Mi padre te manda a decir que debes cuidar de los seres más desprotegidos y maltratados por el hombre: los animales
La llegada al Santuario
El hombre siempre ha soñado con volver a los orígenes, es decir, al Edén o al paraíso, o a esos lugares de la tierra donde la vida silvestre y animal era el estado natural de las cosas. Para sorpresa, ese lugar existe en Pereira y se llama “Santuario Doña Esneda”. Un espacio tan mágico como maravilloso al que se puede acceder por tres rutas: desde el Cedralito Alto (vereda La Bananera); por la estación final de Transportes La Florida y obviamente partiendo desde Pereira.
Llegar a pie por la vía Cedralito Alto es imposible porque se encuentran construyendo las huellas (carretera) cerca a una conocida cantera de la vereda que ya tiene un contrato de concesión para su explotación. Por esta razón es que la moto o el Jeep son la mejor opción para ingresar por este lugar.
Otra ruta es llegar hasta la última estación de transportes La Florida y de ahí hacer un transbordo a un Jeep para dar la vuelta por el río San Juan de Santa Rosa de Cabal y así llegar.
Y la tercera forma es desde Pereira tomando un bus o una chiva a un costado de la Plaza Cívica Ciudad Victoria. Luego hay que bajarse en el lugar que señala la entrada al Santuario de Doña Esneda: el restaurante Río y Carbón.
Desde ahí, donde también existe un puente como señal, hay que entrar a la izquierda en dirección a La Florida y caminar por lo menos 45 minutos hacia adentro.
En esa entrada me encontré con William Jiménez, el hijo de Doña Esneda, con quien había acordado para lograr llegar hasta el Santuario. Allí estaba él, sentado, con un cigarrillo en la boca, vestido con botas y traje militar, y con una perrita pequeña como acompañante.
Me saludó preguntando el por qué no había venido en moto, pero le respondí que no, que viajar a pie me ayuda a disfrutar más el paisaje.
El hijo del Santuario
Empezamos el recorrido y observé que el paisaje a orilla del río solo se divisaban algunas fincas. También escuché la corriente del agua y los sonidos de la fauna, sobre todo aves, que son propias de ese sector.
Aunque en el paisaje no pasa desapercibido los cultivos de cebolla, plátanos y algunos frutales que por mucho tiempo han sido el ingreso económico de los habitantes de las veredas circundantes. Cultivos de cebolla como paisaje deslumbrante, cuyo sol se alza sobre las plantaciones y deja ver el resalte del color verde sobre las pintorescas fincas, además de la cantidad de mosquitos que vuelan sobre las láminas finas de las hojas.
Al caminar con William, la conversación parece un derroche de cumplidos. El mero hecho de esperarme con una perrita, demuestra que él, al igual que su madre, también tiene gran afecto por otros animales. Además de hablarle, acariciarle y explicarle a voces por dónde debe y no debe meterse.
En la vida hay que luchar, contrapuntear y sobrevivir. Comenta William mientras camina mueve la pala que carga en el hombro.
Y con esa frase se refiere a las condiciones en las que se encuentra la finca de su señora madre y las penurias de cuidar (a voluntad) los animales, y del valor de la vida que aprendió cuando estuvo en el ejército. Ahí es donde caigo en cuenta del por qué viene vestido así al recibirme.
Continúa diciéndome que en dos años, el número de animales en el Santuario ha aumentado de trescientos a cuatrocientos y que, una de las personas que más les ayudaba a conseguir recursos era John Alex López, un sobrino de Doña Esneda que ahora, ya no está con ella.
Aún no conozco a Doña Esneda, pero por el carácter de su hijo ya me hago una idea de quien puede ser. En varios minutos de caminata, William se encuentra con algunos habitantes de la zona que por los saludos tan peculiares, dan a entender que todos tienen tareas pendientes con él.
Al avanza los saludos se hacen más frecuentes.
¿Qué más William?. ¡Oiga, venga le comento! O… ¡Le tengo un negocio!
En una de las paradas para descansar me explica que algunos vecinos sobreviven distribuyendo leche, transportando cebolla o frutales al centro de mercado, ya que no es suficiente con la producción de la tierra. También dice que los transportistas de Jeeps, son muy vivos porque cobran tres veces más el pasaje normal.
Casi llegado al lugar, afirma que siempre sale a hacer ejercicio y a trotar con la perra que le acompaña. Resalta las cualidades de su acompañante, que en sus palabras es una muy buena guía y además resistente.
Por fin llegamos a el Santuario. William inmediatamente coge una guadua para bajar un racimo de plátanos y guardarlo un poco más arriba, en una caseta aledaña a la finca.
Observo que hay un sendero de guadua, matas de plátano y café, instalada en los laterales a modo de decoración y me reciben varias perros, entre ellos, uno que no dejaba de saludarme con las patas delanteras, como insinuando que lo acariciara.
El agua o la lluvia también nos recibe. Aceleramos el paso, y ayudo a William con la pala para que él pueda transportar otro racimo de plátanos al hombro hasta la misma caseta.
Veo galpones con gallos, gallinas, palomas y muchos perros ladrando. Eso es lo que se percibe al llegar al Santuario de Doña Esneda que parece, literalmente, un arca de Noé.
Doña Esneda
Al ingresar a la vivienda, espero en la cocina. Se oye ruido natural de animales y el olor a finca es característico. Ahí sentado y expectante y como de la nada, aparece Doña Esneda Osorio Quintero con ese semblante tan encantador. Percibo una especie de felicidad al verme. Se hace entonces un silencio momentáneo muy especial donde todo cobra importancia. Hasta la manera en como Doña Esneda toma la cuchara para preparar el almuerzo que a esa hora cocina.
Esneda Osorio Quintero nació en el Pital de Combia, una vereda ubicada al noroccidente del casco urbano de la ciudad de Pereira. Tuvo cuatro hijos de los cuales uno falleció. En su trayecto de vida, lleva casi 30 años recogiendo animales de la calle para darles atención y cuidado.
Al referirse a ellos, a los animales, los trata como seres con dignidad, porque para ella no son sujetos diferentes a los humanos, sino muchas veces, según dice, mejores en muchos sentidos.
Sus palabras suenan sinceras, aunque (después lo supe) sea radical, de carácter fuerte, un poco cascarrabias, pero en contraste, atenta, tierna y sensible.
Desde niña oescuchaba las personas y sabía inmediatamente si eran buenas o malas. ¿Por qué?, no lo sé. Fueron muchas situaciones, muchas historias que viví de pequeña. Pero le voy a contar una en especial que me ayudó a enfocarme en ayudar a los animales.
Mientras espero se hace una trenza frente al espejo. De espaldas al reflejo de su imagen pregunta:
¿Bueno, ¿cómo vamos a hacer?
Es decir, cómo vamos a empezar esta entrevista. Entiendo.
Y así supe que esta mujer lleva mucho tiempo adoptando animales, rescatándolos para ponerlos a salvo en albergues. Me cuenta que cuando adoptó la primera perra que recogió de la calle, la llamó: “Marquesa”. Luego llegó otra a la que apodó “La niña Katy”. Una French Poodle que alcanzó a cumplir 19 años en edad canina. Bastante para un perro. Pienso. Afirma que murió de un tumor ahí mismo en su Santuario.
Entre otras cosas, al recordarla a esta última, no deja de pensar en el día que un extraño ensayaba un revolver propinándole un tiro en una pata.
Fueron unos hijuemadres, uno de ellos al menos ya pagó, lo mataron. Faltan los otros dos. Dice Doña Esneda con cierto dolor.
Y en esta expresión no parece soberbia, sino que parece demostrar con ello que la vida de un animal está por encima de la de un ser humano.
Relata que a la Niña Katy le encantaban las crispetas ypues tenía un olfato agudo, y una vez reventaba el maíz dentro de la olla, ahí estaba ella mostrándose irresistible al olor. Ladraba desde la cama porque le tenía miedo a saltar desde el colchón hasta el piso.
Esta perrita acompañó a la familia hasta hace un año, de ocho que estuvo en la finca Santuario Doña Esneda, ya que que murió por un tumor que la hizo padecer varios años.
Lo que pasa es que yo no le cuento esto a todo el mundo. Dice con cierta desconfianza.
Galería completa del Santuario Doña Esneda
Y en esta actitud parece palpar el suelo sobre el que camina, dispuesta a seguir contándome sobre los animales.
Entre otras cosas confiesa que de pequeña solía ver y sentir cosas que nunca contó a nadie y que se reservaba porque consideraba que las personas eran antipáticas con esos temas.
Por mí no hay ningún problema que crean o no. Lo que me interesa es lo que le estoy contando y que usted me crea.
Y procede.
Un día en casa, al levantarme y abrir los ojos, vi una luz que resplandecía y pensé, ‘me cogió el día’. Mi cuarto en ese entonces tenía un baño para mí solita porque me lo habían donado. Era maravilloso y lujoso para mí. Entonces caminé hasta el baño tranquilamente. Y al regresar al cuarto estaba todo otra vez oscuro. ‘¿Qué pasó acá?’, dije yo, ‘Ay, Dios mío’.
Sin pensarlo mucho, me acosté de nuevo en la orilla (esquina de su cama) pero sentía el cuerpo muy pesado, no me podía mover.
Habla y a la par toma la cuchara para revolver ligeramente el caldo de pescado que piensa servir como almuerzo para todos.
Aunque este agasajo es inmerecido. Previamente me había dicho que a veces junto a su hijo pasan una semana solo comiendo plátano y agua, porque su prioridad es la de sus animalitos.
He pedido ayuda en la Alcaldía de Pereira, la Gobernación de Risaralda, la sociedad protectora de animales, la CARDER (Corporación Autónoma Regional de Risaralda) y no he tenido mucha respuesta.
Aduce que en la Gobernación le prometieron ir a su casa, pero nunca llegaron. A veces el mantenimiento de sus 45 perros se ve comprometido por las deudas, porque regularmente consumen un bulto de concentrado entre todos.
Afirma que tiene ángeles en la tierra que la han ayudado mucho más que las instituciones. Personas que comparten el mismo sentir de alimentar y cuidar los casi cuatrocientos animales entre palomas, gallos, conejos, perros y gatos que tiene.
Alargando las frases y a veces acentuándolas, me invita a comer caldo de pescado y arroz con tómate.
Doña Esneda sirve la comida con tesón y un gallo canta estridentemente como si fuera música de fondo. Ella asegura que ese que suena es un gallo particular, porque tiene el pescuezo torcido como consecuencia de una pelea donde casi lo matan.
Ese peleando con otro le voltearon el pescuezo.
Dice para que forzosamente intente hacerme una imagen gráfica de los hechos.
No me gusta consumir alimentos que tengan químicos o ese tal Glifosato. Es más, aquí en la finca todo lo cultivamos sin nada de eso.
Son sus palabras, al tiempo que corta un tomate para agregarle al arroz que me sirve.
Ella prefiere consumir sal marina porque piensa que la sal química es bastante perjudicial para el cuerpo.
Podría decirse que Doña Esneda es custodia de semillas ya que hace un par de meses unos indígenas Embera de la cordillera central le habían vendido unas semillas de fríjol, sorgo y maíz. Esto de los productos nocivos, puede enmarcarse en casi un estilo de vida que va en contra de las dinámicas actuales de una zona como la vereda La Bella, donde muchos de los los monocultivos de cebolla utilizan Glifosato para el control de la maleza.
Pero la envidia es mucha. Una señora a la que no le gustan los animalitos me quemó todo el cultivo. Ahora si usted va, puede ver como quedó eso: todo negro y pelado.
Se lamenta. Pero por ahora le quedan algunas semillas para volver a sembrar.
Por fin el Santuario
Doña Esneda recuerda mucho a Don Elbert Jiménez Londoño, su esposo. Según su relato, él no era un amante de los animales, sin embargo, por ella, logró encariñarse y hasta dejarle una casa para sus perros cerca a la vidriera Otún, en el hogar San Gregorio de La Represa.
Lo amé mucho. Ocho días antes de que muriera de un infarto me dejó un terreno y me prometió una guitarra porque había escuchado unos casetes donde yo tocaba guitarra y piano.
Doña Esneda lo detalla como un hombre bajo y calvo que tenía una pequeña panza que fue creciendo con los años. En su opinión, su esposo era totalmente diferente al estereotipo de hombre ideal. Sin embargo, era la persona que había logrado conquistarla con sinceridad. Dice que era de carácter muy ávido por ayudar a los demás y que lo amó hasta el día de su muerte.
Cuenta que la sedujo dándole de comer a sus hijos en complot con el carnicero, quien les enviaba carne para el almuerzo y a veces compraba fiambres entgeros para mandarles al lugar donde se encontraran.
Un día la abordó en una buseta y le dijo:
Yo le envío comida a sus hijos porque yo quiero y me nace, no por otra cosa. Pero entienda que yo a usted la admiro, yo sólo la veo de la casa al trabajo y del trabajo a la casa.
Después de 8 meses de novios sólo se tomaron de las manos y escasamente se besaban, así que Don Jiménez no se aguantó y le propuso matrimonio diciéndole.
Es que usted va a ser la mujer que me va a enterrar.
Casi las mismas palabras que le había dicho a ella el carnicero un año antes.
Al caer la tarde
Así, ya finalizando la tarde y para despedirme, le pregunté sobre el relato de aquella noche extraña y luminosa donde se había confundido, o lo que ella decía, era una historia que cambió su vida para siempre.
Sonrió y agregó lo sucedido en lo que llamó “la visión”.
Vi que era una persona de vestido blanco (referente a la figura que, según ella, se le había parado al borde de la cama) con el cabello hasta acá (señala el cuello) de largo. Pero no le podía ver bien el rostro, solo la silueta… El rostro se veía borroso y entonces esa figura me dijo ‘mi padre te manda a decir que debes cuidar de los seres más desprotegidos y maltratados por el hombre. En ese momento yo pregunté ¿los niños?, dijo ‘no, los animales’… Y la pregunta del millón que hice en mi mente, porque no podía hablar ¿pero con qué dinero? Y me dijo ‘no desconfíes de la voluntad y de la misericordia de mi padre’.
Así, fue el nacimiento de la misión de Doña Esneda y de lo que hoy se conoce como el Santuario Doña Esneda. Desde ahí, hasta este momento, ella asegura que está entregada cuerpo y alma al cuidado de sus seres predilectos, los animales.