Cuando los políticos hablan de “Los grandes intereses de la patria” se refieren en realidad a sus intereses más mezquinos.
Título:Discursos sobre la primera década de Tito Livio.
Autor:Nicolás Maquiavelo
Editorial: Losada.
Colección: Biblioteca de Obras Maestras del Pensamiento.
Año: 2004
Pág. 455
En un intento por comprender la delirante realidad colombiana me di a la lectura del libro Discursos sobre la primera década de Tito Livio, de Nicolás Maquiavelo, una obra injustamente opacada por el prestigio de El príncipe.
En ella, el autor florentino despliega todo su conocimiento de los entresijos del poder para mostrarnos la trama de violencia, intrigas y corrupción que lo rodean.
Pero decir que el libro nos muestra la corriente subterránea de aguas nauseabundas por las que transitan los poderosos sería una redundancia inútil, pues a menudo olvidamos un detalle: contra el deseo enunciado por Platón en La República, la política está hecha menos de grandes ideales que de pasiones y apetitos rastreros.
Por eso, como lo da a entender Maquiavelo en el capítulo XXXIX:
“En pueblos distintos a menudo se observan las mismas circunstancias”. Acto seguido nos dice que: “Y, quien examine las cosas presentes y las antiguas, verá fácilmente que, en todas las ciudades y en todos los pueblos, aparecen los mismos deseos y los mismos humores, y que ellos existieron siempre”.
Revisar el pasado nos da así algunas claves para afrontar el presente. Y es aquí donde uno encuentra elementos para descifrar pasajes enteros de la actual encrucijada nacional: uno de los grandes impedimentos para encontrar la paz ha estado en el fracaso de los intentos de reforma agraria, al punto de que los expertos extranjeros siempre se asombren de encontrar un país anclado en un conflicto que otros resolvieron hace siglos: el de la propiedad de la tierra.
A propósito, en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, capítulo XXXVII se advierte:
“Qué escándalos provocó en Roma la ley agraria, y cómo hacer una ley en una república que sea retroactiva y esté contra una costumbre antigua de la ciudad, provocando desórdenes”.
Si señores: una ley agraria. La misma que hoy está en discusión en Colombia como condición para llevar a buen término los acuerdos firmados con las Farc- Ep. Ese es el punto clave de la violencia guerrillera en nuestro país y por eso desde un comienzo sus opositores exigieron revisarlo, como una de las claves para facilitar la consolidación de los acuerdos.
Maquiavelo lo expresa con precisión:
“Esta ley tenía dos puntos principales: por uno se disponía que ningún ciudadano podía poseer más que una cantidad de yugadas de tierras y, por el otro, que los campos quitados a los enemigos se dividieran entre el pueblo romano. Entonces, venía a atacar de dos modos a los nobles porque, quienes poseían más bienes de los permitidos por la ley-de hecho, la mayor parte de los nobles-serían despojados de ellos. Y, al repartirse entre la plebe los bienes de los enemigos, se quitaba a los nobles la posibilidad de enriquecerse”.
¿Les suena conocido? Bueno, cualquier parecido no es mera coincidencia. Y es aquí donde en Colombia las cosas cambian de color pues, según algunos estimativos modestos, al menos la tercera parte de los latifundios existentes en el territorio colombiano tienen origen criminal.
Ya se trate de las guerras de independencia en el siglo XIX, de la violencia liberal conservadora o de acciones de los paramilitares, las guerrillas o el narcotráfico, la gran propiedad ha sido el resultado de alguna forma de despojo.
Si damos un gran salto en el tiempo, comprendemos parte de nuestra tragedia nacional, expresada, según algunos, en una forma extrema de esquizofrenia colectiva: medio país, es decir, los habitantes de las ciudades, está anclado en el siglo XXI, con sus prodigios tecnológicos y su acceso al consumo desenfrenado.
No por casualidad la gran metáfora de su vida son los centros comerciales.
La otra mitad, en cambio, padece turbulencias propias de hace 2000 años, centradas en pugnas por la tierra y por eso su gran símbolo son los machetes, las motosierras y la sangre derramada.
¿Puede alguien imaginarse una tragedia peor? Esos dos países van por el mundo a la enemiga, a despecho de que deben habitar el mismo territorio.
A menudo hacemos caso omiso de un pequeño detalle: cuando los políticos hablan de “Los grandes intereses de la patria” se refieren en realidad a sus intereses más mezquinos y a los de los grupos de poder que representan.
Por eso, si se animan, los invito a revisitar a Maquiavelo, ahora que navegamos en mares de confusión.