Ese rigor de quien investiga y acude a las fuentes, de quien coteja relatos y comprende las versiones de la historia como un malentendido, siempre ha acompañado la labor de Susana como narradora.
Quisiera saber, y tal vez ella en algún momento pueda responder, cuándo Susana Henao cambió las pipetas de laboratorio y los reactivos por la literatura. Alguien podría decir que cambió de química, que ante el exceso de realidad que producen los laboratorios experimentales con los cultivos in vitro y con la creación bonsái de microorganismos belicosos y mutables, ella optó por otras composiciones. O quizá la opción fue la de fundir en un solo laboratorio dos formas de agregarle al mundo la poesía de los cuatro elementos.
Por eso no debe extrañarnos que le confesara al incisivo Camilo Alzate en Crónica del Quindío esta declaración de principios alquímicos: “Siempre quiero indagar en los lenguajes diferentes. Tengo un libro inédito sobre una niña que intenta construir un idioma para comunicarse con los vegetales”. Nada que sea sorprendente para nosotros, si tenemos en cuenta que en 2010 publicó el libro Me subo al barco y viajo en él, donde recoge su experiencia personal en torno a los misterios del lenguaje en ese otro misterio silencioso que es el universo señalizado de los sordos.
Expuestos a los enigmas de la fórmula de la proteína, por ejemplo, los químicos de oficio lo apuestan todo al arte de la combinación. Quién quita que de una combinación experimental se derive, digamos, una proteína, cuya función, como todos aquí lo sabemos, es la de servir de catalizadora biológica de las reacciones que se generan a cabo en la célula. Fácil. Para Susana, sobre todo. Por eso prefirió cambiar un tris de bando e inclinó sus aminoácidos hacia el exceso de ficción, es decir, al surgimiento de microorganismos alimentados por las amebas del lenguaje, que se producen en los buenos libros.
Y sobre todo en los buenos libros que ella ha escrito, con el rigor de quien se ha educado en las aulas universitarias y en el mundo privado de su casa, donde igual se habla de Newton, de Hermes, de la enfermedad degenerativa de Stephen Hawking, pero también de la varita mágica de Harry Potter, de la sensualidad de Genoveva Alcocer y del paisaje desolado de la Media Luna en Pedro Páramo.
En su primera novela doblemente premiada Los hijos del agua (Planeta, 1995), Susana desplegó un hondo conocimiento sobre el mundo indígena prehispánico chibcha, con base en un riguroso estudio de los cronistas de Indias y desde unas convicciones éticas y políticas sobre lo que significa, para la historia latinoamericana, potenciar en los mitos ancestrales interpretaciones nuevas, que permitan revaluar la historia, comprender sus metáforas, ahondar en sus nudos silenciosos.
Ese rigor de quien investiga y acude a las fuentes, de quien coteja relatos y comprende las versiones de la historia como un malentendido, siempre ha acompañado la labor de Susana como narradora. Por eso no fue sorpresa para nosotros enterarnos de las diversas pesquisas y viajes que hizo a Tunja, para intentar asimilar el contexto y la sensibilidad mística de la madre Josefa del Castillo, una monja clarisa que le permite a la autora explorar en su libro Crónica satánica (2004), el tema de los ritos urbanos satánicos entre jóvenes.
Un tema que no deja de lado la presencia simbólica del poeta, hoy convertido en leyenda negra, Héctor Escobar Gutiérrez. Vuelve y aparece aquí la mujer alquímica educada en los C12H22O11 (vulgarmente conocida como «azúcar común») y en los NaHCO3 (vulgarmente llamado por los farmaceutas «bicarbonato de sodio»), cuando asegura: “En esa novela yo quería que el narrador fuera Dios, pero me pareció imposible imaginarme cómo hablaba, entonces imaginé a su segundo, que es el Diablo”.
Es claro que para Susana Henao la creación literaria toca lo intangible, lo divino, es decir, lo que se teme y admira, sobre todo cuando esa creación se comprende espejismo o virtualidad en terrenos difusos. De ahí que ella suela pasar con cierta facilidad del campo del ensayo, a los linderos espinosos del cuento, o a las extrañas plantaciones de la novela. Hablamos aquí de una escritora que entiende su oficio en términos de exploración y por eso resulta natural que haya desembocado en la escritura de una breve novela que a mí me conmueve, tanto por la naturaleza del personaje principal, en su voz poética, como por la forma en que ese personaje se relaciona con los miembros de su familia, para crear un puente delgado entre inocencia y baño de realidad.
Se titula Memorias de un niño que no creció, cuya segunda edición se presentó bajo el sello editorial Abril de neón. La primera fue editada en Ecuador, donde esta obra ha sido best seller. En Colombia ha circulado como un rumor y en su condición de producto clandestino, cada nuevo lector mejora su calidad con el asombro.
Si intentara resumir Memorias de un niño que no creció podría aventurarme a decir lo siguiente:
Esteban, un niño que se da cuenta que no crece como los demás y que su edad mental no coincide con su edad física, narra su propia historia de emociones complejas y su relación entrañable con una familia que lo ama y lo comprende. Su vida no está exenta de aventuras y situaciones de riesgo, como eso de atreverse a abandonar su casa para respirar el aire seco de una ciudad sospechosa. A través de su mirada aguda y su honda sensibilidad, llena de preguntas inquietantes y risas de alegría permanente, el lector será invitado a formar parte de un mundo singular, profundo en el modo en que Esteban lo construye y lo siente, heroico en la forma en que afronta lo adverso con risas tan honestas como su manera de amar.
Pero Memorias de un niño que no creció es mucho más que esa sinopsis, como lo descubrirá el lector. Me es difícil hablar de esa obra sin que me sienta usurpador del lugar que cada lector escogerá para enfrentar su contenido. Y no por su complejidad estructural, pues su linealidad y claridad son dos de sus virtudes. Y no por la solidaridad de los personajes, pues toda ella resulta ejemplar. Y no por el drama del personaje principal, pues la crisis está en los otros que sienten la necesidad de protegerlo.
Esteban es un chico inolvidable que tiene la capacidad de crear su propio mundo y de vincularse al mundo de los otros por vía de los afectos, de la dulzura de su mirada expectante, de su sorpresa al saber que nacerá su hermano Nico, ahora que sentirá el temor natural de competir por los afectos. Pero también es la historia de una familia que vive en su cotidianidad riesgos y tensiones, en medio de algunos sucesos inesperados. Es allí donde reclama su lugar la memoria de Esteban y donde él enfrentará la realidad de su crecimiento, la realidad de su estar en el mundo.
¿Puede un niño como Esteban ser un niño con barba? ¿Puede decidir entre ser panadero o salir a la calle para extraviarse por las calles de una ciudad donde encuentra que los niños trabajan en los semáforos? ¿Puede la música, con sus instrumentos de feria, mostrarle a Esteban lo más solidario de un entorno donde los amigos más sinceros te llaman en navidad desde otro país para decirte que te quieren? No puedo seguir enumerando las virtudes de esta novela de Esteban, porque sé que el lector no me lo perdonará.
Susana Henao practica la alquimia de la escritura; sabe mezclar azúcar común y bicarbonato de sodio para alimentar la imaginación de sus lectores. Supo encontrar la poesía en la historia honesta de Esteban y una muestra de ternura en la solidaridad ejemplar de su familia. Cuando pienso en esta historia, me pregunto cómo hizo Susana para dejar de lado su propia realidad de mujer novelista y profesora de humanidades; cómo se desprendió de su complejidad de estudiante de química para dejar hablar, a través de su escritura, a ese niño hombre que enreda Esteban en su barba. Sé que están pensando lo más obvio: porque es una madre y es la madre de Esteban.
Pero esa filiación quizá sea la más difícil de sortear para la artista, pues ello implica tomar distancia, ver a Esteban como si se tratara de un niño que pertenece a otra familia vecina. Lo de ser madre es, sin duda, una virtud para narrar las memorias de Esteban.
Pero hay algo más, en esto de construir la voz de Esteban y lo diré con esta palabras: porque Susana es una escritora arriesgada; porque ella piensa el mundo en la musicalidad de las palabras, en el ritmo que ellas imponen, en los implícitos que ellas siembran en una memoria compartida. Porque, además, ella no piensa en ella sino en sus personajes; porque cada mañana, antes de empezar a escribir y recordar con nostalgia el día que decidió que lo suyo no sería el oficio de la química, levanta sus ojos y lee una sentencia de Horacio Quiroga que ilumina sus sospechas: “Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos pueden o no les importa ver”.
Quiroga no sabrá jamás que el punto ocho de su decálogo lo lee cada cierto tiempo, como mandamiento, una madre de familia, mientras Esteban, en algún lugar de la casa, le pide a su padre Jaime dinero para comprar dulces y a su hermano Nico tiempo para jugar. He aquí una memoria que nos hace crecer.
Yo conozco a la escritora Susana Henao y puedo decir que ella es la mejor escritora y la mejor persona del mes no para mí llevo muchos años tratando de comunicarme con ella pero no me a Sido posible le mando mis respetos y un fuerte abrazo gracias a quien escribió este articulo
Perdón mi comentario quedó mal escrito solo quiero decir que Susana es la mejor persona que conozco y que la quiero mucho ella fue mi jefa trabaje con ella!
Gracias a ti por comunicarte 🙂