Es la poeta de la vida silenciosa y dura, que avanza y sabe cómo hacerlo para no detenerse a reflexionar sino a recrear palabras como estrellas
Autora: Carolina Hidalgo
Editorial: Códice impresiones / La jugada popular/
Género: Poesía
Año: 2018
Págs. 49
Cómo describir el poemario “Yuyos de paso” (2018) de la escritora Carolina Hidalgo sin dejar de sentir nostalgia, ternura, intimidad con la naturaleza. En esencia no se puede. Es decir, cada hoja de este libro huele a hierba, expresa un sentimiento, y reluce las experiencias sensibles de la autora, que con paciencia y tesón, (pues conozco su trayectoria) ha dejado su juventud, carisma, su vida misma en el papel por medio de la palabra dosificada.
Este poemario es una casa que ella, quien ya tenía trabajos como, “Este lado de las cosas” (2012); “Poemas con un fondo de agua” (2014) y “Cuentos para volar por la ventana” (2015), ha construido para sí y para los que están dispuestos a dejar de leer facturas y apostillas en la ciudad y así descifrar el campo, el éter, la feminidad en su estado poético y virginal.
Llevo horas/
Sentada bajo el ciprés/
Castillo de hierba busca la hormiga/
En mi piel morena/
Temo que se entere/
Chocolate soy/
Sus versos transgreden las páginas sin violentarlas. Con sus líneas poéticas pretende trazar figuras, sonidos, olores, sentimientos para estamparlos en el alma sensible del lector. La poeta sabe que cada individuo es una tabla rasa donde puede cincelar imágenes inmortales por medio de la palabra. Por eso ha viajado a lejanas tierras como Ecuador o Chile, buscando igual que los sabios orientales, no el conocimiento, sino la sabiduría, esa, que según los griegos, solo se encuentra observando la naturaleza.
Ella ha captado esa divinidad ecológica que pasa desapercibida entre los citadinos. La capta como una niña que toma las estrellas en sus manos para decirnos que sus versos son el brillo de la vida, la explosión canícula que genera nuevos comienzos.
He ahí la magia de su estilo para expresarse en “Mora de papel”, “Araucaria”, “Sauce llorón”, “Guarumbo”, “Ciprés” y “Envenenamiento de una acacia” entre otros bio-poemas que nuestros ojos releen, luego de estar acostumbrados a contemplar la primera eulogía de las cosas. La joven Carolina Hidalgo antes de hablar, o escribir, ha visto, ha imaginado, ha sentido.
Señoras y señores/
Soy testimonio latido bajo la calma de este cielo/
Mis raíces profundas como el tubérculo se alimentan en la poesía/
Una voz que no es eco, sino testimonio del éter que rodea la tierra. Relaciona la naturaleza, en la que se extasía versificando, con el alma femenina, o como dice Patricia Guerrero Arias sobre el mismo trabajo: “Su poesía nos habla de la belleza mística de los cuerpos femeninos atravesados por la luz que danza”.
Dos áreas de su espíritu que desarrolla desde su profesión de esteta, y también de indignada por el ultraje al mundo, al cuerpo. De ahí que recite loas a los árboles, las hojas, el viento, el agua, las flores. Imágenes que resaltan el decoro de la Pachamama, y descubren el diseño secreto de un artífice que nadie ve, pero todos saben que existe. De igual forma ella se manifiesta a favor de las féminas, de las cuales se siente representante.
Cabeza de mujer/
Fantasma en la esquina/
Luna sin rumbo/
Hoja de navaja en la estación de policía/
¡Roja! ¡roja! como las zapatillas de la bailarina/
Ella hoy no baila/
Así como es sensible para captar lo natural, presiente lo innatural en la violencia contra el género. Estos versos sacados del poema “Infamia” son dedicados a las mujeres asesinadas en Medellín en el año 2012. No es ninguna descubridora de esta violenta pasión que habita en los humanos y que se desata sin motivo.
Es la poeta de la vida silenciosa y dura, que avanza y sabe cómo hacerlo para no detenerse a reflexionar sino a recrear palabras como estrellas que titilan y con las cuales pretende enternecer y concienciar al más insensible.
Carolina Hidalgo es una creadora innata. No porque se adelante a su generación, sino porque toma conciencia de lo que está ocurriéndole a sus contemporáneos y versifica esas realidades. Poetiza sin gritar. Denuncia sin acusar. Recita sin juzgar. Antes bien, busca decir la verdad escribiendo amorosamente, como si supiera la máxima de Søren Kierkegaard de que “solo son oídas las palabras del que ama”.
La belleza textual contenida en “Yuyos de paso” no está solo dirigida a los estetas, sino a todo aquel que busca un camino. Porque leer este manojo de versos es una llamada, una promesa, quizá no de felicidad, pero si de un peregrinaje hacia el corazón y la dulzura.
En realidad, uno se siente seguro en este poemario. Como si fuera la sombra que necesita el agotado peregrino para descansar del sol candente de la vida. Cada época requiere su dicción, su jerga, sus palabras frescas y estos bio-versos son el lenguaje de esta ciudad, de los espíritus universales, de los que buscan fuerza y forma y también sentido. Lo certifico. No se había visto antes en Pereira un estilo poético parecido.
Desde su feminidad habla de la mujer, de su defensa, de su ignominia, y descubre un yo oculto en el misterio del tiempo. El yo que existe al ejercitarse frente a la resistencia. Porque el dolor y la injusticia también son sentimientos revolucionarios. Y ella comprende esto al ver las ramas desgajadas del árbol del género. Refleja en sus poemas que la naturaleza ha inventado el amor, que es grato, y los hombres la dualidad maniquea, que no les hacia ninguna falta.
Por eso sus versos son de vida y a decir del francés Gustav Flaubert, “un buen verso no tiene escuela”. Al igual que las flores, estos tienen una ambición de invadir y conquistar las mentes, multiplicando al infinito la belleza y sensibilidad que representan.
Carolina Hidalgo pertenece a la casta de poetas pereiranas, aunque sea caldense de nacimiento. En esta tierra de perlas se ha formado como poeta y partera de sueños. Acá nadie es pereirano, todos somos forasteros, diría jocosamente otro buen poeta, Hernán Mallama Roux.
No tengo duda, con “Yuyos de paso”, esta autora es capaz de llevar a Pereira tras su huella, tras su propuesta y ante el nuevo camino poético que ha abierto para la posterior sensibilidad literaria.