He escuchado decir de algunas personas: “si me dan recibo y luego voto por otro que me dio más, o sencillamente ni voto” Es un tema de cultura ciudadana, de autoestima y de amor patrio.
Es necesario partir de un interrogante con una respuesta más que obvia, ¿los muros, los postes, las puertas de las casas y ahora hasta los árboles votan?
No siendo suficiente con la atiborrada publicidad política que atesta hasta los más recónditos territorios, no solo del departamento o de cada municipio, sino de nuestra querida Colombia, y la contaminación visual que ello genera; parece ser, que el partido político o el candidato quien tenga más publicidad distribuida, demuestra su poder de derroche y de inversión para alcanzar maquiavélicamente su objetivo.
Es evidente que, aunque no suene apropiado, para muchos candidatos su campaña política puede ser más bien denominada una “inversión”, donde ocupar una plaza en el congreso de la República será el fin que justifique los medios, lo que, de otra forma, lleva a determinar también que las próximas elecciones serán más bien una fuerte contienda electoral, o peor aún, una “batalla campal”, donde en medio de ese fuego cruzado se encuentre la sociedad colombiana.
He escuchado decir de algunas personas: “si me dan recibo y luego voto por otro que me dio más, o sencillamente ni voto” Es un tema de cultura ciudadana, de autoestima y de amor patrio.
Los colores y las ideologías políticas ocupan un renglón más abajo para determinar la intención de voto de los colombianos de a pie, (ya no importa mucho decir que tengo una corriente de izquierda o de derecha), ya la cuestión es de conformar alianzas del rojo con el verde, del verde con el azul o del azul con el rojo, y como diría alguna reina: “del mismo modo y en sentido contrario, pues la idea es esa”.
Votar, más que un derecho, es un deber; y por tanto debería ser inalienable e innegociable, ¡aunque muchos no lo crean!
Por otra parte, y de manera jocosa, ronda por las calles el tema de “el kit electoral”, un kit compuesto por una camiseta, una gorra, un bulto de cemento, una teja de zinc, $50.000 en efectivo y un tamal o un plato de lechona (ese si es democráticamente opcional).
¿Cómo puede ser posible desperdiciar tan preciado tesoro como es el voto, y negociarlo por el kit? ¿Acaso si hay políticos corruptos, es porque la sociedad así lo ha convertido? ¿Una sociedad permeada por el hambre, y con otras necesidades básicas insatisfechas son el mejor aliciente para vender el voto? Porque hay algo muy claro, y que se vislumbra en cada periodo electoral, muchas personas parecen el Megabús: Cobran por adelantado si el personaje quiere llegar.
En ese orden de ideas, las bibliotecas públicas, son las llamadas a aportar su grano de arena, en aras de construir una sociedad democrática y de pensamiento digno, colectivo y con criterio; es tarea de un bibliotecario público ofrecer las herramientas para una toma de decisiones principalmente libre. “No dar el pescado… enseñar a pescar”. No imponer, ni tan siquiera marcar una ruta para decidir por quién votar; es mostrar las alternativas, orientar para un buen ejercicio democrático de votar y dejar que la decisión sea tomada de manera individual y con criterio para hacerlo.
Así pues, usted señor lector, que acaba de terminar estas líneas: ¡analice, aporte a la sociedad y vote!