Pasa que la pequeña ciudad donde tiene su sede ese equipo se llama así: César Vallejo, sin que eso signifique que los jugadores reciten de memoria los versos del poeta
Ignoro si a don César Vallejo le interesó alguna vez ese deporte que hombres como Garrincha, Pelé, Maradona y Lionel Messi elevaron a la dimensión de categoría estética.
Quien sabe, a lo mejor pensaba lo mismo que Jorge Luis Borges, que más da.
Para el asunto clave que nos importa es que un equipo de fútbol peruano lleva el nombre del poeta que se murió en París con aguacero.
Lo anunciaron en el canal deportivo Fox:“A primera hora Alianza Lima frente a Trujillanos de Venezuela y más tarde César Vallejo ante Coquimbo de Chile” dijo el locutor, exagerando el acento porteño.
¡Carajo, esto sí que es una maravilla! Que los equipos de fútbol ahora lleven nombres de poetas! casi le grité al sujeto con cara de insomne que me miraba desde el fondo del espejo.
Sin mucho esfuerzo, imaginé un club argentino llamado Oliverio Girondo, otro chileno que responde al nombre de Nicanor Parra, uno brasileño bautizado Geraldino Neto y más allá un equipo mexicano conocido como “Los Zopilotes del norte” cuyo verdadero nombre es Ramón López Velarde Fútbol club.
Forzando el optimismo, me atreví a pensar en un conjunto colombiano llamado Atlético León de Greiff, recién ascendido a la primera división.
No es para tanto, no es para tanto. Me dijo un profesor que escribe versos y se gana la vida dando clases de álgebra en colegios privados.
Pasa que la pequeña ciudad donde tiene su sede ese equipo se llama así: César Vallejo, sin que eso signifique que los jugadores reciten de memoria los versos del poeta. A lo mejor, ni siquiera habían escuchado hablar de él en su vida.
¿Y qué? Le respondí.
Lo que me interesa es la relación de amor, tantas veces no correspondida, que algunos poetas y escritores han mantenido con el fútbol, al punto de dedicarles versos a sus ídolos, o acuñar frases que, sacadas de contexto, se convirtieron en declaración de principios para mucha gente, como aquella de Albert Camus, donde dice que la patria es la selección de fútbol.
Pensaba, también, en el poema que Vinicius de Moraes le dedicó a Mané Garrincha, en los tiempos en que las caderas de esa garota inmortal llamada Elsa Soares le hicieron perder el rumbo.
Recordé el reportaje que Ernesto Sábato le concedió a la revista argentina El Gráfico, donde reveló su paso por las divisiones inferiores de Estudiantes de la Plata.
Evoqué a Peter Handke escribiendo el borrador de esa dolorosa novela titulada “La soledad del portero ante el penalty”.
Volví a las páginas de ese libro memorable del gordo Oswaldo Soriano que ostenta el título de “Memorias del mister Peregrino Fernández y otros relatos de fútbol”.
La lista empezó a hacerse interminable, pero no puedo dejar pasar la indignación del uruguayo Eduardo Galeano porque “o jogo bonito” se nos convirtió en un mercado de piernas y mucho menos puedo omitir sin remordimientos los versos que Joaquín Sabina le dedicó al Atlético de Madrid o los que su compinche Joan Manuel Serrat compuso para su amado Barcelona.
Insisto: no me interesa averiguar si los hinchas del César Vallejo Fútbol Club del Perú corean, en lugar de estribillos incendiarios, los versos del autor de Los heraldos negros.
Jamás sabré si los jugadores recitan en voz baja sus poemas antes de saltar a la cancha.
De lo que si estoy seguro es de que a la hora de las goleadas en contra todos recuerdan y recordarán por los siglos de los siglos aquello de
“…Hay golpes en la vida/ tan fuertes… ¡yo no sé! / golpes como del odio de Dios” seguido de “ …esos golpes sangrientos son las crepitaciones/ de algún pan que en la puerta del horno se nos quema”.