Para César Valencia, crítico de mirada lúcida, quien me enseñó que lo bello habita en lo simple y el rigor en la claridad.
Por: Cristian Cárdenas Berrío
Todo crítico, en su coto de caza, posee cierto tufillo de héroe y, como nadie ignora, nada más conmovedor para nuestra especie que el heroísmo, siempre que sea ajeno. Y es que cualquier ejercicio de la crítica –en los tiempos que corren– limita al sur con la valentía y al norte con la insensatez; por debajo le atacan quienes sin entender consideran su opinión artículo de fe; por encima le agreden quienes entendiendo sienten vacilar su posición arduamente lagarteada.
Por otro lado, no es difícil notar que casi cualquier ciudadano da por obvia la necesidad del pensamiento crítico en una sociedad medianamente democrática, pero casi nadie está dispuesto a ejercerlo con rigor, mesura y claridad.
En el caso de la literatura, se tienen además folklóricas creencias. Así, por ejemplo, en la actualidad pocos ponen en duda que el músico deba estudiar en un conservatorio, que el pintor deba asistir durante largos años a una facultad de artes plásticas, que el actor deba velar sus armas en una escuela de arte dramático.
Sin embargo, el escritor pareciera que nace adulto, que su talento no obedece a la paciente disciplina de la escritura diaria y al aprendizaje de la técnica, así como a varios años de estudio de la historia y las teorías literarias, sino que es un ser iluminado por la divinidad, una especie de profeta de la tribu que no ha recibido de nadie los arcanos de su arte. Adán en el paraíso de las letras nacionales, quien se siente movido por la musa, se lanza a fundar –ahora sí– la literatura del país que le correspondió en suerte.
A lo anterior también aporta la crítica. Confundidos muchos entre la defenestración y el amiguismo, entre la gloria de la contra-carátula o los laureles de la indexación, creen que criticar y opinar son la misma cosa.
Por tanto, al tiempo que a los críticos de cine, pintura, teatro, etc., les exigen un conocimiento de la técnica, sintaxis, historia y canon propios de cada arte, piensan que la crítica literaria se dirime en el parecer personal.
Ya escucho los reclamos sobre lo que he dicho. Los primeros esgrimirán ejemplos de pintores, músicos y actores que jamás pisaron una escuela de ninguna clase; a estos les diré que, claro, ejemplos hay de sobra, pero como los matemáticos saben, un ejemplo es una muestra, pero no demuestra nada.
Los segundos entornarán los ojos reclamando el sagrado derecho que tienen a su opinión y tendré que responder que, de seguro, tienen derecho a la propia opinión, a lo que no tienen derecho es a los propios hechos.
Cuando hablo de la crítica como parecer personal, lo hago con conocimiento de causa, como alegan los juristas. Días atrás triné un cuento de un divulgador palmirano que los escribe muy buenos; al rato me encuentro con que un economista, con postgrado en finanzas, ha usado mi trino –con foto, vínculo, cuento y todo– como muestra fehaciente de que “uno puede escribir como quiera”. Esa opinión es válida.
No obstante, en vista de que se usó mi trino y desde mi cuenta, donde queda claro que me dedico a la literatura, esperé en vano el desarrollo de dicha opinión, el financista no “hiló” nada más; ni como se usa en Twitter, ni como lo requiere la teoría de la argumentación, ni como lo reclamaba mi criterio herido.
Ignoro qué piense el lector, pero en mi vida se me ocurriría criticar la ecuación que alguien con maestría en economía ha usado para balancear el PIB, y no lo haría por la sencilla razón de que sobre ese tema lo ignoro todo; podría sí opinar, como mucha gente lo hace en este país de la “urna virtual”, pero jamás criticar.
Espoleado por este panorama, así como por la petición de un querido amigo, me puse a recorrer manuales, historias, conceptos y definiciones de crítica literaria. Mi sorpresa fue mayúscula al encontrar que había pocos textos sobre el asunto que fueran claros y accesibles; leyendo a algunos teóricos –cuyos nombres callaré– me sentí como asistiendo a una suerte de ritual de iniciación de una iglesia nueva.
Queriendo alejarme de aquellas acartonadas definiciones y huyendo de la tentación de terminar haciendo algo análogo, zigzagueé –entre las posibilidades– del catálogo y el decálogo, al final pudo más el Moisés vergonzante que todo profesor lleva dentro y me decidí por el último.
Como ni mi conocimiento ni mi ego daban para abordar tamaña tarea en soledad, decidí pedir ayuda a grandes críticos y en ocasiones pequeños criticones.
Sin más preámbulo crítico –estos párrafos ya fueron excesivos como introducción– este decálogo imperfecto es para todo aquel que quiera ejercer la crítica literaria, no sin antes advertir, como decía Roberto Burgos Cantor, que al boxeador se le cuenta hasta diez para su derrota o para su salvación.
1-“La característica de la buena crítica es que son más los libros que abre que los que cierra”. George Steiner.
2-“El crítico no es el cazador de la inepcia y la ñoñería”. Hernando Valencia Goelkel.
3-Al abordar la obra de un autor el crítico debe tener “en cuenta no sólo el escalonamiento de los pozos en que bebió, sino también los espejismos hacia los que caminó tantas veces”. Julien Gracq.
4-“La labor del crítico es comprender, comprenderlo todo, iluminar […] La crítica literaria es una obra de arte”. Baldomero Sanín Cano.
5-“La crítica es ser condicionado. La poesía es ser condicionante. Son simultáneas, pues solo teóricamente la poesía es anterior a la crítica”. Alfonso Reyes.
6-“El objeto de un verdadero crítico debería ser descubrir qué problema se ha propuesto el autor (a sabiendas o sin saberlo) y buscar si lo ha resuelto o no”. Paul Valery.
7-“La crítica es una creación dentro de otra creación”. Oscar Wilde.
8-¡Críticos: “condenad el odio, el amiguismo y la indiferencia, esas tres lacras de la crítica actual!”. Joaquín Machado de Assis.
9-“La crítica consiste en alimentar la epifanía”. Un profesor de colegio en un bar.
10-No confíes en decálogos que solo traen diez mandatos, por definición son falsos.
Continuará en otra próxima entrega>>>