Este proyecto ha compilado uno a uno alrededor de 8.000 definiciones y 4.500 ejemplos de cada una de las regiones lingüísticas de Colombia, reflejando la idiosincrasia y las particularidades en el habla y la vida cotidiana de los pueblos.
Desde el colegio nos enseñaron que la identidad es ese entramado de rasgos propios de un individuo o comunidad, aquello que los hace diferentes. Pero la cosa se tornó compleja cuando nos hablaron de la identidad latinoamericana ¿Qué cosas nos identifican de cara al mundo si la mayoría de los aspectos que definen nuestra cultura fueron traídos desde otro continente?
Entonces aprendimos que a pesar de esto, los ancestros crearon unos rasgos identitarios propios, los cuales de hecho nos ayudan a diferenciarnos también entre regiones. Aspectos como la gastronomía, la vestimenta, los rituales, la música, entre otros forman parte de ese entramado. De esta forma, en el proceso de descubrir nuestra identidad encontramos que también podemos hacerlo a partir de la palabra.
Pero ¿Cómo construir una identidad con las palabras usando un idioma ajeno? Siendo el español una lengua impuesta en algún momento de nuestra historia, cada comunidad con los años se fue apropiando de ella. Aprendimos a usarla para escribir cartas, contar recuerdos, crear cuentos, soñar, insultar, amar…
Fue gracias al movimiento natural de las costumbres, los viajeros y la curiosidad de los hablantes que el español de Colombia y de Latinoamérica se ha ido alimentando de otras lenguas que llevan consigo sus propios sonidos, formas y construcciones, influyendo fuertemente en la estructura del idioma según las necesidades de quienes lo utilizamos todos los días.
Tenemos el hermoso ejemplo de las lenguas amerindias que aparecen en el español cuando decimos cacao, chocolate, tomate o papa. Pero los términos heredados de pueblos indígenas que más usamos en Colombia son los quechuismos, que están presentes cuando decimos cancha, chócolo, chontaduro, carpa, minga… En fin, la lista es más larga de lo que imaginamos.
Con todas estas transformaciones lingüísticas, préstamos y adaptaciones fue tomando forma el español de Colombia, cuya gran diversidad ha sido rescatada por muchos investigadores de la lengua, entre ellos don Rufino José Cuervo, filólogo y lexicógrafo colombiano que entre otras cosas dedicó su vida a escribir sobre un curioso fenómeno de la lengua: los dialectos, como en su hermoso libro ‘Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano’.
Don Rufino es uno de los personajes que inspiró la creación del Instituto Caro y Cuervo, entidad gracias a la cual ha visto la luz el Diccionario de colombianismos. Lanzado hace pocos meses en la Feria del Libro de Bogotá, esta obra continúa un arduo proceso de investigación que ya se venía desarrollando en proyectos anteriores como el Diccionario de americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua Española, el Nuevo diccionario de colombianismos y el Breve diccionario de colombianismos.
Este nuevo proyecto ha compilado uno a uno alrededor de 8.000 definiciones y 4.500 ejemplos de cada una de las regiones lingüísticas de Colombia, reflejando la idiosincrasia y las particularidades en el habla y la vida cotidiana de los pueblos. El Diccionario de colombianismos es sin duda un recorrido por las esferas de la cultura colombiana registrando sabores, sonidos, oficios, refranes, dichos, entre muchos otros elementos.
Es fascinante el compromiso con el que asume la tarea de reunir las palabras con las que nos expresamos día a día en todas las regiones del país, reflejando nuestra riqueza lingüística. Por ello en cada página hay por lo menos una palabra que nos hace recordar algo o alguien, como cuando escuchamos a mamá decir ‘Sirirí’ para referirse a algo que se repite con tanta insistencia que molesta y fastidia. O cuando la vecina dice ‘Hijuemil’ para expresar una gran cantidad de algo.
Y si seguimos ojeando encontraremos palabras tan cotidianas como ‘agáchese’ (sustantivo para nombrar un puesto de venta informal o conjunto de puestos donde los artículos se ofrecen en el piso); ‘camello’ para hablar de una tarea dura y poco o nada agradable. O incluso aquellas palabras con una sonoridad tan bella que nos invitan a materializarlas en acciones, haciéndonos entender por qué nos dan ganas de bailar cuando escuchamos ‘Merecumbé’ (baile que mezcla el merengue y la cumbia) o por qué queremos abrazar cuando escuchamos ‘Apapachar’ (consentir, mimar a una persona o a un animal).
Podríamos pensar que diccionarios de la lengua española hay muchos, nada más con los que se hacen en España tenemos para aprender sobre el idioma que nos trajeron junto con su religión, costumbres, enfermedades y prejuicios. Pero conocer de qué manera el idioma se adapta, crece y se transforma para responder a las necesidades comunicativas de quienes lo usamos en esta parte del mundo, es una labor extraordinaria abordada por unos cuantos aventureros que se embarcaron en un proyecto al que todavía no se le conocen las fronteras.
Allí es donde el Diccionario de colombianismos cobra su magia, porque nos muestra de cerca a los colombianos que nos apropiamos tanto de una lengua y le imprimimos tanto sabor, que la convertimos en un tesoro digno de ser estudiado y valorado. La volvimos parte de nuestra identidad.
De esta manera nos vamos dando cuenta de que esto es lo que somos: la lengua que habitamos y nos habita, la que usamos para halagar y rechazar, para construir y destruir, para enseñar y aprender. Somos la lengua que nos inventamos para nombrar algo que parece innombrable. Somos el país que contamos con nuestras propias palabras.