La propuesta de los autores apunta precisamente en esa dirección: aventurar la cartografía de un estilo que como el del escritor pereirano.
Con el auspicio de la Universidad Tecnológica de Pereira se publicó hace más de una década el libro “Miguel Álvarez de los Ríos, Forma y estilo del Periodismo Literario”, escrito al alimón por el narrador y ensayista Rigoberto Gil Montoya y el historiador Álvaro Acevedo Tarazona.
Se trata de una de esas ediciones de lujo, tan escasas en nuestro medio, en la que a lo largo de 492 páginas se intenta ofrecer una mirada panorámica del trabajo como ensayista y periodista de un hombre cuya prolífica producción en esos frentes corría el riesgo de perderse en los archivos de bibliotecas carentes de medios efectivos de conservación o en anaqueles personales cuyos dueños en muchos casos ni siquiera sospechaban el valor de lo que un amigo o el puro azar habían puesto en sus manos.
Y es que, más allá del impecable trabajo de edición y de la minuciosa pesquisa realizada por los investigadores Gil y Acevedo, lo que salta a la vista una vez concluida la lectura, es que los autores consiguieron rescatar para la región y el país un legado que apenas empezamos a valorar : el de una vida entera, la del escritor Miguel Álvarez de los Ríos, consagrada a pensar, registrar y recrear desde el lenguaje las más íntimas pulsiones de una región, un país y sobre todo un planeta que en el transcurso de un solo siglo experimentó mas transformaciones que las vividas por la humanidad en muchas centurias sumadas.
Precedida de un análisis que da cuenta tanto de la peripecia vital del escritor y periodista, como de las fuentes culturales de su vasta y rica formación intelectual, la obra ofrece por ese camino la posibilidad de asomarse a las raíces de una manera de asumir y contar el mundo en la que el lenguaje es mucho más que una herramienta: es la materia misma de que están hechos los seres y las cosas.
Porque la propuesta de los autores apunta precisamente en esa dirección: aventurar la cartografía de un estilo que como el del escritor pereirano, es el resultado de un diálogo constante con el gran legado de la tradición universal.
La política, la ciencia, las artes, la historia y la literatura, devienen soporte pero también pretexto para emprender la búsqueda de ese asunto tan valioso y esquivo que es el estilo personal, así en la vida como en la escritura.
Su pasión por los clásicos, su vocación viajera y su condición liberal, en el sentido vital y político de esta última expresión, suponen entonces las coordenadas de un mapa que acaso explique por qué algunos lectores y amigos se refieren a él como “El último de los grecolatinos”, aludiendo a esa manera particular de remitirse siempre a lo universal del arte y el conocimiento como único camino para aproximarse de forma certera a las aristas de toda existencia particular.
El espacio y el tiempo apenas son pretextos para los que buscan. Esa podría ser la premisa implícita en estos reportajes, entrevistas, artículos y ensayos breves, que pueden referirse tanto al quehacer de hombres hicieron la historia política de Colombia durante el siglo XX como a las intuiciones y estremecimientos de sus poetas; a una Nueva York o una Pereira amadas en su desmesura o en su candor provinciano.
De la lucidez política de Juan Lozano o Abelardo Forero Benavides a personajes tan curiosos como el galán dominicano Porfirio Ruborosa o el satanista norteamericano Sandor La Vey, pasando por poetas como José Umaña Bernal o Luis Vidales, el trasegar público y literario de Miguel Álvarez de los Ríos ha sido una búsqueda sin tregua de una manera personal y única de nombrar la existencia, que acaso se resuma en lo que su hijo Juan Miguel bautizó como “Mansa civilidad pensante”.
El resultado de esa manera de ver el mundo es lo que en buena hora nos devolvieron Rigoberto Gil Montoya y Álvaro Acevedo Tarazona en este libro, al que deberíamos remitirnos los habitantes de la región y el país como una manera de empezar a curarnos de la desmemoria.