Ya no miramos para arriba cuando caminamos por el centro de Pereira. Si alzamos los ojos, sobre todo por el sector en el que se encuentran las casas viejas, veremos de todo. Árboles frondosos en lugares insospechados, animales de todo tipo, loros, caballos, terneros y perros gigantescos. También encontraremos la ropa interior que alguien lanzó sobre el tejado, como quien oculta la evidencia de un delito. Veremos artículos abandonados como televisores y lavadoras que hace tiempo dejaron de funcionar y armarios en desuso de los que no se sabrá cómo llegaron allí, pues al intentar sacarlos, ni las puertas ni las ventanas de esos recintos superiores tendrán el tamaño suficiente. Hay otra ciudad por encima del nivel en el que mantenemos los ojos. Esa segunda ciudad en las alturas se ha vuelto menos visible de lo que ya era por cuenta de la adicción contemporánea a los teléfonos inteligentes. Caminamos mirando hacia abajo, hacia las pantallas y nos perdemos de esa franja increíble pocos metros más arriba de nuestras cabezas. Dejamos de ver ese universo desconocido que parece resistirse al cambio de los tiempos. Si usted desarrolla como yo el hábito de caminar mirando hacia los pisos superiores de las viejas edificaciones, comenzará a ser consiente de ese mundo fantasmagórico. Cuando menos lo pensemos, nos encontraremos a una que otra alma en pena contemplándolo todo desde la ventana. Lucen como ancianos y casi siempre se ocultan tras una cortina vieja y desgastada en la penumbra. Si por casualidad ve usted a un alma en pena, intente no ser advertido por ella y por nada del mundo le sostenga la mirada. Les gusta el anonimato. Sin embargo, si usted siente que sus ojos se chocaron con los de ella, acelere el paso hasta el portal de la iglesia más cercano. Los que entienden de estas cosas dicen que allí no se atreven a entrar. Usted sabrá que un alma en pena se fue detrás de usted, cuando al subir las escaleras de su vivienda, si es que tiene que hacerlo, sienta que alguien lo persigue y la necesidad irrefrenable de acelerar el paso. Ese mundo, pocos metros más arriba, seguirá albergando a aquellos fantasmas curiosos y anónimos que buscan cruzar su mirada con la nuestra para acompañarnos hasta la puerta de la casa.