Es así como en una reciente conversación, el profesor Antanas Mockus dejó plantada en mi la simiente de una cuestión. Cuando comparó nuestro portal de historias lacebraquehabla.com con el caballo que habla de León Tolstói
El conocimiento nos es entregado de manera “empaquetada”, lo cual es entendible pues el sistema necesita fórmulas tipo para atender a multitudes, aunque reconocerlo no signifique aceptarlo sin réplica.
En medio de la instrucción que se torna mecánica y de la cual la escuela es apenas un escenario esquemático, se da el milagro de los profesores que se esfuerzan por sembrar dudas en sus educandos, dejando en ellos más inquietudes que sentencias que no admitan discusión.
Es verdad que los docentes entusiastas se resienten con la indiferencia y la apatía de la mayoría, pero su recompensa viene cuando pueden conectar con los cuatro o cinco que, por curso, están estimulados y para los cuales el aprendizaje es un propósito en sí mismo, no solo un requisito que se ven obligados a tramitar.
Gracias al estímulo que me han ofrecido aquellos que han sido mis maestros, me encuentro plenamente dispuesta a dudas que no cesan y que alimentan el deseo de vivir para intentar comprender. Sus enseñanzas, además, me han dejado habilitada para dialogar con otros: muertos que conversan conmigo a través de lo que alguna vez pensaron y nos legaron registrado en sus libros.
A partir de estas vivencias esenciales, he quedado equipada para batallar contra la idea generalizada de usar el tiempo en la búsqueda de las recompensas vacías que se nos muestran como la fuente del éxito, la satisfacción y la felicidad. La dosis necesaria de rebeldía, de sospecha y escepticismo, la inocularon en mi aquellos que, habiendo recorrido ciertos caminos, quisieron compartir conmigo sus experiencias.
Mentores son también quienes comparten los días con nosotros (familiares, amigos, compañeros o interlocutores eventuales). Aunque no sean directamente nuestros preceptores, puede suceder que estén en disposición de enseñar, de transmitir el entendimiento que han obtenido por cuenta de su esfuerzo aplicado a la tarea de desentrañar los misterios de la existencia.
Es así como en una reciente conversación, el profesor Antanas Mockus dejó plantada en mi la simiente de una cuestión. Cuando comparó nuestro portal de historias lacebraquehabla.com con el caballo que habla de León Tolstói, me estaba impulsando a iniciar una búsqueda. Presta, acudí a la edición de “Cuánta Tierra Necesita Un Hombre y Otros Cuentos”, del mencionado escritor ruso. Entonces, a través del vínculo que estableció Antanas, pude acceder a la maravilla de un mundo otro, que me fue revelado para el disfrute de vivir, y para nada en especial o particular.
Hoy, que se celebra el día del maestro, es prudente recordar que a pesar de todo lo que queremos aprender o pretendemos saber, no necesitamos de este bagaje para alcanzar una finalidad determinada. El hombre no fue “creado” para cumplir ninguna misión particular, salvo tal vez la de usar bien el período que le fue concedido en este universo, aplicado a una de las actividades propiamente humanas: interrogarse sobre la realidad y tratar de comprender. En el mayor o menor alcance que logremos en procura de cumplir con este mandato vital, el maestro será siempre clave y guía.