Pero, a diferencia de la tradición gótica del género, donde todo es oscuro y crepuscular, Dan Archer le abre un espacio a la esperanza. A la siempre latente opción de buscar caminos distintos a los de la fatalidad que nos cobija como las alas de un cuervo enorme.
En el Apocalipsis de san Juan se utiliza la expresión “Mar eterno” para referirse a las múltiples formas del poder: políticas, económicas, sociales, culturales.
En resumen, todo aquello capaz de corromper incluso la sal de la tierra.
“Y surgirá del mar eterno y lanzará al hombre contra su hermano”, advierte el evangelista.
Con motivo de la XIX edición del evento internacional Comic sin Fronteras, que se realiza cada año en Pereira entre los meses de septiembre y noviembre, llegó a la ciudad el periodista británico Dan Archer, con el propósito de mostrar su trabajo, aparte de orientar algunas charlas y talleres.
Lo singular de su propuesta reside en que utiliza los elementos estéticos y narrativos del cómic para construir reportajes en los que señala las miserias del poder en distintos lugares del planeta.
La explotación laboral de niños en Bangladesh, la estela de miseria y violencia dejada por la United Fruit Company en Centroamérica, las guerras en Colombia y los golpes militares que marcaron la historia de América Latina después de la segunda guerra mundial se despliegan en la sucesión de viñetas creadas por Archer para dar cuenta de mundos signados por las muchas formas del mal.
Es decir, los eternos y siempre cambiantes rostros del poder.
Es un tipo joven y cálido este Archer. Está lejos del estereotipo del inglés frío y distante.
Debe ser por eso que una de sus palabras favoritas es empatía. De hecho, la dirección de su página web es www.empatheticmedia.com/
Hace muchos años le aprendí a un amigo muy querido llamado Carlos Vallejo que, a despecho de corsés etimológicos, la palabra compartir quiere decir “partir con el compa”.
En un mundo signado por un egoísmo autista y un desprecio creciente hacia el valor de la existencia ajena, la frase de Vallejo es en sí misma una declaración de principios.
Con otros nombres, esa declaración de principios es lo que uno siente alentar en las historias de Dan Archer.
Para muestra, en una de sus viñetas se ve a una pareja de campesinos colombianos contemplando uno de esos enormes murales con fotografías de personas desaparecidas que se volvieron rutina en nuestro país.
De inmediato recordé un mural que vi hace cinco años en la Casa de la Cultura de Sonsón, un municipio del oriente de Antioquia arrasado por los bárbaros atraídos por sus enormes riquezas, expresadas en agua y tierras.
Paramilitares de Rionegro, de Cordoba y Urabá, del Magdalena Medio, guerrilleros de las Farc, disidencias del Epl, frentes del Eln y fuerzas del Estado se dieron cita allí para convertir en pesadilla la vida de miles de campesinos acostumbrados a levantarse a las tres de la mañana para dar inicio a faenas que sólo terminan cuando el sol ya cae a las espaldas.
Trabajar de sol a sol, llaman en esas tierras a esa forma de estar en el mundo.
Pues bien, en el encabezamiento de la mencionada viñeta podemos leer: “Crucially, they do not distinguish between victim and victimizer. Focusing instead instead on the purely human cost of the conflicto”.
Enfocarnos en el costo puramente humano del conflicto nos ayuda a comprender y, por lo tanto, a solidarizarnos, a hacer nuestro el drama ajeno. A recuperar el profundo e inalienable sentido de la palabra prójimo: el que camina a nuestro lado y comparte la impagable aventura del paso por la tierra.
Así los lo ve Dan Archer.
A los niños esclavizados en distintos países de Asia, donde elaboran productos manufacturados para Nike y Adidas, dos corporaciones que escamotean esas dosis de sangre, sudor y lágrimas cuando exhiben su glamorosa publicidad en todas las pantallas del planeta.
A Salvador Allende y a todos los demócratas derrocados y asesinados por no plegarse a los mandatos del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, citados con nombre propio por el artista periodista con una honestidad que ya desearía para sí tanto activista políticamente correcto por ahí suelto.
A los campesinos de Centroamérica, despojados de sus parcelas por la voracidad de las corporaciones fundadoras de ese engendro llamado Banana Republics.
Y, en fin, a las víctimas de las recientes guerras colombianas, amenazadas de nuevo por quienes han hecho de la violencia el más lucrativo de los negocios, tanto en lo político como en lo económico.
Sin maniqueísmos y asignando a cada historia su peso específico en la balanza del mundo, este periodista devenido escritor de cómics desvela en cada viñeta una estampa de la infinita capacidad humana para el mal.
Pero, a diferencia de la tradición gótica del género, donde todo es oscuro y crepuscular, Dan Archer le abre un espacio a la esperanza. A la siempre latente opción de buscar caminos distintos a los de la fatalidad que nos cobija como las alas de un cuervo enorme.
En su trabajo alienta siempre el saludable guiño de la risa reparadora: de esa clase de empatía imprescindible para asomarnos a la parte buena de lo humano.
Esa que empieza a revelarse cuando se descorren los rostros del mal.