El Congal, diáspora y bordado: Entrevista al escritor Guillermo Gamba

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Nosotros somos una diáspora


 

Entrevistamos al escritor marsellés, Guillermo Gamba. Un hombre dedicado a los negocios y a la cultura literaria desde hace muchos años.  Hijo de Marsella, y por ende de Risaralda, también es hijo (valga la redundancia) del Paisaje Cultural Cafetero. Fue docente y consultor en gestión del desarrollo regional y local, y para los que somos pereiranos, nos quedará fácil saber que en el año 2015 ganó el Concurso Nacional de Novela, Ciudad Pereira con el título “Ritmo, Aroma y tiempo de Palacín”. En la actualidad reside en la ciudad de Cali, donde se encarga de la empresa familiar Productos-Gamba, y donde se dedica a la pintura con una técnica novedosa llamada Tarasia.

 

Bienvenidos


 

Guillermo Gamba con su editor Lizardo Carvajal de Poemía, casa editorial de Cali

 

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Diego Firmiano:. ¿Cuál fue la idea inicial a la hora de publicar este último libro “El Congal, diáspora y bordado”?

Guillermo Gamba:. Obedece a dos razones. Yo había escrito primer el libro titulado “Dos siglos. Entre casas, poblados, violencia y una ciudad de salsa”, una obra que apenas tuvo 100 libros editados que me dejaron una insatisfacción, ya que en esencia necesitaba repensarme a mí mismo porque nosotros somos hijos de la violencia política. Y esa violencia política de los años 50´s nos golpeó muy duro, tan duro que nos dejó traumas, particularmente a mi familia y a los amigos de mi generación.

Y como uno ha sufrido todas la violencias en Colombia, entonces me dije ¿cuál fue la cultura que nos formó  y si hubiéramos podido superar un poco esos estados de violencia, cómo logramos hacernos personas de bien? Detrás de esa pregunta fue que comencé  a trabajar este nuevo libro.

 

D.F:. Sí, precisamente por ahí va la pregunta, ¿usted nació y creció en Marsella, ahora Risaralda, antes Caldas, una región muy golpeada por la violencia?

G.G:.  Sí, en Marsella, en 1947. Tenía dos años de edad cuando recuerdo la primera experiencia: nos pusieron un taco de dinamita que explotó todo en la casa y  veía caer café por todas partes y a mi padre casi lo matan. Entonces esa fue la primera experiencia que me quedó para toda la vida. Viví  en el pueblo hasta los 16 años. Fue difícil. Nos tocó irnos por la violencia.

 

Foto por: Diego Val.

 

D.F:. Entonces podríamos decir que este nuevo libro es lo que llamaríamos literatura costumbrista, es decir, usted habla de épocas de violencia en el país, del paisaje cultural cafetero y de la historia en general.

G.G:. Sí, tiene lo costumbrista y tiene unos párrafos reflexivos a manera de ensayo. Porque de alguna manera sigo una técnica de mirar cuál fue el contexto del pensamiento universal que movía la vida y la política colombiana y los entornos locales y cómo eso influía en la familia. Entonces con esa técnica de mirar eso, observo de nuevo la cultura y las costumbres que nos hicieron como hombres y ciudadanos.

 

D.F:. Leí el libro y lo veo como una totalidad. Hay un magnífico preludio, pero hay algo curioso que quiero resaltar y es, que el libro empieza en el Quindío y termina por allá en Cali.

G.G:. Sí como no. Porque otra de las estrategias al escribir este libro fue el sentido de que todos nosotros somos una diáspora. Y que es en la diáspora en la cual me rebelo contra ese imaginario que tenemos de la “antioquianidad”, de la cultura paisa y decir que somos paisas.  Cuando me pongo a descifrar cada una de las familias de mi generación y otras que no son de Marsella y la confluencia de Cauca y Antioquia en el siglo XIX y comienzos del XX, veo familias que descienden de europeos: España, Portugal, Italia, Turcos maronitas de oriente. Grupos que fueron llegando a Marsella de diversos lugares del mundo. Entonces en el imaginario y en la historia la gente cree o dicen que son antioqueños, pero esas familias llegaron a Antioquia y como no encontraban lugar, la iglesia los censaba y los redirigían al sur. Esos apellidos que creen que son antioqueños, realmente son de Europa directamente.

En mi libro hablo de esa diáspora. El cómo la ciudad toma esa cultura que fue campesina y la transforma en cultura de ciudad.

 

Foto por: Diego Val.

 

D.F:. Podríamos metaforizar y decir que fue una diáspora, primero física, donde tuvieron que irse y luego usted como escritor transforma eso y convierte eso en una diáspora literal con todo el asunto histórico. Es decir, quien pueda leer este libro puede transportarse a la Marsella o al Congal del siglo pasado. Usted trae de vuelta a los lectores de este libro a esos lugares.

G.G:. Exacto. Y en el trasfondo de eso tengo otra tesis y es que no hemos reconocido que la diáspora es un fenómeno global. Voy a explicarlas así.  La última vez que escribí en La Cebra que Habla, en la nota “Una noche en Puerto Rico” explico como traían la cocaína desde Bolivia, se procesaba acá y se distribuía en New York. Era un negocio oscuro donde la gente se movía con la maleta en todo el mundo. La cocaína es la que más nos ayuda a entender la diáspora colombiana y eso como un fenómeno global.

Lo que no hemos encontrado es un negocio que nos una globalmente, como los judíos u otros pueblos en el mundo. Entonces dejo esa reflexión abierta en el libro, aunque no lo subraye tanto.

 

D.F:. El libro está claro con el tema de la diáspora, específicamente con el tema de lo arrieros, los caminos.  Sin embargo háblenos por favor de El Congal. ¿Ese era el nombre antiguo de Marsella o qué?

G.G:. No, lo que pasa es lo siguiente. En la historia de la región poco se ha estudiado sobre el límite entre Antioquia y Cauca. Dónde llegaba Antioquia que era conservadora y confesional y dónde Cauca. Y, en ese límite, Tomás Cipriano de Mosquera  facilitó la llegada de una serie de familias para  poblar el lugar. Es en ese camino del privilegio, como se llamaba también,  se buscó poblar el territorio y toda esa gente que llegó a esa zona entre Chinchiná y Santa Rosa, o mejor, entre el río San Francisco y el río Chinchiná, se le denominó El Congal. Ese fue de alguna manera como el corredor, el camino.

Después que fraccionaron las veredas, El Congal desapareció. Ese fue el primer territorio poblado: una serie de veredas y casas desperdigadas. Yo entrevisté a muchas personas antiguas y tengo grabaciones, recuerdos y otras cosas que refrendan esto.

 

Foto por: Diego Val.

 

D.F:. Hay un punto en el libro que llama la atención, el subtitulo “La Gambada del Congal”. Muy interesante… muy curioso.

G.G:. La gambada de El Congal es esto. La familia Gamba llegó a Cartago. Francesco Gamba, italiano, llegó al Tolima y los jesuitas querían que él fuera parte de la clase dirigente. Otro de ellos, Nicolás Santiago Gamba, tuvo 13 hijos. Luego tuvieron que irse de Cartago por la guerra de la Independencia. Entonces algunos de los hijos de esa generación, cuando Tomás Cipriano de Mosquera buscó poner gente allí, se radicó en El Congal. Aunque algunos de los hijos de Próspero gamba y otros, se quedaron en Santa Rosa y otros en Marsella. Eso no lo menciona la historia. Porque la historia la escriben los conservadores godos.

 

D.F:. Que valioso este libro porque usted hace un rastreo genealógico de la familia y la historia.

G.G:. Sí porque era necesario mostrar qué era ayer y qué es hoy la región en la historia y también quién era la familia Gamba y quién es hoy. Así  que quién desee investigar sobre este mismo tema, ahí tiene este libro producto de una investigación personal, que contiene documentos, fechas, fotos, recuerdos, todo.

 

Foto por: Diego Val.

 

D.F:. Nos parece un trabajo muy completo por lo histórico, cultural y genealógico. ¿Cómo fue recibido la presentación de esta obra en la ciudad de Cali?

G.G:. En Cali tuvo muy buena recepción. Se presentó en el Instituto de Cultura. Hubo unas ochenta personas. Me fue muy bien con el libro. Fuera de eso hice una presentación en Chinchiná porque ellos se dieron cuenta y porque en esta obra hablo de ese lugar.  Allí también tuve una buena acogida cultural.

 

D.F:. Señor Guillermo Gamba, muchas gracias.

G.G:. Gracias a usted.  

 

Foto por: Diego Val.
Escritor, Editor, Anfitrión en el portal web La Cebra que Habla. Una vida, una frase: «Quién ya no tiene ninguna patria halla en el escribir su lugar de residencia».

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