Una noche en Puerto Rico

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Mi memoria por El Lago


 

Pereira siempre ha sido una ciudad de interacciones. En los años 80´s del siglo XX,  los mafiosos traían pasta de coca de Bolivia. Sus avionetas entraban por pistas para naves de fumigación en La Virginia y Zarzal. Había laboratorios en municipios cercanos  y enviaban lo que llamaban “la caspa de mi dios” entre los mecanismos de un avión o con jóvenes muleteros con maletas de doble fondo. Aún no existían esos perros  que con su olfato distinguen desde el período de una dama hasta los gramos que guarda entre su barriga una imagen de bulto del corazón de Jesús que enviaron con alguna abuela hacia Nueva York..

En las tabernas de Nueva York y esas ciudades del sueño americano, había cadenas de personajes de los pueblos de occidente y del barrio Cuba que distribuían gramos de coca. Dinero que llegaba limpio a unas cuentas en el Banco del Estado, y los banqueros mimaban a sus dueños. Y acá los consumidores incipientes acudían a las tabernas que mantenían buenos espectáculos, tango en La Boca y Caño 14, acordeón y música andina en La Flauta Mágica y pare de contar que el cuento es largo y me enredo ahí. En los baños siempre algún fulano vende para una traba. Lo saben desde el policía hasta la esposa del obispo, esa santa madre iglesia que lo perdona toda.

Una noche de septiembre, la taberna Puerto Rico del Lago estaba solitaria, un cantante, más solitario aún, esperaba que alguien le escuchara, estaba contratado para seis horas, era Alci Acosta. No recuerdo bien si fue porque me atrajo verlo ahí o por acompañarlo; nos sentamos tres amigos, pedimos media y después la seguimos. El cantante nos miraba y comenzó:

 

Ayer yo visité la cárcel de Sing Sing
Y en una de sus celdas solitarias,
Un hombre se encontraba arrodillado al Redentor:
Piedad, piedad de mí, mi Gran Señor.

 

Foto extraída de: Vanguardia.com

 

Recordé a un amigo de Apía, donde fui maestro rural, porque en esa cana, la “Sing Sing”, correccional del Estado de Nueva York, construida en 1825 por los primeros cien convictos, allá pagaba una condena y ese paisano era gallada de maleteros; incluso ellos, le hicieron llegar al penal una muñeca inflable de silicona que lo entretuviera. Y pensé que la pena de él era otra porque cuando soplaba la muñeca y se le subía, esa tipa de goma pujaba, y toda la barra de paisanos presos gritaba: ¡hágale paisa hágale paisa!

Y continuaba Alci Acosta la canción:

 

Mas, cuando me miró, a mí se abalanzó;
Y con voz temblorosa y recortada:
Escucha, triste hermano, esta horrible confesión;
Aquí, yo condenado a muerte estoy… 

 

Una hora, pedimos otra botella y a la taberna no llegaban clientes. En esa misma noche la policía hacía una redada brava en los sectores del centro de Pereira porque la llamada “Mano Negra” estaba muy activa, limpiaba la calle de mendigos y maricas. Y aquellas muertes tampoco tenían relación con la canción.

 

Yo tuve que matar a un ser que quise amar
Y, aunque aún estando muerta, yo la quiero…
Al verla con su amante, a los dos los maté,
Por culpa de ese infame moriré.

 

Foto extraída de: photo620x400.mnstatic.com

 

Y comencé recordar los muertos de las matanzas que se iban contando por cuenta de “Gallo Extraño”, un chofer gatillero que contrataban y en su cuenta llevaba cuatro difuntos por causa de mujeres infieles, aún estaba libre después de haber matado al “Merendero de Agualinda” un músico rural y bebedor que llegaba a las fondas de Santuario y Apia y entretenía a los parroquianos. Le identificaron así porque cantaba mejor cuando le daban una buena merienda. El cantante merendero era enfermo y desahuciado cuando “Gallo Extraño” lo mató. Aseguró que para hacerle un favor, para dejara de padecer, nos contó el compañero de mesa después de la canción de Alci Acosta.

 

Minutos nada más me quedan ya para expirar,
La silla lista está, la cámara también.
A mi pobre viejita, que desesperada está,
Entréguele este recuerdo de mí.

 

Invitamos a Alci Acosta a la mesa, jamás bebía licor y pidió agua, nos dijo que vivió su infancia en Soledad Atlántico, años después trabajaba como pianista en una orquesta en Barranquilla y cuando decidió ser cantante su primer éxito fue “Odio Gitano”; y así,  entre sus canciones y sus descansos compartíamos su historia y le contábamos de las nuestras.

Desde esa noche siempre he sido seguidor de Alci Acosta porque somos hijos de una tierra donde las canciones de cuna eran esa música de cantina, así pregonen que somos una tierra de bambucos, que son bellos y nos los hacían escuchar en el colegio, y aprenderlos para cantarlos en la veladas y los paseos. Aún recuerdo ese paseo a Pueblo Rico cuando un alumno del Colegio Santo Tomás en Apía nos dijo al subirnos al bus: cantemos de una vez Los Guaduales para que nos salgamos de una vez de esa pendejada y podamos seguir con una de Julio Jaramillo o Alci Acosta. Pues claro, esas no son las canciones de la vida, real es el tango Cambalache.

 

Alci Acosta- La Cárcel de Sing Sing


Fuente: Youtube

Escritor de Marsella, fue docente y consultor en gestión del desarrollo regional y local. Ganador del Concurso Nacional de Novela ciudad Pereira en 2015. Practica el arte pictórico y dirige la empresa familiar Productos Gamba -50 años.

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