Cuarentena en México: la ansiedad que dejan las pérdidas

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Por, Carlos Ernesto Martínez

19 de julio del 2020.- Estar encerrado me ha hecho tener momentos de introspección. Y ansiedad, mucha ansiedad. Sin embargo, no he perdido contacto con el mundo exterior, en gran medida a causa de mis 281 contactos en Facebook. Que vamos, tampoco es que sean tantos y que esté pendiente de sus vidas; me basta con lo que publican-comparten y que aparece en mi muro.

Pero hoy me di cuenta de que me estaba perdiendo de una parte y ese ha sido uno de los cambios que ha traído la pandemia. No sé si alguno de ellos ha perdido su empleo o alguna fuente de ingreso que representara el sustento de su familia. Salvo un contacto muy específico que tenía a gente empleada, del gremio de bares, los demás parecieran ser personas a las que el Sars-CoV-2 les ha (nos ha) quitado una vida social y que, en mi caso, tampoco representa una gran pérdida.

Sin embargo, cansado de la introspección y rascarle el lomo esporádicamente a alguno de mis seis gatos, salí al balcón. La verdad es que es un espacio de mi casa bastante desaprovechado y creo que en parte se debe a que tengo una cámara de seguridad del cuartel militar a contra esquina. Solo digamos que a veces puede ser algo incómodo cuando tus vecinos son los soldados.

Al estar en el balcón, volteé hacia la izquierda y miré a un carrito de hotdogs. Hasta ahí todo normal, cada colonia tiene a su hotdoguero de confianza. El detalle es que era domingo a la una de la tarde. Y creo que toda persona, que sea de comer en la calle y reconozca las dinámicas de la gastronomía callejera (no confundir con cocina urbana, que es una evolución de muchos tipos de comida como la rápida, ofreciendo alimentos gourmet con ingredientes locales y artesanales a un precio de media quincena) sabe que los carritos comienzan a instalarse a partir de las cinco en horario de invierno y seis en verano.

Imagen tomada del facebook de Hot Perritos, un puesto de dogos de Tijuana, México.

Pero ahí estaba él, dorando sus cebollitas, friendo en su propia grasa las salchichas envueltas en tocino y yo solo me podía preguntar, y volví a ponerme introspectivo, que para mí la pandemia había sido un golpe -hasta el momento- superficial, pero para él, con su delantal y su bote de gel antibacterial, ya le había sido quitada su familia.

El señor se fue a las once de la noche, poco más poco menos. Una jornada de casi diez horas para tratar de ganar los pesos que antes generaba en quizás media jornada. Y digo tratar porque seguramente, como a restauranteros, bares y otros espacios, de eso se trata, de intentar.

Y es que creo que en parte el asunto está en adoptar métodos que le permitan a uno sobrevivir. Por ejemplo, en mi colonia, que digamos, es “popular”, aunque muy cerca de la zona centro de Tijuana y vecino de La Cacho, una colonia clase media-media alta, pasa con bastante frecuencia el “Panadero con pan” o el “Se compra fierro viejo o refrigeradores que ya no le sirvan”; en estos días también pasa “la troca con la fruta” y, traído desde mi infancia, la panel que vende conos de nieve. La voz que anuncia los tres primeros es la voz más estridente, desafinada y molesta; varias veces me he dejado la quincena comprando lo más posible o, en su defecto, dando todos los fierros de mi casa, para que terminen su jornada más rápido y se vayan. Pero pasan a diario y desde temprano.

¿Qué pasará en zonas más privilegiadas? Sé que familias con dinero, o no tanto (porque esos viven pasando la frontera, es decir en San Diego, California), dueños de pequeñas y medianas empresas, viven en las cercanías del Hipódromo, y que ésto da cierto estatus pero que al final, como a todos, la pandemia los ha golpeado y ha puesto en desbalance el modo de vida al que estaban acostumbrados.

Muy probablemente también pase “El Panadero con el pan artesanal hecho con masa madre” y relatado en la voz de César Évora. O el “Se compran productos electrónicos que no utilice” narrado por Enrique Rocha.

Y es que claro, desde mi balcón puedo sentirme triste y tensionado, pero comparado con lo que pudiera sentir el hotdoguero, estoy en la gloria. Aunque si comparo lo que siento y mis recursos con alguien del Hipódromo, vamos, que todos tachariamos de “llorón” al socialmente rico.

Pero quizás a veces olvidamos eso, que todas las tristezas, estrés y melancolías son legítimas. Que para alguien que ha crecido toda su vida haciendo un viaje cada año a Bacalar, no hacerlo en un año, es un duro golpe porque ha cambiado toda su vida. Para mí, irme al menos una vez por semana a la terraza del Wendlant y tomar una Foca Parlante era mi mejor recompensa; y ya no está. Para el señor de los hotdogs, quizás era ver los partidos de fútbol de por la tarde, probablemente le va al Cruz Azul y hoy no pudo verlo campeón.

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Desde afuera, comparando los problemas de los “ricos” con los de los “pobres” pareciera algo que ni debería de hacerse, porque jamás serán los mismos problemas. Pero eso no quita que pudieran sentirse de la misma manera. Porque creo que todos, hasta el momento, hemos perdido algo que se podría sentir como una gran tristeza. Todos hemos pasado por una situación que nos ha causado gran ansiedad y que nos hace pensar: cuándo acabará todo esto.

Por lo pronto, seguiré tomando mi agua de cebada y escuchando a Azúcar Moreno: “Si no quieres aguantar. Y te quieres liberar. Una frase te diré: Solo se vive una vez”

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