, la Oficina Nacional de Estadísticas calculó que el trabajo doméstico no remunerado representa para la economía 1,6 trillones de dólares. Una suma mayor incluso que la producción manufacturera y comercial del país. ¿Y quién se encarga allá especialmente de las actividades domésticas sin remuneración? Mayoritariamente las mujeres.
Y no siempre porque quieran, sino porque es la norma cultural que identifica a la mujer con las tareas de la casa, como si ambos fueran sinónimos. Para más Inri hay que sumarle a esto el tótem estadístico de la brecha salarial. La misma indica que ellas ganan menos que sus pares masculinos, sin contar que tienen menores oportunidades para ascender dentro de las organizaciones. Por eso, en nombre de la minimización de las pérdidas, “es normal” que el que menos gana, salga del mercado laboral o reduzca su jornada para atender las responsabilidades del hogar.
A marchas forzadas, la renuncia a una carrera laboral tiene aroma de mujer.
Suecia, ese país nórdico que parece el faro moral de la modernidad, no alcanza el 100% en la equidad de la repartición de cargas domésticas. Por supuesto que con su 90% está muy por encima de la media europea (65,7%). Y Alemania que parece tan racional e ilustrada no sobrepasa la marca continental. Las mujeres están mal representadas en todo aquellos por lo que se cobra bien. Por ejemplo, ocho de cada diez informáticos son hombres. Y menos del 30% en muchos países europeos son parte de las juntas directivas empresariales.
Por eso, al final el automatismo de la decisión de asumir más cargas domésticas recae sobre ellas.
Son datos y hay que darlos.
Por datos como estos, por las vidas humanas que están en juego, es que se debe hablar de feminismo, o si se prefiere de equidad. Las sociedades urbanas occidentales, que de las rurales ya habrá momento para ocuparse en otro escrito, todavía no se pueden preciar de desechar estas discusiones. El feminismo no ocupa un escaño en el mundo de las vanidades de las posturas intelectuales. Tampoco es un dilema anodino como de quien no sabe si usar la camisa verde o mejor la blanca.
La violencia machista mata, reduce las posibilidades económicas de la sociedad actual y se multiplica en la siguiente generación. La violencia machista es una derrota moral.
A pocas semanas de la conmemoración del Día Internacional Contra la Violencia de Género (25 de noviembre) todavía existen más motivos para alzar la voz que para celebrar.
No en vano la Organización Mundial de la Salud declaró que la violencia contra las mujeres es un problema de salud pública. Y es que la violencia machista constituye una de las principales causas de lesiones y discapacidad, además de ser un factor de riesgo de sufrir otros problemas de salud física, mental, sexual y reproductiva. Con un efecto adicional sobre las siguientes generaciones, de aquellas sobrevivientes de violencia intrafamiliar que tuvieron descendencia.
La violencia aprendida tiende a reproducirse.
Hablar de mujeres, visibilizar sus problemáticas no equivale a ganar una partida de ajedrez. El machismo y el feminismo no son dos caras de una misma moneda. La primera reivindica los privilegios del más fuerte. La segunda pretende la equidad. La primera es la negación de la segunda, pero la segunda no es el elemento inverso de la primera.
El pulso de las ideologías lo dan las mentes pequeñas, aquellas que van tras trofeos y se ufanan de pisotear a su contrario.
¡Qué importante es que los hombres se asuman feministas! La reivindicación de los derechos de las mujeres, no es una cofradía exclusiva a la que se pertenezca por género ni por la fuerza bruta. Se trata de una forma de vida, que va tras la búsqueda de una igualdad de oportunidades.
El feminismo intenta que Amelia y Tomás sean tratados con el mismo respeto por sus pares. Que Susana o Rosa no tengan mayores probabilidades de morir a manos de su pareja íntima que Samuel o Alberto.
Se trata de que no manden a callar a las mujeres porque “se ven más bonitas”, de que no las maten o golpeen porque quieran poner fin a una relación abusiva. Las mujeres quieren responsabilidades laborales, quieren participar en las conversaciones que las afectan, quieren dejar de ser discriminadas porque sus úteros puedan crear vidas.
Ya está bien de que los golpes suplanten a los diálogos en las disputas.
¿Dónde está escrito que las mujeres puedan o deban ser objeto de vejaciones o discriminaciones solo por haber nacido en un cuerpo femenino, como si eso fuera una enfermedad o una tara?
Hablar de reivindicaciones femeninas es necesario, porque en todas las capas de la sociedad y a lo largo y ancho del globo aún subsisten actitudes tradicionales nocivas, a pesar incluso de la modernización de algunas legislaciones. Es importante porque mientras los Trump, Bolsonaros y Kavanaugh sigan triunfando a costa de la misoginia significa que hay mucho trabajo por delante.
Y mientras esto exista hay historias sin voz que necesitan ser contadas.
Chimamanda Ngozi Adichie, la aclamada autora nigeriana, lo ponía en estos términos en su discurso en la feria del libro de Frankfurt de 2018 “Es hora de poner fin a esa pregunta de qué quieren las mujeres’, porque ya es hora de que todos sepamos que las mujeres quieren simplemente ser miembros de pleno de la familia humana”.
No es más, pero tampoco menos.