Pero volvamos a Gabriel García Márquez, que quiéranlo o no los estudiosos, hacía parte de esos seguidores del autor de Bajo el volcán que constituían casi una secta.
Introducción
Gabriel García Márquez conocía muy bien el libro “Bajo el Volcán” de Malcolm Lowry. Tanto que, incluso para ganar dinero “echaba el cuento” del alcohólico Geoffrey Firmin y su trágica vida en Cuernavaca, México para lograr vender algunos ejemplares a su amigos. Su afición a esta novela consistía en rendir tributo releyéndola al menos una vez al año, sin falta alguna. El autor, Malcolm Lowry, como algunos saben, fue uno de esos genios mal entendidos de la literatura inglesa que vivió a lo norteamericano, es decir, con una sed de aventura insaciable y encaminado a una vida bohemia sin parangón. Aunque su mayor delirio (o misión, o como se quiera interpretar) haya sido el ver publicada su novela “Bajo el Volcán”, que las editoriales de su tiempo no supieron visionar y que hoy la misma es catalogada como una obra maestra de la literatura del siglo XX.
Pero volvamos a Gabriel García Márquez, que quiéranlo o no los estudiosos, hacía parte de esos seguidores del autor de Bajo el volcán que constituían casi una secta. Cabe la duda, y con ello no se busca polemizar, si la obra capital del costeño que le valió un premio Nobel de la academia sueca, “Cien años de soledad”, obtuvo de alguna manera influencia narrativa derivada de la obra de Malcolm Lowry, específicamente en elaboración de tramas, escenas o personajes de Macondo. Y la inquietud viene indudablemente de que este autor inglés influyó en muchos de los novelistas latinoamericanos y españoles, y hoy sigue siendo indiscutiblemente uno de los grandes escritores del siglo XX.
He aquí una cuestión para dilucidar, más no para desmerecer la obra de nuestro eterno Nobel colombiano. Por ahora, solo para antojar, presentamos una correspondencia entre Malcolm Lowry y el editor Johnatan Cape, cuyo “tira y afloja” se desenvuelve en la idea del primero de justificar su tipo de escritura, composición y contenido. Y a la inversa, el reconocido editor pretende enviarle pruebas de que su obra no ha pasado ciertos “filtros” de lectores que han examinado su obra y necesita modificaciones si es que el autor desea verla publicada. Sin más. Las cartas están abiertas (gracias a el portal El Boomerang) para ser leídas por el público en general y sujetas al juicio de los argumentos presentados. Con todo, la obra “Bajo el volcán” y su correspondencia “Detrás del volcán” se proponen como lectura para los interesados.
Redacción La Cebra
A Malcolm Lowry
Jonathan Cape
Bedford Square, 30
Londres W. C. 1
29 de noviembre de 1945
Estimado Malcolm Lowry:
En la carta que me envió con su manuscrito aparece la siguiente oración:
«Sería desolador escuchar, después de haber tenido tantos aspectos en cuenta, que debería redactarse en un formato más elegante, o más dramático o algo por el estilo: fue creado en numerosos planos y todo lo que hay en él, incluso el número exacto de capítulos, está ahí por una razón perfectamente válida».
Bueno, dos lectores se lo han leído detenidamente, al igual que yo. Lo mejor que puedo hacer es enviarle una copia del informe de uno de los lectores , que nos parece que concreta de manera más efectiva y exacta lo que los tres pensamos.
La cuestión es la siguiente: tras pensarlo mejor, ¿estaría dispuesto a considerar llevar a cabo las modificaciones que se recomiendan en el informe, o, tras haberlo reflexionado detenidamente, aún piensa igual que cuando me escribió el pasado agosto? Imagino que tendrá un duplicado del texto escrito a máquina, ¿verdad? Guardaré mi copia hasta que tenga noticias suyas.
Para que mi carta no parezca ambigua, permítame decirle que si decide aceptar las sugerencias indicadas en el informe, estoy preparado para decir aquí y ahora que lo publicaré y lo sacaré a la venta el año que viene, espero. Si se mantiene firme con respecto a su declaración original del pasado agosto acerca de que el libro debe permanecer exactamente tal y como está, volveré a considerarlo, pero eso no implica necesariamente que dijese que no.
Pensamos que el libro tiene integridad y relevancia, pero sería una pena que saliese en su forma actual, puesto que creemos que los cambios ayudarían enormemente a que obtuviese una aceptación más favorable. Al mismo tiempo, creemos que mejoraría considerablemente en el plano estético si se llevasen a cabo las recomendaciones del informe.
Atentamente, Jonathan Cape
A Jonathan Cape
Calle de Humboldt,
24 Cuernavaca, Morelos
México
2 de enero de 1946
Querido señor Cape:
Le agradezco de veras su carta del 29 de noviembre, que, por desgracia, no me llegó hasta Nochevieja, y que además me llegó aquí, a Cuernavaca, donde, por pura casualidad, vivo en la misma torre que me sirvió de modelo para la casa de M. Laruelle, que hace diez años solo conocí por fuera; se trata también del lugar donde el cónsul, en el Volcán, tuvo algunos problemas debido a una misiva recibida con retraso.
Prescindiendo de mis sentimientos de triunfo, como no le será difícil imaginar, quiero tratar de inmediato el asunto que nos ocupa, antes de que todo esto acabe en una agrafía total.
Mi primera impresión es que el lector, de cuyo informe me envió usted copia, no ha tenido (a juzgar por la primera carta que me envió) la misma simpatía hacia el libro que el primero al que lo dio usted a leer.
Por otra parte, aunque estoy totalmente de acuerdo con muchos de los puntos que su lector muy inteligentemente señala —yo en su lugar hubiera hecho quizás el mismo tipo de críticas—, me encuentro ahora, en cierto modo, en una posición difícil para contestar con precisión a sus demandas sobre revisiones del texto, por las razones que trataré de exponer, y que, estoy seguro, tanto usted como él considerarán válidas; al menos sí lo son para el autor.
Es cierto que la novela se pone en marcha grave y lentamente, y creo, por varias razones, que lo que él considera un error (ya que en general esa lentitud resultaría un error en cualquier novela) debió de pesar más fuertemente sobre él de lo que lo haría sobre el lector ordinario, ya que para este se ha previsto que la gravedad tenga sus compensaciones.
Es decir, que si el libro estuviera ya impreso y sus páginas no contuvieran la muda súplica y el aspecto desesperado de un manuscrito no publicado, me parece que el interés del lector sería mucho más vivo al principio, exactamente igual que si se tratara, digamos, de un clásico ya establecido, ante el cual los sentimientos del lector son diferentes; aunque tal vez se dijera: «Dios mío, qué duro es esto», se esforzaría por chapotear a lo largo de oscuros cenagales —en realidad se sentiría avergonzado si no lo hiciera—, porque tendría la certeza de que los pasajes posteriores van a compensarle.
Al emplear la palabra lector en el sentido más amplio del término, quisiera sugerir que el hecho de que el Volcán parezca o no tedioso al principio, dependerá en cierto modo del estado de ánimo del lector y de su preparación para comprender la forma del libro y la verdadera intención del autor.
Puesto que el lector, aunque esté bien preparado y equipado para ello, no podrá conocer la naturaleza de estas cosas al principio, por tanto me parece que una breve elucidación, sutil pero sólida, en un prólogo o en una solapa, podría evitar o modificar en gran medida la reacción que usted teme (ya que esa fue su primera reacción, y muy bien podría ser la mía si estuviera en su lugar, le pido que sea lo bastante generoso y reconsidere este punto).
Si se condiciona al lector, aunque sea un poco, para que considere inevitable la lentitud del arranque —suponiendo que yo logre convencerle a usted de que a pesar de su lentitud tal vez no es tan tedioso—, los resultados podrían ser sorprendentes. Si usted me dice: «Muy bien, pero el buen vino no necesita anuncios ni reclamos», lo único que puedo responder es lo siguiente: «Muy bien, yo no estoy hablando de buen vino sino de mezcal», y para beberlo, además del reclamo en la puerta de la cantina, una vez en el interior de esta, el mezcal necesita acompañarse de sal y limón, y tal vez uno no lo bebería si no estuviera en una botella tan tentadora.
Si esto le parece fuera de lugar, permítame preguntarle: ¿quién se sentiría con valor para aventurarse en el yermo de La tierra baldía sin un conocimiento previo de su complejidad estilística? Una vez despejadas, por tanto, algunas de las dificultades que plantea la aproximación a la obra, me parece que el primer capítulo es necesario, y tal como está, ya que establece, aunque eso no lo sepa el lector, la atmósfera y el tono del libro, así como el lento, melancólico y trágico ritmo del mismo México —su tristeza—, y sobre todo establece el ámbito en que todo va a transcurrir;
si algo en ese capítulo parece deficientemente expresado desde el punto de vista literario, me sentiré encantado de que se suprima, ¿pero cómo estar seguros de que al hacer aquí un corte importante, sobre todo si altera radicalmente la forma, no se minen los fundamentos del libro, la estructura básica, sin los cuales el lector que hizo el informe no hubiese podido leerlo en ningún caso?