Ha llegado el día después de las elecciones presidenciales con un resultado, indeseable para una buena parte de la población, anhelado de vieja data para otro tanto levemente mayoritario al anterior, inesperado para varios, indiferente para algunos pocos.
La verdad es que las pasadas justas electorales generaron un estado de ansiedad nacional no visto en épocas recientes, y despertaron el interés de poblaciones hasta el momento ajenas a estos procesos, lo cual se vio reflejado en una sensible disminución de la abstención.
La hora temida, o el momento largamente deseado, llegó, y lo que van arrojando la seguidilla de acontecimientos, anuncios, reuniones, acuerdos, nombramientos y gestiones, es que la realidad no será “ni muy, muy; ni tan, tan”.
Al parecer el giro a la izquierda no será ni mucho menos radical, y la agenda empieza a mostrarse como una suma de continuismos de viejas prácticas políticas, detestables para muchos, tranquilizadoras para otros.
Los hechos destacados de tanto movimiento, porque lo ha habido, incluso intenso en pocos días, consisten en:
La genuflexión colectiva hacia el nuevo mandatario, sobre todo de la clase política que no concibe quedarse viuda de poder, lo cual va a garantizar la gobernabilidad del nuevo presidente.
Un acto de moderación generalizado (de la tonalidad, del contenido del discurso, de las propuestas, etc.), que busca generar calma, a la economía principalmente.
El acercamiento de polos opuestos, que de tan antagónicos terminan pareciéndose. Se ha producido lo que hasta ahora parecía un imposible, esto es una reunión Petro-Uribe. Después de presenciar este hecho, que claramente es de singular importancia para la realidad actual, podemos decir que hemos, no sólo comenzado a pasar la página, sino que hemos cambiado de libro y de libreto. Tanto mejor para nuestro país.
El telón de fondo de todos estos acontecimientos es el único que de entre todos ellos puede denominarse como histórico, y es la presentación del informe final de la Comisión de la Verdad.
Si se juntan todos estos sucesos, se puede empezar a vislumbrar claramente el horizonte de un nuevo país. Esperemos que así sea, y que la voluntad de cambio vaya más allá de promesas electoreras, que los ciudadanos y sus gestas se sobrepongan a las maquinaciones de la politiquería, iguales en todas las vertientes. Desde estas líneas de opinión deseamos fervientemente que el futuro sea construido y apropiado por quienes son hoy los verdaderos protagonistas de la historia, los colombianos.