Entonces la mezcla de varios hechos fragmentados, da lugar a una película de exploración, que no hace ni una sola concesión al espectador y por el contrario, también lo postra en ese delirio
Ficha técnica
Año, país, duración | 2018, Colombia, 72 minutos |
Dirección y producción | William Vega, Óscar Ruiz Navia |
Guion | William Vega |
Fotografía | David Gallego |
Sonido directo | César Salazar |
Actores | Heraldo Romero, Salomón Gómez, Diana Pérez, Elibardo Celis. |
Productora | Contravía Films |
Género | Drama experimental |
La película Sal, de William Vega, una exploración cinematográfica desde la imagen y el sonido, la construcción del relato, la propuesta de recorrido por el desierto, es todo un gusto para los sentidos, y nos conmueve con la fallida relación de un hijo en busca de su padre. La dupla que lleva a cabo esta película son dos cinéfilos (Óscar Ruiz y Vega), que, desde niños, se encontraron y ahora llevan más de siete películas, todas ellas con un sello de eso que se denominan cine de autor. Sal se permite invocar el derecho de allanar una geografía cuyas marcas en el cine son de ese otro sello de cine región, dado que escogieron el fastuoso desierto de La Tatacoa.
Ver Sal, es un juego entre el símbolo de la resequedad de la propia sal, del intento, de la perdida, del desvanecerse. Lo que nos cuenta es la historia de un hombre ya mayor, ex mensajero, que se va en su moto por el desierto, después de que le aseguraran que su papá había muerto; aunque lo que el hombre quiere es ir tras las búsquedas de un ser mítico, de una sombra, de un sueño que de alguna manera lo aterra: su raíz, su propia columna. Y es allá entre las montañas puede obtener algún rastro. Como todo héroe que quiere buscar el tesoro, en este caso, Heraldo, como se podría llamar el primer hombre, tiene un percance en el camino y se queda anclado en el desierto.
Ese otro símbolo, el de la desolación, del resquebrajamiento, de un mundo distópico, lo deja postrado, ya que un accidente lo inmoviliza; y es ahí cuando la película, toma un rumbo de anclaje. Porque las escenas nos invita a sumergimos en las entrañas de Heraldo, quien vivirá un encuentro con una pareja de esposos, con quienes comparte su diario vivir en una caseta también detenida en la inmensidad de ese territorio donde una gota de agua es el premio para un beduino. Allí, no queda otra cosa que esperar, mientras el contexto, va delatando el contexto real: en ese pedazo de universo de tierra, gobiernan las mafias que se han apoderado del corredor y la ley la imponen ellos. No sabemos quiénes son ni qué es lo qué defienden, salvo que allá están y tienen el control.
Heraldo nos hará vivir otro viaje: el onírico. Quien evocará su trabajo en una especie de celda: la cocina de un restaurante chino. Allí una mujer local habla en su idioma, quien le cuenta de la fábula de un hombre atravesando el desierto y lo que eso significa e implica. Luego, se alterna, en ese viaje-sueño, con imágenes del mar, donde Heraldo, vive un momento de fuga, de sanación, o por el contrario de mayor ahogo. Entonces la mezcla de varios hechos fragmentados, da lugar a una película de exploración, que no hace ni una sola concesión al espectador y por el contrario, también lo postra en ese delirio, en ese escape, en ese acecho de no tener un polo a tierra, como si ya el mundo fuera el derecho al enclaustramiento.
Es allí donde la película Sal cobra un duro ascenso para poder entrar, para dimensionarse. También nos deja al margen, ya que nos sugiere un espectáculo de encierro, del que nos cuesta trabajo desatar y huir. La Sal puede entenderse como la sanación y al tiempo como el desastre, es esa ambigüedad la que nos deja atrapados. La película sirve para la contemplación del paisaje, cuando la Sirga nos generó todas las emotividades por los estragos del posconflicto, es decir, por tratar un tema de la realidad colombiana, en Sal, no hay tal realidad, de hecho, no encontramos una situación en contexto, nada más la fabulación.
La dupla entre Carlos y William nos ha permitido vivir uno de los mejores regalos: se adentraron en la geografía que no es común reconocer y nosotros, los espectadores, hemos viajado complacidos a presenciar desde la pantalla esos territorios: La Barra en el Pacífico, La Cocha en Nariño y ahora el desierto de La Tatacoa en el Huila. Los viajes eso sí más reveladores son los de los personajes, y en eso se han caracterizado más, y en nuestro ideario se han quedado muchos de ellos, difusos, o desde sus dimensiones de angustia o escape.
Sal, entonces, es una película que experimenta, sus riesgos, no solo notorios, sino desafiantes. Estos dos muchachos del Caliwood, son promesa, y su capacidad productiva y creativa no se detiene por ahora. Habrá relatos para rato. Se les suele escuchar a ellos que tienen varios guiones y que el cine experimental y de autor seguirá siendo el que abanderan.